Gracias a los malos momentos porque nos hicieron identificar los buenos. A los percances de salud con los que pudimos valorarla; a las dificultades porque fueron momentáneas y nos llevaron a entender de qué material estamos hechos y que somos más fuertes de lo que creíamos. A las lágrimas que lavaron el sufrimiento y luego, fueron seguidas con carcajadas porque ningún padecimiento es eterno; al que nos traicionó que nos permitió ser menos ingenuos y detectar a las personas que conviene alejar, a la vez que preferir a las que nos suman y enriquecen el alma.

A los desplantes que nos enseñaron a ser humildes y a comprender que no somos los únicos seres sobre la tierra y existen otros a los que debemos respeto y consideración. A los que nos humillaron para aterrizarnos y tener un golpe de realidad; a los que ofendimos para que asimiláramos que el perdón no nos hace inferiores. Al conocimiento y a los estudios realizados con los que nos percatamos de que no lo controlamos todo y que siempre habrá alguien más sabio y con mayor experiencia. Al que nos tendió la mano, al que nos la retiró, al que nos abrazó y al que nos alejó para dar paso a otros que ocuparan su lugar. A los que se fueron, a los que llegarán. Al dinero que vino, al que se fue y no volverá. A los planes que quedaron solo en eso, proyectos que no se ejecutaron, a los que sí se lograron, a los nuevos cuyo desenlace desconocemos y constituyen retos qué afrontar.

A la familia que, a pesar de todo, está ahí para arroparnos, protegernos y querernos tal como somos porque el cariño trasciende cualquier mal entendido. A los amigos que en su variedad fueron el complemento de nuestra existencia. A la rutina con la que pudimos distinguir las aventuras para un cambio de escenario que nos liberó de lo habitual. A las oportunidades que dejamos pasar y a las que capturamos en su momento, a los errores porque con ellos descubrimos los aciertos y qué no debemos repetir.

A los que nos quieren y a los que nos detestan para aceptar que en la diversidad no es necesario agradar a todos; a las enseñanzas del antes y a la incógnita del después. A lo vivido, a lo sufrido, lo disfrutado y lo anhelado. Al triunfo, al fracaso, a los logros, a las frustraciones; al año que se acuesta a dormir y al que ahora despierta porque la vida es el trayecto, no la meta y, como bien decía Einstein, un recorrido en bicicleta en que debes seguir adelante, si quieres mantener el equilibrio.

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