Quizás ya harte con la creencia u observancia de que las posibilidades de una segunda vuelta o balotaje son, en la presente coyuntura política-electoral -y peor después de febrero-, un craso error desde cualquier óptica, análisis o cálculo, pues tal presupuesto, al respecto (o más bien, desde la oposición), pasa, antes que nada, por aceptar que mayo-2024 es una incógnita a superar o despejar; y ya, de antemano -quiérase que no-, ese presupuesto es una ventaja neta para el adversario desde cualquier ángulo u óptica que se quiera justificar. Es más, al respecto, no caben argumentos o teorías que disipen al quijote, guerrero o político que lee a Sun Tzu o a Maquiavelo desde un optimismo de chepa o desde pensar que el otro -si jugamos ajedrez- hará su peor jugada (¿autoconsuelo o qué?).
Desde la única óptica que tal presupuesto es aceptable es desde la aceptación que se va a luchar por forzar algo, en todo caso subjetivo, que, de antemano, sabemos que debe ser sí o sí porque, per se, lograr algo de entrada resulta poco probable, dado que no partimos desde nuestra fortaleza individual o colectiva, sino desde una fragmentación política-electoral que no pudimos conjurar a pesar de los acuerdos a medias y los insuperables desencuentros o egos. Y nos preguntamos: ¿es eso política o subdesarrollo? Pero además, ¿y el país o el presupuesto Rescate-RD? También, ¿a la segunda vuelta?
Porque: qué lógica tiene ir unidos a nivel congresual y desunidos a nivel presidencial, si la suma, por más que se quiera diferenciar matemática de álgebra, dice que no da o que tal acuerdo sólo salva, si acaso, pedazos de poder en un país presidencialista. Que alguien me explique como es que pesos pesados y probados, se estén decidiendo correr por un chance incierto cuando todos sabemos que, juntos o agarrados de las manos, pueden derribar en el primer round. Eso, desde toda lógica política es inexplicable, a menos que, en el fondo o la superficie, alguien esté procurando el colapso del otro y mirando a 2028. Y si es así: sin duda, estamos ante los egos; y desde los egos no se construye nada, pero tampoco se rescata nada que no sea mirarse uno mismo en un espejo roto.
Y si sumamos todo lo anterior al hecho significativo de que en el país no hay cultura o tradición de segunda vuelta, a excepción de 1996 -y porque “el padre de la democracia” la facilitó para cerrar el camino malo, llámese, en el racismo balagueriano-trujillista, Peña-Gómez-, se hace más difícil construir una narrativa victoriosa, creíble, sin que el imaginario de las masas no sucumba o dude ante una tradición muy arraigada: votar por el que mejor venda que va a ganar en primera vuelta. O es que, desde la oposición, se obvia que todavía tenemos una “democracia” de memoria corta y donde el acto o momentum de ejercer el voto, en gran proporción, es una motivación de un día -llámese “logística del día D”- y su agregado “partido de clientes”-, un voy a votar por ti, y un diez por ciento de “conciencia ciudadana”. Y ese 10% es, justamente, el logro más tangible o presupuesto real para saber por qué forzar o empujar por una segunda vuelta, en primera instancia, es una debilidad; y, en segunda instancia, es entrar en tierra de nadie….
De modo tal que, al hablar de balotaje o segunda vuelta, antes que de matemática o álgebra, estamos hablando de eso: de tierra de nadie ¿Y quién va a la guerra a conquistar lo que es de nadie? Se va a la guerra por patriotismo o a conquistar un botín, aunque, por supuesto, habrá sacrificios o bajas difíciles de admitir (menos delante del sacrificable). Entonces, ya sabemos: en mayo, la oposición irá, más que nada u otra cosa, a forzar, ¡Increíble!, una segunda vuelta. ¡Válgame Dios! Pero, ni modo “donde manda capitán no manda soldado”. Ahí estaremos: en esa “ruleta rusa”.