¿Qué sería del debate nacional, ya aburrido y gris, si por prejuicios de la era moderna nos viéramos obligados a renunciar al sarcasmo y a la ironía en la discusión de los problemas nacionales?
Lo primero es que esa discusión carecería de sentido, por su falta de contenido y elegancia. Y lo segundo, peor aun, sería la imposibilidad de una discusión pareja en el ámbito mediático. Vayamos al grano.
Supongamos que las elecciones se limitaran a la confrontación de dos candidatos, uno de los cuales fuera una mujer. ¿Qué sucedería, fuera cierto o no, si el varón dijera públicamente que su oponente, la mujer, es incompetente, desconocedora de la realidad, e ignorante de los asuntos de Estado, sin capacidad alguna para manejar la crisis por la que atraviesa la nación?, un discurso típico en la política dominicana.
¿Cómo lo tratarían los medios? ¿Y cuál sería el caso si ese mismo tono viniera de la candidata contra su oponente? ¿Tendría el beneficio de criticarle a su contrario lo que él no pudiera usar contra ella?
La pregunta que no debemos eludir por temor a las reacciones morbosas en las redes, es si ese privilegio es válido y justo, en una sociedad que clama por la igualdad de género, y pretender al mismo tiempo preservar los prejuicios ridículos que esa igualdad destruiría. Aunque el tema parece sencillo, plantearlo es exponerse a explosiones irracionales que pudieran alejar toda posibilidad de discusión seria sobre una cuestión fundamental.
Cuando tomar del codo a una dama para ayudarla a bajar unas escaleras o cruzar una calle es visto como una expresión de machismo y no como un gesto de caballerosidad, algo anda mal.