En una sociedad acelerada y con ansias de inmediatez, la paciencia es un lujo olvidado. Nos cuesta aceptar que, para cumplir con ciertos trámites o lograr metas de gran importancia, es necesario hacer fila y esperar nuestro turno. Ya sea en el supermercado, en el banco o en la oficina pública, todos tenemos la misma obligación: respetar el orden. Y esta norma, tan básica, debería ser un reflejo de cómo abordamos la vida, especialmente en escenarios donde se busca un rol de liderazgo o una posición de influencia.

El problema es que, cuando alguien intenta saltarse la fila y tomar un turno que no le corresponde, rompe el esquema natural de cómo se deberían construir los liderazgos. Este afán de adelantarse a toda costa genera un desajuste en los círculos de poder, afecta la dinámica de los grupos que sostienen ciertas estructuras. Es entonces cuando, en lugar de seguir un orden lógico, todo se vuelve inestable y las “camadas”, incluso, pueden salir del poder o de los entornos de influencia por no entender esto.

En muchos casos, cuando los grupos de poder perciben que alguien intenta forzar su acceso sin haber llegado a su tiempo, muchas veces sin tener las debidas competencias, prefieren ver su propio liderazgo fracturado antes que permitir una dirección prematura. Se convierte en una lucha de egos, donde algunos prefieren ver sus alianzas fuera del poder antes que entregar el poder a alguien que no ha cumplido con el proceso de espera y formación.

En el ámbito universitario también existe la tentación de querer saltarse pasos. Hay quienes, ansiosos por una posición de dirección académica o administrativa, intentan cortar camino, sin comprender que, en las instituciones académicas, el proceso es tan importante como el logro final. El mérito y la experiencia no se adquieren de la noche a la mañana; deben ganarse con perseverancia y un respeto inquebrantable por las normas y los tiempos de cada etapa. Esto me lo dijo un estimado profesor, conocedor profundo de la vida universitaria.

La política nacional no escapa a esta realidad. Hay quienes buscan posicionarse rápidamente, creyendo que manejar algún presupuesto, tener chofer y una seguridad que les abre las puertas es suficiente para obtener “El Poder”. Pero la historia nos enseña que los liderazgos sólidos se construyen con paciencia. Aquellos que han sabido “hacer fila”, ganarse el respeto y formarse a través del tiempo, son los que logran perdurar, incluso cuando las circunstancias parecen difíciles.

Recordemos la anécdota del expresidente Joaquín Balaguer, según la cual, le dijo con su irónica sabiduría al profesor Bosch, en Cuba, que quien desea un mango, pero no quiere subirse al árbol, debe sentarse debajo y esperar a que caiga. Esa imagen del político paciente, que sabe esperar su momento, contrasta con la prisa y la impaciencia de muchos que hoy buscan atajos para obtener puestos y reconocimiento sin pasar por el proceso natural de aprendizaje y esfuerzo.

“Hacer la fila” no es resignarse, sino un ejercicio de disciplina y humildad. Es un recordatorio de que en la vida no se trata solo de alcanzar metas, sino de aprender en el camino y disfrutar cada etapa en su justo momento.
¡He dicho!

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