La relación entre Pedro Henríquez Ureña y Jorge Luis Borges marcó profundamente la obra y el pensamiento del escritor argentino, quien no dudó en reconocer la deuda que tenía con el humanista dominicano. Henríquez Ureña, con su vasta erudición, no solo influyó en Borges como amigo y maestro, sino que también dejó una huella indeleble en su manera de entender la literatura, la lengua y la identidad cultural de la región.
Borges conoció a Henríquez Ureña en Buenos Aires, donde el dominicano se estableció en 1925 tras dejar México. Allí, en el fervor intelectual de la revista Sur y en las tertulias literarias, se gestó una amistad que Borges describiría con admiración y cariño. En sus palabras, Henríquez Ureña era un hombre que : “Había leído todo”, pero que usaba su conocimiento con extrema humildad, cediendo siempre el paso al interlocutor. Esta cortesía intelectual, combinada con su rigor, impresionó a Borges, quien vio en él un modelo de lo que debía ser un hombre de letras: Un dominio total del idioma y una cultura enciclopédica.
La influencia de Henríquez Ureña se percibe en varios niveles de la obra de Borges. Por un lado, está el trabajo conjunto en la Antología clásica de la literatura argentina (1937), un proyecto que Borges recordaba con gratitud y cierta autocrítica: “Henríquez Ureña hizo todo el trabajo, y aun así insistió en que yo cobrara mi parte”. Este gesto no solo revela la generosidad del dominicano, sino también su papel como guía en la exploración de las raíces literarias del continente, un tema que Borges retomaría en varios ensayos como “El escritor argentino y la tradición”. La visión de Henríquez Ureña sobre una literatura americana que dialogara con sus orígenes y a la vez se proyectara universalmente resonó en Borges, quien encontró en esa idea un eco para su propia búsqueda de lo infinito en lo local. Por eso Borges era tan argentino y universal.
Además, Borges rindió homenaje a Henríquez Ureña en su poesía y prosa. En el poema “El sueño de Pedro Henríquez Ureña”, incluido en El oro de los tigres (1972), recrea un sueño del dominicano con una voz serena que trasciende lo personal, un reflejo de la impersonalidad que Borges admiraba en su amigo. Esta pieza no es solo un tributo, sino una muestra de cómo Henríquez Ureña habitaba el imaginario borgeano, como un símbolo de la sabiduría callada que Borges aspiraba a encarnar.
En el prólogo que escribió Borges para la Obra Crítica de Don Pedro que editó el Fondo de Cultura Económica en 1960, escribe: “(…) el nombre de nuestro amigo sugiere ahora palabras como maestro de América y otras congéneres”; “(…) todo era ejemplar en aquel maestro, hasta los actos cotidianos”. Y sobre la cultura enciclopédica que poseía el dominicano, del cual se decía como de otros eruditos que no leía libros, sino bibliotecas, nos dice Borges: “Su memoria era un preciso museo de las literaturas”.
También, el genio argentino acepta con humildad la figura magisterial del dominicano, cuando expresa: “Su imagen, que es incomunicable, perdura en mí y seguirá mejorándome y ayudándome”. Esta muestra de respeto y admiración hacia el gran humanista dominicano, viniendo de Borges, no es “pluma e’ burro”.