Una guerra, aun en los tiempos antiguos, está precedida de una planificación o de unos objetivos -ya territoriales, ya económicos o de demonio- que se trazan para recorrer una ruta o un trayecto tras un fin último: la victoria.

De modo que no se puede alcanzar resultados, en ningún ámbito de la vida en sociedad, si no hay una planificación y una gerencia efectiva que haga posibles los resultados esperados, pues los triunfos o las derrotas nunca son producto del azar -aunque el azar o la suerte resulten una categoría histórica-etérea- sino de aciertos o desaciertos en la ejecución de un plan o previsión a cumplirse en fases por actores aptos y debidamente jerarquizados o respetados por un comando central de campaña.

Por lo anterior, casi siempre, en todo proceso o fases de una guerra (y una campaña política-electoral lo es) entran en juego una serie de factores fácticos: a) el liderazgo de los que estarán al frente, b) la disponibilidad de recursos adecuados y a tiempo, 3) un mando central centralizado; pero, al mismo tiempo, con sentido flexible sobre la división estratégica y social de las tareas o empresas a llevar a cabo; y 4) la certeza de saber con quién o quiénes se cuenta en una determinada plaza.

Aquí es determinante la gerencia efectiva, pues fallos o inobservancias en la escogencia de los liderazgos y entrega de recursos a tiempo, podrían marcar la diferencia entre el éxito o el fracaso. Insistimos: si no planificamos ni llegan los recursos a tiempo, es como anunciar, de antemano, que estamos bajo la categoría del azar o de un “milagro” y una vez allí, lamentablemente, ya no hay certeza de nada. Porque habremos caído en una pésima gestión de “gerencia” no efectiva.

Y un ejemplo de gerencia no efectiva, es cuando los comandos centrales de una campaña no escuchan o no ponderan a los actores o líderes que están en el terreno o campo de acción donde se llevarán a cabo las hostilidades o enfrentamientos ya sean físicos, estratégicos o de inteligencia. Cuando eso sucede -y se da con frecuencia- casi siempre el desenlace es desfavorable al que comete la inobservancia.

Finalmente, una guerra se gana planificando a tiempo; y sobre todo, depositando confianza; pero, sobre todo, delegando en el liderazgo que estará al frente de cada batalla. Lo demás u otra cosa, es azar, milagro o carabina vacía. Incluso, una guerra se puede ganar desde el prestigio, la intimidación o la reputación (Robert Greene); pero jamás desde la rigidez o el simple “ordeno y mando”, o peor, desde el no escuchar al raso o general que está en el teatro de guerra dando el pecho o inmolándose. Y no se olvide que: la victoria tiene muchos dueños -incluso, al que la vio de lejos o buen resguardo-; pero la derrota tiene pocos. Así de simple, cruel o injusto.

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