A principios del siglo XX, nadie habría previsto que 100 años después el mundo observaría atónito la intensificación de las relaciones económicas y políticas entre Rusia y China. La revisión de una serie de acontecimientos históricos que tuvieron lugar durante ese período y la proyección del enfrentamiento Occidente-Rusia en el campo de fútbol político, podrían ofrecer alguna luz sobre el porqué de esa inesperada cercanía. Comencemos.
El zar Nicolás II de Rusia, el último de los zares de la familia Romanov, no era primo de Feng Guozhang, el general y político chino que ejercía la presidencia de la República de China el 16 julio de 1918 cuando Nicolás II, su esposa Alexandra, su hijo Alexis y sus hijas Olga, Tatiana, María y Anastasia fueron asesinados por la policía secreta bolchevique. De quien sí era primo hermano, con un parecido similar al que exhiben los gemelos, era del rey Jorge V del Reino Unido. La madre de este último, Alexandra de Dinamarca y reina de Inglaterra, era hermana de la madre de Nicolás II, Dagmar de Dinamarca (María Fiodorovna Románova), esposa del zar Alejandro III de Rusia. El monarca inglés había decidido inicialmente otorgarle asilo a su primo hermano el zar ruso. Por razones políticas, pocos días después, optó por negarlo. La mayoría de los historiadores coinciden que el asilo habría evitado la ejecución de Nicolás II y su familia. Occidente 1, Rusia 0.
Cuando analizamos el número de muertos sufridos por los Aliados o la Triple Entente en la Primera Guerra Mundial (WWI), encontramos que Rusia asumió el mayor sacrificio. Un millón 811 mil militares rusos perdieron la vida en los 4 años que duró el conflicto entre los aliados y los Potencias Centrales (Alemania, Italia y el Imperio austrohúngaro). Occidente 2, Rusia 0.
El Tratado de Versalles que se derivó de la Conferencia de la Paz de París estableció las reparaciones exigidas a los perdedores por los ganadores de la WWI. Cuando se observa la repartición se advierte que Inglaterra recibió barcos, Francia carbón y Bélgica ganado, en adición a los pagos en efectivo que realizó Alemania. La pesada factura que se pasó inicialmente a esta última (132 mil millones de marcos de oro) llevó al economista británico John Maynard Keynes a definirla, en su famoso e influyente libro “Las Consecuencias Económicas de la Paz” publicado en 1919, como la paz cartaginesa impuesta por los Aliados. A pesar de Rusia haber aportado la mayor cantidad de vidas entre todos los Aliados en la WWI, fue dejada fuera de la recepción de reparaciones. Todo lo contrario, el 27 de agosto de 1918, luego de Rusia salir del conflicto, Alemania le impuso reparaciones al gobierno bolchevique ascendentes a 240 millones de marcos, las cuales se pagaron entre agosto y septiembre de ese año. Occidente 3, Rusia 0.
En la Segunda Guerra Mundial (WWII), luego de que Hitler lanzara la Operación Barbarroja, como se denominó la invasión nazi de la Unión Soviética, la incursión soviética en la WWII devino en uno de los factores claves de la victoria de los Aliados. Roosevelt entendió la importancia de tener a la Unión Soviética en el “eje del bien” y por eso no dudó un instante en proveerle enormes cantidades de equipamiento militar, recursos y alimentos en el marco del programa de “préstamo y arriendo” diseñado y ejecutado por EE.UU. para prestar ayuda militar a los aliados. A pesar del equipamiento recibido, la Unión Soviética aportó 32 millones de víctimas mortales entre militares y civiles, treinta y cuatro veces más que las 905,000 aportadas en conjunto por Inglaterra, Francia, Bélgica y Estados Unidos. Occidente 4, Rusia 0.
Involucrar masivamente a la Unión Soviética en el frente occidental de la WWII, tenía una ventaja adicional para EE.UU., quien terminaría convirtiéndose en la principal potencia económica y militar del hemisferio occidental y del mundo. EE. UU. tendría el carril de dentro para reclamar el triunfo cuasi-absoluto en el frente oriental: Japón y casi toda la geografía al Sur del mar de China. Aunque en junio de 1945, la Unión Soviética lanzó su invasión de Manchuria (China) que era ocupada por el Imperio de Japón, el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki los días 6 y 9 de agosto de 1945, no dejó dudas de quién era el responsable de la rendición de Japón. Roosevelt, Truman y MacArthur lo tenían muy claro: el monopolio de la hegemonía económica, militar y política en el frente oriental lo ejercería EE. UU. Occidente 5, Rusia 0.
Al terminar la WWII, la Unión Soviética, consciente de su aporte al triunfo, demandó una reparación de Alemania ascendente de US$20,000 millones en oro. Los Aliados, sin embargo, no presionaron a Alemania para que el pago se realizara, conscientes del impacto que la demanda de reparaciones exageradas había tenido sobre la dinámica económica y política de Alemania en la WWI y el advenimiento de Hitler. Al final, la Unión Soviética desmanteló fábricas, líneas de ferrocarriles y electrificación de ferrocarriles de Alemania del Este que fueron luego embarcadas a la Unión Soviética, incluyendo bienes industriales, materias primas, alimentos y bienes de consumo. Adicionalmente, cuando Alemania invadió a Polonia en 1939, la Unión Soviética incursionó hacia el este, anexándose 201,015 km2 de territorios pertenecientes a Polonia que luego fueron incorporados a Lituania, Bielorrusia y la República Socialista Soviética de Ucrania. Polonia, a su vez, fue compensada con territorios alemanes al este de la línea Óder-Neisse, de los cuales expulsaron a 12 millones de alemanes. Occidente 5, Rusia 1.
Cuando el 16 de octubre de 1962, EE.UU. descubre la existencia de bases de misiles nucleares de alcance medio del ejército soviético en Cuba, el mundo estuvo a punto de ingresar a la WWIII. Para EE.UU. resultaba inaceptable la presencia de esos misiles nucleares a una distancia de 531 km de la Florida y 1,933 km de Washington. La iniciativa soviética constituía un riesgo enorme para la seguridad nacional de Estados Unidos. La crisis de los 13 días de octubre de 1962 concluyó gracias a los acuerdos logrados por el presidente Kennedy y el Primer Secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Kruschev, los cuales implicaron el regreso de los misiles a la URSS, la promesa de EE.UU. de que jamás intervendría en Cuba y finalmente, el retiro de los misiles estadounidenses en las bases de Turquía y que apuntaban directamente al corazón de la Unión Soviética. El pragmatismo de ambas partes terminó imponiéndose al fanatismo desbordado de Fidel Castro. Occidente 5, Rusia 1.
Con el triunfo de la Revolución de Octubre y el ascenso al poder del gobierno bolchevique a finales de 1917 que establecieron las bases para la creación de la Unión Soviética en 1922, se puso a prueba la efectividad de un modelo de asignación de recursos económicos basado en la planificación central, la propiedad estatal de los medios de producción y la concesión del monopolio para el cálculo de los precios de los bienes y servicios a las oficinas de planificación económica del gobierno. Cuando leemos los tres artículos contenidos en “A Short View of Russia” que Keynes publicó en 1925 luego de visitar Rusia en septiembre de ese año, poco tiempo después de su matrimonio con la bailarina rusa Lydia Lopokova, resalta que en aquel momento los economistas no tenían claro si ese modelo podía o no resultar eficiente. Keynes percibía el comunismo predicado por Lenin más cerca de lo religioso, lo místico y del idealismo, mientras se preguntaba en qué consistía la fe comunista. Sobre el modelo o la técnica económica experimental adoptado, Keynes indicaba que, al partir de una situación inicial colapsada por la Gran Guerra y las subsiguientes guerras civiles e introducir transformaciones verdaderamente dramáticas, resultaba difícil estimar la eficiencia del nuevo sistema económico. A seguidas se inició el gran debate sobre el problema del cálculo económico que lideraron Ludwig von Mises, Frederick Hayek, Oskar Lange y Abba Lerner entre 1920 y 1945. La Unión Soviética prestó su territorio de 22.4 millones de km2 para el experimento, mostrándole al mundo que, a pesar de los argumentos a favor de Lange, el mercado constituía el modelo más eficiente de asignación de recursos y determinación de precios. Solo la hambruna inducida en buena parte por la introducción del sistema de colectivización de granjas provocó la pérdida de 5 millones de vidas humanas. Occidente 6, Rusia 1.
