A don Federico Henríquez Gratereaux -el más consumado ensayista-intelectual nuestro (Premio Nacional de Literatura-2017)-, deberíamos, ¡todos!, facilitarle una pizarra-aula (virtual-nacional) para que, en sucintas cápsulas pedagógicas, nos exponga los elementos cardinales de su pertinente y lúcido opúsculo-ensayo “Identidad persistente y mutante” (Tercera edición, 2017). Por supuesto, digo yo, en primera fila -aula-virtual- deberían estar: políticos, líderes, empresarios, intelectuales-“académicos”, maestros, ciudadanos; y los más prometedores-defensores, a largo plazo, de esos elementos cardinales, nuestros niños -de educación básica- y jóvenes.
Sería algo como lo que hizo Giovanni Sartori (politólogo-italiano, 1924-2017) con su texto-cápsulas “La Democracia en 30 lecciones” que, para nuestro caso, podría ser: Lecciones sobre “Identidad persistente y mutante” para edificar, educar y preservar nuestra identidad-histórica-cultural y, de paso, derribar mitos y auscultar en amenazas latentes (fenómenos-contemporáneos) a la luz de la historia universal.
¿Para qué una aula-virtual-nacional? La mejor respuesta, nos la da don Federico -en su breve ensayo-, cuando explicando el abc de un recorrido histórico-vital o precedencia de ciertas categorías históricas-sociológicas, nos ilustra: “La nación es, pues, una cristalización histórica; pero el Estado es un aparato político de coerción o fuerza; nación y Estado descansan ambos en la identidad de una población concreta. Identidad es el conjunto de factores unitivos que todos los habitantes de un país perciben como propios, de modo inmediato, sin que medie el razonamiento: en primer lugar, lengua y costumbres. Lo nacional significa lo que hemos sido siempre…” (pág. 10, Ob. cit.). De modo pues, que no puede haber duda sobre nación e identidad.
Al respecto, y para ilustrarnos de cómo diferencias de identidad han desembocado en guerras sangrientas, nos señala “…el caso de hutus y tutsis en Ruanda, dos tribus negras enfrentadas durante años”. Y a seguidas nos advierte: “…es deseable que los pueblos todos prolonguen sus acción en la historia, que no pierdan su identidad…”. Sin embargo, agrega: “Para que esas cosas ocurran es menester que los líderes políticos, pensadores y maestros de cada sociedad, cumplan con la misión social que les corresponde. Nunca esa misión es igual o, si se quiere, idéntica a la que cumplieron los líderes y maestros del pasado…” (pág. 18).
Finalmente, el referido ensayo nos trae un ejemplo bastante elocuente de disolución, que sirva quizás para vernos en un espejo-latente (histórico-geográfico-cultural): “…es oportuno decir que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), se disolvió por no haber sido formada por consentimiento consciente” (…) sino, “porque estaban” “pegadas con alfileres”.
En todo caso, su opúsculo-ensayo es un llamado, desde mi lectura-inferencia, a dejar atrás: “academicismo”-pendejo, patriotismo-fanatizado e irresponsabilidad política-histórica.