La justicia poética, conocida también como ironía, consiste en el recurso literario en que la virtud es premiada y las malas artes reciben su repudio. Dicho de otra manera, es el karma expresado en la relación de causa y efecto que se manifiesta con el intercambio que se produce cuando todo cuanto se entrega retornará en igualdad de condiciones, y con el mismo ímpetu, sea para bien o para mal. Lo de poético será porque nada resalta más las cualidades de idealidad, espiritualidad y belleza propias de la poesía que la posibilidad de que alguien reciba lo que merece: el villano, los sufrimientos porque eso es lo que ha provocado a los demás y debe devolvérsele como un reflejo en el espejo y el noble, las bondades que ameritan sus acciones porque es lo que ha prodigado.
Ese equilibrio es el que justifica la responsabilidad civil, en que todo aquel que cause un daño a otro (intencional o imprudente) debe resarcirlo en la proporción del resultado; el binomio crimen-castigo del derecho penal en que las penas son el resultado del atentado que se comete contra la sociedad y la cultura popular de que el que la hace, la paga.
La aspiración de vivir en armonía que proclama la justicia de los hombres y también la divina es que cada quien reciba lo que le corresponde, no en balde en el catecismo nos enseñaron desde pequeños que los buenos van al cielo y los malos al infierno, lo del purgatorio es una justificación de los que permanecen en el medio, ni tan santos para estar en la gloria, pero tampoco tan malvados como para calcinarse en el fuego.
En la medida que esto sea posible y que cada cual ocupe el lugar que él mismo se ha buscado se evitan inequidades porque aquel que haya obrado de manera equivocada sabrá que tiene que pagar el precio de su desvarío y quien ha sabido elegir el camino correcto tendrá su recompensa. Ese es el escenario idílico que luce en su balanza la diosa Themis, sin embargo y como bien dijo Einstein en una oportunidad: “El mundo no está amenazado por las malas personas, sino por aquellos que permiten la maldad”. Y pensar que lo dijo hace más de siete décadas, sin embargo, el mensaje sigue tan vigente, contundente y cierto como el primer día.