Gay Talese es uno de los pioneros del “Nuevo Periodismo”, donde los escritos son, o aspiran a ser, pequeñas obras de arte. Como dice en la reseña al texto: “Retratos y encuentros”, “Cada pieza está marcada con el elegante estilo de Talese, su exhaustiva investigación, su hábil uso de los diálogos, su característica construcción por escenas y, sobre todo, su infalible ojo para el detalle revelador”.
El libro de referencia reúne unos 14 trabajos, de estos comentaré el titulado: “Nueva York, ciudad de cosas inadvertidas”.
En este podemos ver la precisión en el detalle del autor y esa mirada que ve lo que otros pasan desapercibido, sea por la costumbre que suele esconde las cosas, incluso las más importantes, o por falta de tiempo para detenerse a mirar lo que está a simple vista. Aunque sea evidente que lo que “está a simple vista”, luego tiene un proceso de verificación y documentación del autor.
Talese nos habla de “millares de hormigas que reptan por la azotea del Empire State”, de una médium que afirma: “Soy clarividente, clariaudiente y clarisensual”, y de porteros corpulentos con “los ojos lo bastante aguzados como para detectar una buena propina a una manzana de distancia en el día más oscuro del año”.
También aporta muchos datos curiosos, como estos: “Los neoyorquinos parpadean veintiocho veces por minuto, pero cuarenta si están tensos. La mayoría de quienes comen palomitas de maíz en el Yankee Stadium deja de masticar por un instante antes del lanzamiento”. O: “Todos los días mueren en Nueva York unas 250 personas, nacen 460 y 150.000 deambulan por la ciudad con ojos de vidrio o plástico”.
Así nos habla de puentes como el George Washington que, a veces, es escalado por borrachos en las noches que al despertarse sobrios en la cima “por las mañanas se quedan petrificados y tienen que bajarlos brigadas de emergencia”.
Pero de todas las historias que refiere el texto de Talese, dos quisiera comentar: la de los tres tipos de gatos que existen en la ciudad y la de los maniquíes.
Según el autor existen los gatos “salvajes, los bohemios y los de media jornada en tienda (o restaurante)”.
Los salvajes “dependen, en cuestión de comida, de la ocasional tapa suelta del cubo de la basura, o de las ratas, y poco o nada quieren tener que ver con la gente (…) son desaliñados (y de) mirada perturbada ( y de) expresión demente (…)”.
El bohemio es “más dócil. No huye de la gente” y recibe en la calle alimento de amantes de los gatos que los llaman “niñitos, angelitos o queridos”, y llegan a las fábricas a la misma hora, la del almuerzo, de lunes a viernes, pero “nunca cae por allí los sábados y los domingos: como si supiera que la gente no trabaja en esos días”.
De su lado, el “gato de media jornada en tienda (o restaurante), a menudo un bohemio reformado, come bien y espanta a los roedores, pero acostumbra usar la tienda a manera de hotel y prefiere pasar las noches vagando por las calles”. Simplemente: genial.
Lo de los maniquíes, por un tema de espacio, quedará para otra Pincelada.