Hace un tiempo escribí un tuit sobre José y nunca esperé despertar con esto sus reacciones airadas, como las de aquellos niños malcriados que no se pueden controlar.
En ese entonces, desde hacía más de sesenta días, venía criticando en forma urticante al nuevo gobierno que, a la sazón, coincidencialmente no había cumplido los tres meses.
Me llamó la atención su defensa a ultranza de un gobierno que terminaba, reconociendo solamente virtudes y ningún tipo de error.
Realmente, mi mayor preocupación era, y sigue siendo, que si no trabajamos juntos con sentido de nación y decidimos criticar todo lo que hace el gobierno, estaríamos trillando el camino hacia una recuperación más difícil.
En su columna venía mencionando frecuentemente que pertenecí a la Fuerza Nacional Progresista (FNP) hace muchos años y que eso me sirvió para conocer que mi carrera no era la política.
Tres partidos mayoritarios en diferentes momentos de mi vida pública me han ofrecido ser parte de sus organismos de dirección, lo que he rechazado, agradeciendo la deferencia y afirmándoles que puedo ayudar mucho más desde fuera, como lo he venido haciendo desde tiempo.
Me acusaba de salamero (persona que actúa con hipocresía para obtener cierto beneficio personal). Esta expresión, además de carecer de sustento y de no coincidir con mi carácter, es algo que José no puede demostrar con hechos y, obviamente, se queda en la infamia, algo en lo que se ha hecho experto.
Hablaba de “mejorar la dirigencia empresarial”, cuando realmente lo que debía hacer era revisar si lo que escribe realmente beneficia al país o si lo hace sólo para justificar igualas que tiene derecho a cobrar. Eso no admite cuestionamiento.
Hasta un momento sentí que nuestra amistad tenía sus altas y sus bajas, pero siempre había prevalecido. Lo recomendé, cuando dirigí el sector eléctrico para presidente del Consejo de la Empresa de Transmisión Eléctrica Dominicana (ETED). No coincidíamos cuando criticaba los altos sueldos, no sólo de ese consejo, sino de muchos más.
Me decía que leía muchos papeles, a lo que le respondí “que yo leí muchos más en el 1996, cuando siendo parte del consejo de la antigua CDE debía ver un montón de documentos del sector”.
Nunca entendí su acidez contra un importante líder político del país, hasta que un día la curiosidad me llevó a abordarlo sobre las razones del columnista para disparar tantos dardos envenenados contra él.
“Le tengo aprecio; me pidió verme y cuando lo recibí me dijo estar interesado en escribir mi biografía y le respondí que eso me halagaba. Pidió como avance 5 millones de pesos. Le respondí que prefería que alguien la hiciera gratis, después de mi muerte”, me comentó el político.
Reconozco que José es un gran intelectual, tan bueno que en su libro sobre un pariente que nos gobernó, trató de cambiar la historiografía para convertirlo en héroe, cuando realmente su registro histórico es de villano, de vendepatria y de ventajista sin honor.
Imagínense lo que es haber comprado con moneda inorgánica una cosecha de tabaco que llevó a la quiebra a los pobres tabacaleros. Y eso es de lo poco que hizo. Generaciones después, gente de su misma estirpe quebraría al país, a través de un negocio financiero.
A José no le conozco dotes de gerente. Creo que nunca ha gerenciado nada, más que un periodicucho que nunca alcanzó su sueño de ser influyente y que el viento se llevó. Por eso, cuando critica la capacidad gerencial de quien suscribe, no sé de qué parámetros parte ni qué base tiene para dar lecciones.
Retomando su reacción por aquel tuit, también me llamó mucho la atención que involucrara a personas que no tenían nada que ver con lo que yo, en un principio, entendía sería una discusión de amigos. Pero pensé en el físico alemán Bischoff, que relacionaba la inteligencia con el peso del cerebro. Quizás necesitaba involucrar a otros por algún temor relacionado con el peso.
José tiene sus ideas acerca de algunos empresarios; yo las tengo de algunos periodistas chantajistas. Hay un grupo de profesionales del área que no vende su alma ni su pluma, que su talento es más que suficiente para merecer anuncios o contratos.
Otros han hecho una gran fortuna insultando y tergiversando la realidad. Me acostumbré hace muchos años a no pagar ninguno de estos mercenarios y, en algunos casos, les he respondido con demandas judiciales, logrando retractaciones públicas.
Sé que estas diferencias con José, si no hubiese sido por la pandemia, que estaba en su pico más alto en ese momento, pudieron haber sido resueltas en un almuerzo, lo que ahora es imposible. José ha roto todos los límites, tiene su línea de tiempo en twitter llena de referencias a mi persona y, directa o indirectamente, trata de denigrarme. Nunca antes, ni en los tiempos de más acidez sobre el tema, tuvo a Punta Catalina tan presente como ahora. Todo lo que refiere acerca de la planta lo hace para desembocar en mi persona.
Incluso, hasta aprovecha hostilidades de terceros para montarse en la misma ola, con el objetivo de cumplir la misión que le han encomendado: atacarme, algo que en verdad me resbala.
Tengo años venciendo adversidades, soportando lenguas viperinas, por cierto de un grupito muy específico y reducido al que pertenece José y a quien debo decirle: Ofende quien puede; no quien quiere. Le aconsejo a quienes lo “aceitan” que midan el impacto de sus tuits, a ver si vale la pena el esfuerzo y si no es una pérdida neta.
Nota: Este artículo no es de ahora. Lo tenía escrito hace tiempo y decidí no publicarlo en el momento, obedeciendo a la petición de un querido amigo. Simplemente he cambiado los modos verbales para actualizarlo, pero la esencia no, porque José sigue siendo el mismo.