Todos los días, dice un viejo dicho popular, se aprende algo. Fue lo que me sucedió hace ya un tiempo con un amable agente de la autoridad del tránsito. Mientras conducía de sur a norte por la avenida Tiradentes alrededor de las siete de la noche, un vehículo público lleno de pasajeros que venía a toda velocidad en medio de un congestionamiento del tránsito tomó la vía contraria a la dirección en que yo marchaba, dispuesto a llevarse todo lo que se le cruzara por el medio.

El agente en lugar de detenerlo y multarlo por la violación a una ley de tránsito, mandó a detener a todos los que íbamos en la dirección correcta para permitirle el paso a ese ejemplar del paleolítico inferior que conducía. Sin desmontarme del vehículo y fascinado ante tal originalidad, le pedí una explicación de por qué había procedido de ese modo, cuando decenas de vehículos que esperaban en la dirección contraria a la mía aguardaban pacientemente su turno. Con aire paternal y dentro de la más simple lógica, el buen hombre me respondió de esta manera: “Señor, si no lo hacía el problema sería peor”.

La cara se me iluminó: “¡Cáspita!, ¡Eureka! ”, exclamé para mí. ¡Cómo no se me había ocurrido.¡ Qué bruto soy!” Ante tal genialidad, sólo me quedó el recurso de felicitarle, pero al ver una libreta abierta en sus manos, le pregunté seguidamente que anotaba allí. Era un cuadernillo de multas, que había sido por las apariencias muy usado ese día. Parte de su obligación de llenar una cuota, supuse.

Por el espejo retrovisor, al despedirme, observé más adelante que detenía a un señor que conducía en la vía correcta. Sonreí y me dije a mí mismo que ese era un ejemplo típico del cumplimiento del deber al estilo oficial dominicano. En los demás países, la autoridad vela por que no se violen las leyes del tránsito. En el nuestro se desvelan por imponerles multas a los conductores.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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