La dedocracia, método antidemocrático de “elegir”, vía el dedo, línea o lista, a alguien en nuestro obsoleto sistema de partidos, o mejor dicho, de maquinarias-“aparatos” electorales es una de las aristas más degradantes de la suplantación orgánica-institucional que padecen los partidos políticos como consecuencia del control hegemónico-antidemocrático de sus líderes-cúpulas-jerarquías, que ya ni la forma guardan para imponer procesos “eleccionarios” teledirigidos-inducidos. Entonces, no hay duda de que estamos hablando de una gerentocracia política-empresarial cuasi perfecta.
Y el fenómeno, anomia o falencia no es de uno o dos partidos, sino del sistema, pues esa dinámica de “democracia” es más distendida y desapercibida en los partidos “ventorrillos”, “franquicias”, “bisagras” o “emergentes” (de izquierda-derecha) donde sus “líderes” también son vitalicios.
De suerte que tenemos un sistema de partidos que, además de practicar consuetudinariamente la dedocracia, hizo tabla rasa -hace rato- de los predicamentos ideológicos-doctrinarios-filosóficos para imponer un “motoconchismo político” donde cualquiera que hizo “acumulación-rápida” o es satélite de una de esas jerarquías- se convierte en figura, gerente, legislador, síndico, regidor o vocero “honorable”.
Por elllo, las vueltas, piruetas y subterfugios baladíes para seguir posponiendo lo impostergable: una ley de Partidos y de Régimen electoral que, por lo menos los obligue a transparentar-institucionalizar, si lo quisieran, la gerentocracia-vitalicia que disfrutan. Eso sería lo mínimo (Mientras tanto, PRD-PRM-PRSC, ¡ya se saltaron la valla! ¿Y el PLD? Sencillo, entretenido en primarias abiertas-cerradas, obviando el costo político).
Ahora bien, lo que el país necesita no es eso (una gerentocracia institucionalizada de líderes departidos ungidos-“consensuados”, sino un sistema supeditado al imperio de la ley, donde la democracia interna no dependa de la voluntad ni del dedazo de jerarquías vitalicias, ni mucho menos de “sindicalistas políticos”, redentores coyunturales intra-partidarios u “inversionistas de la política” despojados de toda ética y trayectoria partidaria.
Por supuesto, de aprobarse el sistema de primarias abiertas o cerradas (no digo optativas -que sería, en mi opinión, la mejor opción-), sin antes superar, como país, el subdesarrollo político-cultural de “Picas-picas”, mítines, colindancias familiares, caravanas y mesianismo-caudillismo histórico-estructural, esa aspiración -suprema-altruista- de un sistema de partidos debidamente institucionalizado, supervisado por la JCE, de rendición de cuentas, de méritos y de campañas pautadas, se iría a la porra. O quedaría, como otras tantas leyes, sin observancia ni cumplimiento estricto y ciego, sino que “a sigún…”.
O acaso, ¿alguien está creyendo que Carolina Mejía y José Paliza -en todo su derecho cívico-ciudadano, y de género-, o mejor dicho, Hipólito-Abinader (“consensuados”), pueden perder? ¡Por favor!