El senador estadounidense Gaylord Nelson instauró hace 44 años el 22 de abril como un día para crear conciencia mundial respecto a la importancia de la biodiversidad bajo el nombre “Día de la Tierra”.
Mientras en casi todo el mundo se están organizando conferencias virtuales, exposiciones y actividades dentro de los límites permitidos por la pandemia para celebrar la fecha, organismos internacionales como la Organización de la Naciones Unidas (ONU) han presentado numerosos estudios e investigaciones técnicas que proyectan al planeta en gran peligro.
Esto así, no sólo por el aumento de temperatura que se espera como consecuencia del cambio climático, sino además por la reducción desproporcionada de recursos, por el debilitamiento de la capa de ozono y por una escasez de agua que afectará a casi tres mil millones de personas para el año dos mil veintisiete.
En República Dominicana llega la ocasión en momentos en que existen problemas de deforestación, contaminación y entre otras cosas, degradación de sus recursos naturales.
La penosa situación de las cuencas hidrográficas, el cercenamiento de áreas protegidas y la falta de sentido común para cuidar recursos que no son renovables o especies animales en peligro de extinción, conforman un panorama lamentable y del que derivan malas expectativas.
Ante esto, se hace necesario que en nuestro país a este tema medioambiental se le dé un sentido mucho más profundo y serio que el de una simple conmemoración. Y las personas que, ya sea por su condición económica, su poder, su inteligencia, su talento o, en general, sus circunstancias privilegiadas, tienen más posibilidades de ofrecer una ayuda efectiva, tienen sobre sus hombros un imperativo moral aún más fuerte de convertirse en agentes de cambio.
Hay contados ejemplos de individuos que han asumido con altruismo esa responsabilidad y con ello generan esperanzas. Sin embargo, hace falta mucho más, y de mucha más gente, para que los resultados sean palpables y conducentes a que se pueda garantizar un verdadero desarrollo sostenible para los dominicanos. Más empresarios que dediquen parte de su tiempo y su dinero para mejorar el medioambiente en nuestro país, más políticos que entiendan la trascendencia del tema y utilicen su poder de decisión en beneficio de la tierra, más intelectuales y científicos que se esfuercen en generar ideas y nuevas posibles soluciones al problema, y menos, mucho menos individualismo para lidiar con una situación que, lo comprendamos o no, nos importe o no, tiene y tendrá efectos colectivos devastadores.