Alas 3 a.m. la Quinta Avenida está vacía, casi muerta. Solo es posible ver “unos cuantos insomnes de paseo, algún que otro taxista que circula y un grupo de sofisticadas féminas”, las cuales “pasan noche y día en las vitrinas de las tiendas, exhibiendo sus frías y perfectas sonrisas”. Y se la pasan allí, sin moverse, “como centinelas” que escrutan “la calle silenciosa”.
Son bellas, bien vestidas y tienen “mejillas cuyos rubores durarán hasta que la pintura se desgaste”. Son como “diosas larguiruchas” de pies puntiagudos y “largos dedos de goma, que esperan cigarrillos que nunca llegarán”.
Los hay para todos los gustos, con unos increíbles “rasgos individuales”, pues los fabricantes siguen “la teoría de que no hay dos mujeres, ni siquiera de plástico o yeso, completamente iguales”.
Por esta razón, agrega Talese: “Las muñecas de Peck & Peck se elaboran para que luzcan jóvenes y pulidas, mientras que en Lord & Taylor parecen más sabias y curtidas. En Saks son recatadas y maduras, mientras que en Bergdorf’s irradian una elegancia intemporal y una muda riqueza”.
Es increíble la habilidad de los fabricantes de estos maniquíes para dotarlos de aparente humanidad. Estos fabricantes de los maniquíes de la Quinta Avenida tomaron como modelos a “algunas de las mujeres más atractivas del mundo”. Mujeres de piel tersa y rosada, casi transparente, y ojos normalmente claros.
Entre las hermosas mujeres que posaron como modelos para la realización de los maniquíes estuvo “Susy Parker, que posó para los maniquíes de Best & Co., y Brigitte Bardot, que inspiró algunos de Saks”.
Seguro este parecido con mujeres tan bellas y tan famosas es lo que atrae a tantos espectadores. Algunos duran horas mirándolos. Según Talese “el empeño de hacer maniquíes cuasihumanos y dotarlos de curvas es quizás responsable de la bastante extraña fascinación que tantos neoyorquinos sienten por estas vírgenes sintéticas”.
Es común ver padres que se detienen con sus hijas tomadas de las manos para verlos. Las niñas ven los vestidos multicolores, las prendas en las muñecas y el cuello de los maniquíes y los aretes combinados. Los padres notan la poca ropa que deja entrever la silueta perfecta. La niña sueña con ser adulta y vestir como ella; el padre se estremece, aprieta la mano de su hija y continúa la marcha.
Por ello quienes decoran las vitrinas hablan “frecuentemente con los maniquíes” y les ponen “apodos cariñosos”. También, “los maniquíes desnudos en un escaparate inevitablemente” atraen “a los hombres”, indignan a las mujeres y “sean prohibidos en Nueva York”.
Y concluye Talese con este párrafo genial: “A ellos se debe que algunos maniquíes sean asaltados por pervertidos y que una esbelta maniquí de una tienda de White Plains fuera descubierta no hace mucho en el sótano con la ropa rasgada, el maquillaje corrido y el cuerpo con señales de intento de violación. Una noche la policía tendió una trampa y atrapó al asaltante, un hombrecito tímido: el recadero”.
Recomendamos la lectura de este genial escritor norteamericano.