Hay servidores públicos intachables que a veces se sienten innecesariamente aludidos por las críticas a decisiones del Gobierno e instituciones que representan.
Son varios los cuestionamientos que diversos de sectores de la vida nacional han externado con algunas oficinas públicas dominicanas por medidas particulares tomadas.
Lo anterior no se trata exclusivamente del Ejecutivo, pues informes de los Estados Unidos, sermones de sacerdotes, reportajes de investigación noticiosa, denuncias por organizaciones locales, entre otras, ponen en evidencia serias irregularidades en áreas de importancia medular como el Poder Judicial, e ineficiencia en otros órdenes como el Legislativo.
Esto ocurre con toda clase de servidores, funcionarios de Gobiernos que han sido objeto de escándalos de corrupción, agentes policiales que conforman una fuerza del orden cuestionada por su ineficacia e irrespeto a los Derechos Humanos, jueces de un sistema con inequidades que a veces se traducen en injusticia, y muchos ejemplos más.
Indiscutiblemente, cuando resalten conductas o situaciones negativas, la crítica es el trabajo más importante de los que construyen opinión, ya que para hacer propaganda hay departamentos y empresas de relaciones públicas muy bien pagas por las instituciones señaladas.
Lo anterior significa que lo malo hay que destacarlo para despertar atención en ello porque es sobre lo cual se necesita tomar algún tipo de acción, y por consiguiente, los actores del sistema que transiten por un camino diferente no deberían darse por aludidos.
Por ejemplo, dentro de este nuevo Gobierno existen muchos funcionarios incorruptibles y con hojas de vida limpias y sin cuestionamientos. En nuestra Policía con urgente necesidad de reestructuración hay agentes de buen corazón, que laboran con entrega y hasta han dado su vida por cumplir con su trabajo. En nuestro satanizado Congreso hay muchos legisladores que se preocupan por conocer las necesidades de sus representados y que actúan en consecuencia. Y en ese Poder Judicial con fragilidades producto de una dañina verticalidad, hay excelentes jueces, intachables, con vocación de servicio y honestidad probada incluso en el organismo que encabeza el sistema.
El problema es que las inconductas de algunos, que en ocasiones están incluso en la cúspide de la institución, empañan el resultado final que la institución muestra a la población de lo que ha sido su trabajo, y con ello las sanas conductas de quienes acceden al sector público para servir y no para servirse.
A fin de cuentas, lo ideal es luchar para que cada vez más espacios sean ocupados por gente con buenas intenciones y así dejarle menos lugar a los incompetentes, a los corruptos y a los hambrientos de poder. De esa forma, las cosas deben conducir a un saneamiento de nuestras instituciones. Pero mientras tanto, aunque algunas quejas y denuncias continúan, aquellos que no forman parte de hechos y actitudes non sanctos, simplemente no se pongan el sombrero.