La mesa estaba servida para que el mundo diera la bienvenida a uno de los líderes más visionarios y transformadores del siglo XX, Mikhail Gorbachev, quien con su perestroika y su glásnost lanzadas y ejecutadas durante los años 1985-1991, provocó la caída del Bloque del Este y la disolución de la Unión Soviética. El famoso llamado “Mr. Gorbachev, tear down this Wall” de Ronald Reagan el 12 de junio de 1987 realizado en la Brandenburg Gate en Berlín, al que se oponían sus asesores, contribuyó a la caída del Muro de Berlín en 1989 y al inicio de uno de los experimentos más trascendentales para llevar gradualmente una nación desde un fracasado modelo de planificación central a un sistema de economía de mercado, tratando de emular, aunque con marcadas diferencias, lo que había logrado Deng Xiaoping con sus reformas económicas en China. Fueron esas reformas las que allanaron el camino al más ambicioso programa de privatización de empresas estatales que haya conocido la humanidad, responsabilidad que cayó sobre los hombros de Boris Yeltsin. Unas 130,000 empresas estatales fueron privatizadas o concesionadas, incluyendo muchas grandes empresas que, a través de un sistema de subastas de vales (“vouchers”), permitía a los trabajadores recibir acciones de las mismas. Sin lugar a dudas, el terremoto causado por la visión de reforma hacia la apertura y la transparencia de Gorbachev y el ímpetu privatizador de Yeltsin, produjeron uno de los goles más emocionantes en el enfrentamiento entre las potencias globales. Occidente 7, Rusia 1.
Entre el 11 de marzo de 1990 y el 26 de diciembre de 1991, la disolución de la URSS provocó el nacimiento de 14 nuevas naciones independientes (Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán). La URSS terminó cediendo 5.06 millones de km2 de su territorio, quedando Rusia con 17.1 millones de km2. En otras palabras, la URSS cedió 25 veces más territorio que el que había tomado como parte de las reparaciones por las pérdidas de vidas y daños económicos derivados su participación, junto a los Aliados, durante la WWII. Para Maquiavelo, Sun Tzu y Kissinger, resultaría un “no-brainer” que si la URSS, cuando en 1939 se anexó territorios que forman parte hoy de Lituania, Bielorrusia y Ucrania, los recibió sin armas nucleares, al tomar la decisión de ceder en 1990-1991 el 23% del total de su territorio, no lo haría permitiendo a Ucrania retener las 3,000 armas nucleares asentadas en su geografía, tal y como se aceptó en el Memorándum de Budapest. Solo organismos unicelulares, como las amebas que en ocasiones salpican de ignorancia las redes sociales, habrían devuelto los territorios con los misiles que en aquel momento la URSS mantenía en Ucrania. Occidente 8, Rusia 0 (cedió mucho más en 1990-1991 que lo tomado en 1939, por eso el 0).
El movimiento reformador post-disolución de la URSS fue estimulado (“nudged”) por las seguridades que los líderes de Occidente dieron a Gorbachev y a los demás dirigentes soviéticos en el sentido de que la OTAN no se expandiría “ni una pulgada” hacia el Este. La famosa afirmación “not one inch eastward” realizada por el Secretario de Estado de EE. UU., James Baker III, a Gorbachev el 9 de febrero de 1990, ha sido confirmada a través de la desclasificación de documentos de EE. UU. y de la URSS. La racionalidad detrás de la seguridad transmitida por Baker era la misma que terminó resolviendo la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962. Rusia no podía permitir la presencia de la OTAN en sus fronteras; entendía que las nuevas naciones al oeste de Rusia deberían operar como un espacio de neutralidad. Entre el “Read my lips: no new taxes” asegurado por George H. W. Bush en la Convención Republicana de 1988 y el “not one inch eastward” asegurado por Baker a Gorbachev, el último ha resultado ser la promesa incumplida más costosa para la estabilidad global. George Kennan, uno de los llamados “Wise Men” de la Política Exterior de los EE.UU. y promotor del diálogo positivo con los soviéticos, señaló en 1998 que la expansión de la OTAN que favorecía la Secretaria de Estado de EE. UU., Madeleine Albright, constituía un “error estratégico de proporciones potencialmente épicas” ya que “inflamaría las opiniones nacionalistas, antioccidentales y militaristas en Rusia.” En lugar de “ni una sola pulgada”, entre 1999 y 2024, la OTAN se ha expandido 7,188,366 km2 para incluir a la República Checa, Hungría, Polonia, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia, Albania, Croacia, Montenegro, Macedonia del Norte, Finlandia y hace un mes, Suecia. Occidente 9, Rusia 0.
Nadie ha podido explicar otra decisión, a nuestro juicio, más desconcertante que el incumplimiento de la promesa anterior. Vladimir Putin, desde que asumió el poder en Rusia, quería la integración de su país a la OTAN, tal y como reveló George Robertson, el británico que dirigió la OTAN entre 1999 y 2003. Putin quería que Rusia fuese parte de Europa Occidental y le planteó a Bill Clinton la posibilidad de que Rusia fuese miembro de la OTAN, a lo cual el presidente de EE. UU. respondió que él “no tenía objeción”. El ingreso de Rusia a la OTAN constituía la decisión más inteligente para construir la confianza que se había ido perdiendo entre Occidente y Rusia durante los últimos 100 años. La probabilidad de guerras entre miembros de la OTAN es muchísimo menor que la de una que involucre a un no-miembro. Todo apunta, sin embargo, a que, en algunas geografías del hemisferio occidental desarrollado, existen poderes más determinantes que la presidencia y el Congreso. Algunos especulan que sin la aprobación del Complejo Industrial-Militar (MIC) que conjuga las relaciones e intereses del ejército de una nación y de la industria de defensa que lo alimenta, nunca sería posible el ingreso de Rusia a la OTAN. Estos MIC, en algunos países desarrollados, han llegado al extremo de inventar la existencia de inventarios de armas de destrucción masiva en geografías a ser atacadas para justificar intervenciones militares que, en algunos casos, generaron compras de tecnología, equipos, armamento y municiones por 1.7 trillones de dólares.
De las 24 líneas rojas (“red-lines”) que Rusia había establecido a los países de la OTAN entre 2014 y 2023 para el caso de las relaciones Ucrania-Rusia, líneas que no podían quebrarse, 18 han sido rotas. De la misma manera, de las 6 que la OTAN le había fijado a Rusia, en febrero de 2022 se quebró la más importante, la que establecía que Rusia no invadiría a Ucrania. Todo indica que la decisión independiente tomada por Rusia de invadir Ucrania pudo haber emanado de la conclusión de que esta representaba la solución en este caso de un juego no cooperativo de la Teoría de Juegos para evitar el ingreso de Ucrania a la OTAN. En otras palabras, la movida preventiva de Rusia resultaría en un equilibrio de Nash, definido por primera vez cuando el matemático y economista John Nash presentó en 1950 en su tesis doctoral “Non-cooperative Games” en la Universidad de Princeton. Cuando Putin toma la decisión de invadir Ucrania, los miembros de la OTAN, con EE. UU. a la cabeza, que habían estado debatiendo si aceptar o no a Ucrania en la OTAN, reciben el contundente mensaje enviado: si Ucrania ingresa a la OTAN, la línea roja más peligrosa entre todas las trazadas por Rusia, automáticamente EE. UU. y los demás miembros de la OTAN entrarían en guerra con Rusia. Recordemos que la actual no es la URSS que el matemático húngaro John von Neumann, padre junto al economista alemán Oskar Morgenstern de la Teoría de Juegos, conocía en 1950 cuando recomendaba la destrucción de la Unión Soviética con el lanzamiento bombas atómicas similares a las utilizadas en Hiroshima y Nagasaki. No. Esa estrategia hoy no resulta viable cuando se observa que Rusia, con 6,257 ojivas nucleares, tiene un arsenal superior a la suma del inventario de EE.UU., Inglaterra y Francia. Las sanciones económicas, la respuesta de Occidente a la decisión de Rusia de invadir Ucrania, no ha logrado alterar el resultado: Ucrania se mantiene y se mantendrá fuera de la OTAN. Nada de eso habría sucedido si Rusia fuese parte de la OTAN.
