Soy el mayor de cinco hermanos. En mi infancia mis tres o cuatro camisas y pantalones los heredaba mi segundo hermano; y a él, el tercero; y al tercero, el cuarto. La quinta no, porque era la niña de la casa. Decía Luis Pasteur, enseñado por nuestros padres: “No les evitéis a vuestros hijos las dificultades de la vida, enseñadles más bien a superarlas”.

Estaba prohibido ser ñoño. Quien se comportaba de tal modo recibía de inmediato su castigo. Todo era más simple, se resumía en alternativas: o nos comíamos el mangú o no cenábamos, o cuidábamos nuestros zapatos de goma o andábamos descalzos, o respetábamos a nuestros padres o nos daban “razonables correazos”. La mayoría teníamos lo esencial. Solo abundaban los sueños.

Mi generación se formó con una sana y noble competencia entre todos. En las tertulias, los jóvenes conversamos de literatura, de cuántos libros había leído cada uno y el que se quedaba atrás era “mal visto”. Discutíamos de política, de ideología, de la China de Mao y la URSS de Stalin, de la Yugoslavia de Tito, de la Cuba de Fidel, del Allende chileno, del imperialismo yanqui, de los “No Alineados” y del que al final entendimos que no era “un muñequito de papel”. Ser inculto era vergonzoso.

Pero no nos quedábamos en la teoría. Éramos los primeros en participar activamente en clubes deportivos y culturales, organizábamos verbenas parroquiales y dejábamos todo limpio al terminar la actividad, ayudábamos a la comunidad y al vecino que tenía necesidades, protestábamos contra las injusticias, había un serio compromiso social.

Por ello, destacarse no era sencillo. El talento era común en todas las clases sociales. Por ejemplo, basta recordar a esa luchadora y digna juventud de Pueblo Nuevo y de Los Pepines en Santiago. Nací y crecí en Los Jardines Metropolitanos en la Ciudad Corazón, era clase media y la mayoría de aquellos nobles mozalbetes son ahora profesionales destacados aquí y en el exterior. La Iglesia católica contribuyó mucho al respecto.

Los tiempos cambian, es cierto, pero debería ser para evolucionar. La juventud de antes y de ahora es muy distinta, y no me refiero a la tecnología, que es algo lógico, sino a las actitudes frente a la vida.
El joven actual que sea buena persona, respetuoso, razonablemente culto (que lea y reflexione), solidario con el prójimo y tenga iniciativa y metas para ser útil a la sociedad, sin dudas, será exitoso, simplemente porque tendrá poca competencia. Por suerte hay varios en esa línea positiva, pero tal vez no los suficientes como para continuar avanzando como nación. ¡Juventud, que no se oxide o se pierda su valioso divino tesoro! ¡Púlanlo, resáltenlo!

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas