El 7 de octubre de 1976, el director de El Caribe, doctor Germán E. Ornes, dijo que la crisis de la libertad de prensa, tenía alcances y proyecciones mundiales y era la más aguda que había sufrido esa institución en la larga historia de la evolución de los derechos inherentes a la persona humana.
Ornes, entonces presidente de la Comisión de Libertad de Prensa e Información de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), habló acerca del estado de la prensa en las Américas, y lo caracterizó como “desastroso” en la reunión de la entidad periodística celebrada ese año en Williasburg, Virginia, Estados Unidos de América.
Precedida por una serie de sesiones de la comisión que presidía el director de El Caribe, Ornes dijo que en ese periodo de sesiones de diversos organismos de la SIP se hizo una revisión de todos los acontecimientos y situaciones que afectaban de una manera o de otra el desenvolvimiento de los medios libres e independientes de comunicación social en las Américas. De una manera general, dijo Ornes, “puedo asegurar que son muchos los factores adversos que inciden, de uno a otro extremo de las Américas, sobre el libre desarrollo de las actividades periodísticas independientes”.
“Cada día que pasa”, agregó, “son más los gobiernos, aun entre los que han sido elegidos mediante procesos democráticos regulares, que tratan de interferir en el ejercicio del periodismo o que buscan coartar el libre flujo de las informaciones”.
Los países donde se respetaba la libertad de prensa eran apenas un puñado en el Continente. Y aun en esos países la prensa vivía sujeta a severas presiones que muchas veces no provenían únicamente de los círculos oficiales sino también de grupos políticos e intelectuales que obedecían a consignas de corte claramente totalitario.
En lugar preponderante de la agenda figuraba la amenaza que constituía para la prensa libre de todo el mundo las nuevas concepciones sobre el papel de los medios de comunicación social que auspiciaba la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
En Williasburg continuó la batalla que se inició en San José de Costa Rica”, dijo, “Y estamos seguros que esa batalla seguirá en Nairobi, Kenia, donde la UNESCO volverá a la carga. Allí volveremos a defendernos de las doctrinas totalitarias que UNESCO trata de incorporar en un cuerpo de doctrina que sirva de apoyo a los regímenes autoritarios que, en todo el mundo, se empeñan en destruir la prensa libre”.
Ornes fue preguntado acerca del cual era su opinión sobre el estado de la prensa dominicana. “La prensa escrita es libre y funciona sin cortapisas de especie alguna”, respondió. Y eso, agregó, se reconocía sin reservas en el mundo periodístico internacional. Una demostración de ese reconocimiento era que la SIP había escogido como sede de su asamblea anual de 1977 a la ciudad de Santo Domingo.
Ornes añadió: “Quisiera poder decir lo mismo sobre la radio y la televisión; pero en esos medios ha habido injerencias administrativas indebidas, por parte de la Dirección de Telecomunicaciones, que constituyen a mi juicio, una seria amenaza al derecho constitucional a la libre expresión del pensamiento. Hasta que esa situación se aclare definitivamente hay que mantener reservas en ese campo. Pero debo advertir que en los últimos meses no se han repetido los enojosos incidentes que llevaron a las clausuras de programas y a la increíble prohibición de que ciertas personas hagan uso de la radio y de la televisión”.
Añadió que “en honor a la verdad” era alentadora la situación de entonces y era de esperarse que no se incurriera de nuevo en los errores pasados, aunque aún quedaba por levantarse la prohibición que pesaba sobre algunos líderes políticos, como era el caso que prohibía al líder de oposición José Francisco Peña Gómez, utilizar los medios electrónicos.
Sobre la posición oficial dominicana frente a la UNESCO, Ornes dijo que había completa identidad de criterio entre el gobierno y la prensa independiente. En San José de Costa Rica, añadió, “la República Dominicana y su gobierno se ganaron las simpatías de los periodistas libres de América por la postura vertical asumida por la delegación designada por el presidente Joaquín Balaguer”. Ornes alabó lo que calificó de “la fina ironía con que el delegado de nuestro país, don Rafael Herrera, refutó los extraviados conceptos que vertieron en la conferencia de la UNESCO los representantes de gobiernos dictatoriales y, sorprendentemente, de algunas de- mocracias, tales como Venezuela y Costa Rica”. Ornes dijo que tenía la firme convicción de que la línea dominicana no variaría y que se mantendrá firme en la asamblea de la UNESCO en Kenia.
Después de la conferencia de la SIP, Ornes viajó a Nairobi como parte de la delegación enviada por el Comité Mundial de Libertad de Prensa. Ese organismo era presidido por el periodis- ta norteamericano George Beebe, editor asistente de The Miami Herald. Además de Ornes formaron la delegación de El Caribe a la reunión de la SIP, la señora Virginia P. de Ornes, miembro del Consejo de Administración del periódico y Antonio E. Ornes, jefe de redacción.
Cinco días después, el 12 de octubre, El Caribe publicó el informe presentado por Ornes, a la SIP, cuyo texto fue el siguiente:
La característica común a casi todas las naciones del Continente americano es, en estos días, una creciente falta de respeto por los derechos inherentes a la persona humana. Y, como sucede en los períodos de máximo peligro para las libertades públicas, la prensa independiente es el blanco preferido de los desplantes y
actos arbitrarios tanto de dictadores como de gobernantes seudo- democráticos.
Los atropellos contra los medios de comunicación, así como contra quienes ejercen la profesión de periodistas no sólo se re- piten con una celeridad que pasma, sino que son de una gravedad que consterna.
Esos atropellos —que de un país a otro sólo varían en magnitud y frecuencia— están dirigidos a coartar el derecho a disentir y a sustituirlo por la extenuante uniformidad de criterio que, ya caracteriza al periodismo de aquellas naciones donde, como en Cuba, Guayana, Haití, Panamá y Perú, la prensa ha sido no sólo doblegada sino también convertida en sumiso instrumento de la propaganda oficial.
Larga y fastidiosa es la lista de abusos que se cometen contra el periodismo. Va desde la confiscación de periódicos y emisoras de radio y televisión y la censura abierta y caprichosa, pasando por la infiltración del periodismo por servicios de inteligencia, la intervención judicial para descubrir fuentes de información, hasta el arresto y asesinato de periodistas.
Nadie parece seguro
En el campo de las comunicaciones sociales nada ni nadie parece seguro ante la extendida y arbitraria injerencia oficial. Los gobiernos, empero, no son los únicos enemigos del periodismo libre en las Américas. Estos últimos son muchos, provienen de casi todos los registros del espectro político e institucional, y, en ocasiones, los hallamos enquistados dentro de la propia prensa.
En otras palabras, la innoble y abusiva tarea de coartar, silenciar o intimidar el periodismo libre no es ya patrimonio exclusivo de los gobiernos. Ese monopolio es disputado por terroristas de todas las tendencias, que se empeñan con vesania en dinamitar e incendiar periódicos al igual que estaciones de radio y televisión, así como en secuestrar y asesinar periodistas.
El más reciente, y también uno de los más repugnantes de esos actos terroristas, es el secuestro en Argentina del niño David Kraiselburd, de sólo dos años de edad. Ese artero crimen ha indignado y soliviantado a la comunidad periodística americana.
El dolor, la angustia y el tormento que embarga a la familia Kraiselburd —y muy particularmente a los padres, nuestros queridos Raúl y Cecilia— mientras esperan noticias sobre el parade- ro del niño secuestrado, es el dolor, la angustia y el tormento de todos los periodistas conocidos de las Américas. Y es que todos sabemos que la agresión a la familia Kraiselburd, la segunda en un plazo relativamente breve, es una agresión a todos los periodistas independientes, así como otra horrible manifestación de la hostilidad que mucha gente siente hacia periódicos libres, como El Día, de La Plata.
Clima de violencia
En este clima de violencia hay quienes no siendo periodistas también perderán muchísimo si los medios de comunicación son finalmente atemorizados, subyugados y silenciados. Pero lo triste es que no parecen darse cuenta de ello. De otro modo, ¿cómo se explica que partidos políticos, iglesias, sindicatos e intelectuales, apartándose de su misión tradicional de combatir ideas con ideas, encuentren curiosos argumentos para justificar, directa o indirectamente, la infame tarea, en unos casos de los terroristas y en otros de los mecanismos oficiales de represión?
El ambiente nada tiene de propicio para la libre productiva competencia de las ideologías. Y como consecuencia de la opresiva atmósfera existente, el generoso impulso hacia el ideal de la pluralidad de ideas e informaciones, una de las metas más elevadas de la civilización occidental, parece estar dormido, cuando no muerto. Nada tiene de extraño que en tales condiciones cosas que hasta hace muy poco nos parecían utópicas o de imposible realización se vayan materializando con una celeridad que espanta. Y nada tiene ya de raro que las extrañas teorías que informan las prácticas denigrantes de los ministerios de la Verdad y del Amor, tan bien descritos en la novela 1984, de George Orwell, se perfilen con alarmante frecuencia en los pronunciamientos de un elevado número de personas e instituciones con influencia en los destinos de la humanidad. Como piedra angular de todas las otras libertades, la libertad de expresión era hasta hace unos años parte integral del ideal común de la mayoría de los pueblos. Hoy bajo el peso de presiones casi irresistibles, la lucha por esa libertad se ha convertido en la casa de los pocos que, corriendo riesgos incalculables, se atreven a desafiar persecuciones y a resistir la opresión de los que mandan. El panorama dista mucho de ser plácido o agradable. Y las cosas han llegado a tal extremo que, ya sea por convicción, por indiferencia o por temor son muy pocos los que se atreven a alzar su voz para solidarizarse con quienes, a costa de ingentes sacrificios, luchan por alcanzar la verdad y ponerla al servicio de sus semejantes. Hay algo aún más deprimente.
Suerte de los periodistas
La suerte de los periodistas y de los intelectuales que sufren en aquellos países donde la censura y la denigrante au- tocensura limitan, obstruyen o impiden el libre flujo de las informaciones y las ideas, encuentra muy poco eco aún en aque- llos lugares donde todavía resplandece el sol de la libertad.
Debemos concluir, pues que, para todos los periodistas libres, es una cuestión de conciencia, combatir el fuerte movimiento existente dentro de la UNESCO para formar un cuerpo de doctrina internacional que sirva de apoyo a los dictadores y a los gobernantes seudo democráticos no sólo para destruir los medios independientes de comunicación social sino también para imponer a sus pueblos el tipo de uniformidad de criterio que ahoga siempre toda manifestación libre de voluntad popular.
El firme criterio de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), es que el periodismo libre debe formar un frente común, para oponerse a los designios de la UNESCO, y, por ello, esta en- tidad que agrupa en su seno los más importantes periódicos y re- vistas del Continente, jamás aceptará como válidos los principios anti libertarios que desde las tribunas de la UNESCO se tratan de imponer a la comunidad internacional de naciones.
Eso no quiere decir, sin embargo, que la SIP esté negada a aceptar aquellos conceptos válidos y justos que se formulen para garantizar a los pueblos el derecho a conocer o a expresar la ver- dad.
La SIP respalda
La SIP ha respaldado, respalda y respaldará todos los esfuerzos que se hagan por acrecentar el acceso de las mayorías de los medios de información y de opinión, así como para incrementar la capacidad de expresión de todos los hombres, pero jamás mediante la intervención de censores oficiales o de la implantación de códigos de conducta redactados por los dictadores o sus testaferros.
Como seres libres, los miembros, de la SIP deseamos que en el hogar de cada poblador de este continente proliferen los libros, los periódicos y las revistas; también deseamos que cada hogar cuente con su aparato de radio y de televisión.
Asimismo, nuestro deseo es que cada día haya más periódicos, más revistas, más cines, más casas editoriales y más estaciones de radio y de televisión. Igualmente queremos que todos esos me- dios de comunicación sean tribuna abierta al pensamiento libre e irrefrenable del ser humano.
La SIP cree en el derecho fundamental e inalienable de todo hombre a informar y a estar informado. En consecuencia, se opone y se opondrá siempre a toda tentativa de erigir barreras al crecimiento de los vehículos de expresión del pensamiento.
Así es como concebimos la posibilidad de un genuino pluralismo ideológico, basado en el libre choque de las ideas y en la búsqueda perenne por todos los medios y todos los expedientes legítimos, de la siempre esquiva verdad. Si los gobiernos quieren tener periódicos y agencias de noticias que los tengan. No nos oponemos a ello. A lo que nos oponemos, porque sería la negación absoluta y definitiva de la libertad de expresión y del derecho de los pueblos a conocer la verdad, es a que los gobiernos, cualquiera que sea la razón que invoquen, creen en su favor un monopolio de los medios de comunicación y hagan de la prensa una simple caja de resonancia de la propaganda oficial.
La SIP no critica a la UNESCO porque se preocupa por las cuestiones que atañen al derecho de los pueblos a estar informa- dos. La critica porque las ideas que apadrina tienden a restringir de una manera altamente peligrosa el derecho a la pluralidad de informaciones e ideas; porque tienden a ser de los gobiernos jue- ces únicos de lo que se puede publicar. Y eso, bien lo sabemos, es el camino más corto para sumir a los pueblos en la noche oscura de la ignorancia, y de opresión.
Las diferencias
Las diferencias entre la SIP y la UNESCO en el campo de las comunicaciones sociales, son vitales. La SIP aboga por un acceso y una participación genuinos, nacidos de la permanente posibilidad de un intercambio de ideas encontradas. La UNESCO, por lo contrario, se ha dejado arrastrar por corrientes de pensamiento que so pretexto de enmendar y ampliar conceptos de probada eficacia en el reino de la libertad de pensamiento, pondrán, en última instancia, a disposición de los gobiernos dictatoriales, autoritarios o simplemente desaprensivas elaboraciones filosóficas que hasta ahora habían buscado infructuosamente para justificar un esfuerzo sostenido tendente a controla la libre emisión de in- formaciones, ideas y opiniones.
Ese esfuerzo de los gobiernos para obtener poder omnímodo sobre la prensa lo que la SIP combate y combatirá siempre. Esa lucha tiene para la SIP y sus miembros los alcances de una cruzada. Pero no es una cruzada para molinos de viento. Es una cruzada para luchar contra un mal muy próximo y muy peligroso. En esa cruzada no estamos solos. Junto a nosotros están todos los periodistas y en general, todos cuantos no importa donde se encuentren, aman la libertad y desean vivir bajo su signo.