En el lenguaje coloquial dominicano la expresión “se untó jabón” describe la conducta de alguien que, debiendo reaccionar de una manera, lo hace de forma totalmente opuesta o que, teniendo una responsabilidad, la evade. ¡Todo le resbala!
Nadie, en su sano juicio, podría pensar que en el ámbito de aplicación de la ley esta expresión pueda tener lugar y menos cuando se trata de los jueces que se presumen “…independientes, imparciales… y responsables..” (artículo 151 de la Constitución).
El juez tiene la obligación de cumplir la función de juzgar lejos de pasiones; consciente de que la función primordial de cualquier proceso judicial es la realización del derecho y de la justicia, la tutela de los derechos humanos y, por ende, la conservación de la paz y la armonía social, como diría Eduardo Couture.
Tal función resulta burlada cuando el proceso se utiliza de manera abusiva y perversa. Cuando, en nombre de un populismo histérico, se echan por tierra los más elementales principios y garantías que conforman el debido proceso, atentando contra la seguridad jurídica y contra el estado de derecho.
Siempre que un juez, en nombre de una justicia chapulinesca y populista, se “enjabona” y falla con base a razonamientos contra natura, desconociendo y retorciendo, olímpicamente, los más elementales principios del derecho, se revela como malvado y la maldad no es lícita aunque sea para conseguir el bien, como afirma el apóstol Pablo.
Se trata de una clara manifestación de la llamada tiranía de los jueces considerada por Montesquieu como la peor, pues es ejercida “a la sombra de las leyes y con apariencias de justicia”.
El juez que falla de tal forma debe recordar lo que advirtió el poeta Cerna al dictador Barrios:
Mañana que la patria se presente
a reclamar sus muertas libertades
y que la fama pregonera cuente
al asombrado mundo tus maldades;
al tiempo que maldiga tu memoria
el mismo pueblo que hoy tus plantas lame,
el dedo inexorable de la historia
te marcará como a Nerón, ¡infame!
Aquellos que desde las gradas ven la justicia como instrumento de venganza, tal vez santifiquen a los jueces enjabonados y reciban con júbilo una decisión fundada en el atropello gracioso de los más elementales principios y garantías, sin pensar que mañana será el llanto y el rechinar de dientes cuando esa misma sed de venganza toque a sus puertas.