La confianza ha sido quebrada y nos encontramos inmersos en un conflicto que solo tendrá perdedores. Si Nixon y Kissinger, abrazando el pragmatismo, pudieron abrir una vía de entendimiento con Mao Zedong y Zhou Enlai, que permitió la implementación de las reformas económicas de Deng Xiaoping que han convertido al gigante asiático gobernado por un partido único en la segunda economía más grande del mundo; si EE. UU., luego de haber destruido con sus bombardeos una gran parte de la infraestructura de Vietnam, pudo construir puentes de comunicación con el Partido Comunista de Vietnam que han permitido, bajo la sombrilla de un iluminante pragmatismo en política exterior, contribuir a la sorprendente reconstrucción y crecimiento de la economía de ese país; ¿por qué razón no han podido crear puentes de comunicación con Putin y los nichos de poder del Kremlin, similares a los que Reagan-Bush y Gorbachev-Yeltsin construyeron para lograr la disolución de la Unión Soviética y promover el tránsito de Rusia hacia una economía de mercado? Todo parece indicar que la fusión de la ideología extrema emanada del “Fin de la Historia” proclamada por Fukuyama en 1992 y los intereses del Complejo Industrial-Militar que renta el gasto en armamentos de la OTAN, ha desplazado al pragmatismo y podría, si no surgen mas voces responsables en Occidente, llevar a la humanidad a una catástrofe. Más aún cuando observamos infantilidades como la de Macron, quien aparentemente molesto con el apoyo ruso a la oposición política en Senegal que desea librarse de los últimos vestigios de coloniaje y explotación francesa de sus recursos naturales, se coloca un disfraz de valiente y amenaza con enviar tropas francesas para unirse a las ucranianas, con lo cual la OTAN quebraría otra de las “red-lines” y escalaría el conflicto a niveles inimaginables.
El presidente Biden, por su parte, posiblemente el hombre mejor informado del mundo, ha afirmado que Putin es un “crazy Son of Bitch”. Si lo dice Biden, debemos asumirlo como cierto. Si lo es, todos los líderes del hemisferio occidental desarrollado deberían releer “El Arte de la Guerra” del estratega militar chino Sun Tzu, quien recomendaba “mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca”. En países en vías de desarrollo como el nuestro, donde el calor nos agobia la mayor parte del año, siempre se ha recomendado que a un “loco hijo de puta” se le bañe de agua fría con manguera o se le abrace permanentemente para mantener todos sus movimientos controlados. A Biden quizás le ha faltado tener un asesor sensato que le diga “I don’t know Joe, but I’d rather see the Crazy SOB closer to you than to Xi”, más aún si el loco dispone de 6 mil ojivas nucleares.
Sí, lo hice adrede. El título más compatible con el contenido del artículo era “La desconfianza de Rusia en Occidente”. Quizás ahora se entiende mejor el porqué, Vladimir Putin, quien parece el hermano mayor de Angela Merkel, contrario a su deseo manifiesto de ver a Rusia dentro del hemisferio occidental, ha encontrado en la China de Xi Jinping el aliado que el Zar Nicolás II jamás habría imaginado.