El gobierno del presidente Biden enfrenta hoy circunstancias apremiantes y retadoras. La economía de Estados Unidos, resentida aún por los efectos de la pandemia, se ve afectada además por la crisis de los combustibles, producto de las sanciones a Rusia. La inflación golpea a sus ciudadanos y el descontento prolifera por todas partes. Por otro lado, la presión migratoria y algunos asuntos internos, especialmente la violencia social, no hacen más que empeorar la situación. Sacar a flote el país en estas condiciones no es tarea fácil.

La relación de Estados Unidos con América Latina se ha venido enfriando desde el gobierno de Donald Trump. Posteriormente, en el mandato de Biden, la crisis sanitaria causada por la pandemia y la situación de las tropas norteamericanas en Afganistán y su posterior salida desastrosa; el inicio de la invasión a Ucrania, mantuvieron la mirada de los americanos alejada de nuestra región.

En este contexto es que se hace la convocatoria a la IX Cumbre de las Américas, con el propósito de promover “prosperidad económica, seguridad, derechos humanos y dignidad”. El gesto se interpreta como un intento pragmático de crear alianzas en esta nueva versión de la Guerra Fría. Muchos sospechan que el hecho de que China sea hoy el mayor socio comercial de América del Sur tiene que ver.

En un inicio las cosas no salieron como se esperaba, pues la decisión de no invitar a Cuba, Venezuela y Nicaragua generó muchos comentarios negativos y algunos presidentes se abstuvieron de asistir, aunque sí enviaron delegaciones, como es el caso de México.

Este hecho demuestra que el liderazgo que mantenían los Estados Unidos en el área se ha debilitado notablemente. Muchos piensan que el presidente Biden debió obviar diferencias ideológicas y aprovechar la oportunidad para generar concertación y facilitar así la discusión de los temas y problemas comunes al área, tales como las crisis económica y sanitaria, el cambio climático, la migración y los efectos de la guerra iniciada por Putin.

La crisis de combustibles obligaba la presencia de Venezuela, que cada día gira hacia políticas de mercados más abiertas porque, a diferencia de Cuba, el régimen empieza a entender que la única forma de perpetuarse es promover el crecimiento económico. Algunos piensan que se desperdició la oportunidad de llegar a posibles acuerdos energéticos con los venezolanos en este momento en que, a pesar de tener las mayores reservas de petróleo del mundo, han destruido su capacidad de explotación y refinamiento. Por este motivo aparentan tener la intención de permitir el reingreso al país de firmas extranjeras para retomar su posicionamiento en el mercado mundial de combustibles.

Muchos entienden que las Cumbres de las Américas, iniciadas por el presidente Clinton en 1994, ya no responden a las necesidades de la región. Todavía desconocemos los informes y acuerdos a que se llegaron en esta ocasión, aunque sí sabemos que el tema migratorio fue preponderante, ya veremos sus efectos.

No soy de los que opina que foros como estos son una pérdida de tiempo, todo lo contario, son espacios ideales para externar preocupaciones, hacer acuerdos e impulsar alianzas entre países afines, que contribuyan a eliminar factores que impiden la reducción de las brechas sociales que nos aquejan. Es mejor dejar esas puertas de entendimiento abiertas, aunque para encuentros futuros haya que reformularlos.

La participación del presidente Abinader es destacable. Aprovechó para hacer notar el buen manejo del COVID en el país, pero también fue bien claro en el peso que representa para nuestra economía la guerra de Rusia contra Ucrania y el costo que significa para el país la inflación importada.

Refiriéndose a la crisis haitiana, reiteró que “compete a la comunidad internacional asumir definitivamente un mayor compromiso con el pueblo haitiano, con mayor implicación y, de manera urgente, trabajar por su pacificación y recuperación definitiva”.

Destacó que Haití no sólo representa un problema migratorio para la República Dominicana, ahora es un problema de seguridad. Bandas armadas, dirigidas por narcotraficantes, a quienes se les atribuye el magnicidio contra el presidente Moise, actúan por cuenta propia con las peores intenciones.

Al finalizar la cumbre se propuso un acuerdo migratorio, el cual estipula, entre otras cosas, que Estados Unidos ampliará hasta 20,000 su cuota de refugiados procedentes de nuestros países para los años 2023 y 2024. A los ciudadanos haitianos se les dará preferencia especial. Otros países se comprometieron a crear nuevas normas que faciliten el ingreso de inmigrantes. De igual modo, Estados Unidos y Canadá se comprometen a recibir una mayor cantidad de trabajadores temporales y ofrecer formas para que las personas de los países pobres trabajen en los más ricos.

Este acuerdo no fue firmado por la República Dominicana, la razón es que no se había tenido tiempo para revisarlo. Una posición correcta porque este tema es muy sensible para nuestro país y todo lo que atañe a este asunto debe ser revisado rigurosamente.

De la cumbre, nos debe quedar clara la idea de que sólo trabajando juntos lograremos superar la enorme crisis que aqueja a Estados Unidos, América Latina y el mundo. Sólo mediante acuerdos entre naciones se conseguirán los financiamientos necesarios para palear los enormes aumentos de los precios, mantener la estabilidad energética y tomar medidas para la protección del medio ambiente.

Dejar ideologías y diferencias, buscar concertación, crear mecanismos de cooperación, es la única forma de salir de la crisis que atravesamos y que no hace más que empezar. No hay otras recetas que valgan.

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