Después de haber recorrido un camino lleno de curvas imprevistas, he aprendido algo invaluable: la vida rara vez se ajusta a nuestros planes. Y, francamente, eso no es algo malo.
Como mujer que ha pasado por divorcios, la pérdida de seres queridos, cambios personales profundos y hasta la migración, sé bien lo que es sentir que el suelo desaparece bajo tus pies.
Aceptar los cambios no es fácil, pero con el tiempo he entendido que es necesario. Me tomó años dejar de pelearme con la realidad, de tratar de forzar las cosas para que se ajustaran a lo que tenía en mente. He aprendido a abrazar lo que viene, aunque no sea lo que esperaba. Y créeme, muchas veces no lo es.
Recuerdo cuando, después de mi segundo divorcio, me sentí completamente desorientada. Había invertido tanto tiempo y energía en construir una vida que simplemente se desmoronó frente a mí. Me frustraba, me amargaba, porque no podía entender por qué las cosas no salían como había planeado. La frustración es una compañera inevitable cuando lo que esperas no coincide con lo que recibes. Pero a veces, lo que recibes puede ser mejor de lo que alguna vez soñaste, aunque no lo parezca en el momento.
Para manejar la frustración, tuve que aprender a ajustar mis expectativas. No es que deje de soñar o de planificar, pero ahora lo hago con la flexibilidad de entender que mis planes son solo una posibilidad, no una garantía. Y está bien que las cosas tomen un rumbo diferente. El control es una ilusión, y mientras más rápido lo aceptemos, menos sufriremos. Dejar ir la idea de que tengo que controlar todo fue liberador.
Cooperar con lo inevitable, eso sí que fue un reto. Al principio, lo veía como una derrota, como si ceder ante lo que no puedo cambiar me hiciera más débil. Pero con el tiempo, me di cuenta de que la verdadera fuerza está en adaptarse, no en resistirse. La resistencia constante solo genera más dolor. Entonces, dejé de pelear con la vida y decidí fluir con ella.
He llegado a creer que, de alguna forma, todo pasa como debe pasar. No me malinterpretes, no estoy diciendo que el dolor o las pérdidas se sientan más ligeras al pensarlo así. Pero cuando miro hacia atrás, puedo ver cómo cada pérdida, cada cambio inesperado, me llevó a nuevas oportunidades y aprendizajes. La muerte de un ser querido, por ejemplo, me enseñó lo efímero y valioso de cada instante. La migración me abrió la puerta a descubrir nuevas versiones de mí misma.
Hoy, cuando las cosas no salen como planifiqué, respiro profundo y me recuerdo a mí misma: todo tiene su razón de ser.