El temor de las figuras públicas, políticos, funcionarios y líderes sociales, de enfrentar a los medios de comunicación cuando son objeto de acusaciones infundadas, terminará dañando a la prensa, aunque mi generación no alcance a comprobarlo.
Con el Internet y la facilidad que ofrece a todo el que quiera expresarse en las redes nadie escapa a la violación del derecho a la intimidad o de verse acusado sin pruebas, porque las personalidades públicas tienden a refugiarse en la comodidad que supone evitar las confrontaciones que alteran la tranquilidad y, muchas veces, hasta la estabilidad familiar. Pero ese temor, de cierto modo justificado, alienta la mediocridad, fomenta el desorden social y daña la reputación de la prensa, cuando la práctica invade los medios.
Cualquiera puede decir cuanto se le antoje en las redes sin consecuencia alguna. Y cuando se hace viral, es decir cuando se extiende y llega a millones de personas, hay un daño directo irreparable y consecuencias colaterales de iguales resultados. Una alta proporción de las denuncias publicadas a diario carece de sustentación. Y ya pocos respetan la norma clásica del buen periodismo de confirmar en cuantas fuentes sean necesarias la veracidad de las denuncias y de darle la oportunidad al agraviado de defenderse antes de su publicación. La práctica es hacer esto último cuando el daño ya está hecho.
Germán Ornes, maestro del periodismo, sostenía que el peligro de una demanda era y es la única manera de frenar esa práctica viciosa, convertida con el tiempo en un estilo y norma del periodismo especialmente en la radio y la televisión, al punto de que no se hace necesario excusarse cuando la falsedad de una denuncia temeraria queda en evidencia.
El internet es el más sólido garante de defensa de los derechos humanos y las libertades civiles. Pero es también un refugio de la mediocridad y perversidad humana.