Nadie esperaba que el proceso electoral venezolano sería fácil, y aunque algunos pensaron que sería más de lo mismo, muchos se decidieron a luchar activamente porque los venezolanos acudieran a las urnas y la oposición obtuviera una apabullante votación que demoliera las reiteradas argucias de Nicolás Maduro y sus secuaces para mantenerse aferrados al poder que detentan desde hace 25 años, pero la forma poco transparente y creíble en que el Consejo Nacional Electoral (CNE) lo declaró ganador, con un 51% de votos que es diametralmente contrario al resultado reflejado en las actas que posee la oposición, representa una estocada mortal a la esperanza que albergaban algunos de que los votos pudieran ser la vía para terminar con ese régimen y elegir un nuevo presidente.

La oposición venezolana logró superar grandes desafíos, se unificó y organizó una lucha sistemática y continua, y aunque fue imposible derribar el obstáculo de la injusta inhabilitación de Corina Machado, supieron seguir adelante con otra candidata, Corina Yoris, a la cual se le bloqueó la posibilidad de registrarse sin justificar razones, y sacaron debajo de la manga un candidato provisional, el exdiplomático Edmundo González, a quien luego convirtieron en candidato oficial y apoyaron de manera unánime, para traducir en votos a su favor el sueño de una Venezuela libre que muchos albergaban, mientras la calculadora del régimen es la que decide quién ganó y con cuál porcentaje.

Maduro había dado muestras de que llevaría a cabo una estrategia de miedo y de que no respetaría la voluntad popular cuando se atrevió a advertir sobre la posibilidad de un “baño de sangre” si sus partidarios no garantizaban la victoria el 28 de julio, y cuando vaticinó “resultados irreversibles”, lo que aunque no era nuevo asustó hasta a su amigo Lula quien le recordó que “el que pierde se lleva un baño de votos, no un baño de sangre”, pero la oposición liderada por Corina Machado valientemente resistió, y con el 73.2 % de las actas de votación que inteligentemente lograron recopilar de los testigos en las mesas de votación y publicar, reclama que ganaron las elecciones con 6.25 millones de votos frente a 2.28 millones de Maduro, y lograron que salvo el círculo de aliados habituales del régimen, la mayoría de los países y de las organizaciones internacionales reclamen la publicación de las actas que avalan los resultados, lo que el régimen se había negado a hacer.

Luego de dos días de protestas en las que varias personas perdieron la vida y muchas otras están heridas, mientras otras otros están detenidos, o temen por su integridad, Maduro apoderó a la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia, pidiéndole que certifique el resultado de las elecciones, como si no se supiera que ese poder judicial y todas las instituciones de su régimen responden a sus mandatos, y que ese ejercicio no será más que otra manipulación de los procedimientos y de las instituciones, como ha hecho con la farsa de sus procesos eleccionarios a los que acude no para someterse al escrutinio popular, sino a seguir vapuleando la democracia intentando cuando sus maniobras y sus hechos son propios de un dictador.

Que el baño de votos que la oposición venezolana tenazmente logró y que quedan reflejados en las actas publicadas por esta, no sean en vano y recuerden al mundo el valor de la democracia y sus instituciones, la vulnerabilidad de estas, y el peligro que representan los regímenes autocráticos, los dictadores de nuevo acuño que al igual que los de antaño, juegan a sembrar el miedo, a apostar al cansancio acallando los justos reclamos, y fabrican resultados y diseñan instituciones a la medida de sus insaciables apetitos.
Por eso la lucha de María Corina merece el reconocimiento no solo de su pueblo, sino de todos aquellos que creemos en la democracia y en la libertad, y debemos ir con ella hasta el final como ha sido su lema desde que inició este proceso, por espinoso e interminable que pueda parecer el camino.

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