Ya los tiempos en que se hacía la vieja política (desde los partidos) y con ello las campañas electorales, fueron sepultados por los avances científico-tecnológicos y la irrupción de las redes sociales que han pasado a ser, quiérase o no, las vías por donde la gente se “informa”-entera, exhibe, opina e interactúa sin ningún filtro o censor haciendo de los medios tradicionales meros espacios de publicidad gubernamental -o privada- y de “noticias” donde se trata de moldear o imponer una “opinión pública” que ya no es hegemónica ni de mucha credibilidad pública dado el amplio espectro del mercado de “noticias” en contraste o abierta competencia con otras plataformas de comunicación más modernas y diversas y de más alto consumo por su heterogeneidad temática y la adicción masiva-ciudadana al “ahora instantáneo”, gráfico-virtual y sin censura a la vieja usanza.
Dado ese diverso y complejo entramado en que se realiza lo que antes era información o comunicación lineal (radio, periódico y tv), pero que ahora es un monstruoso mercado donde tecnología y nuevos actores comunicacionales han modificado y redimensionado el mercado de la comunicación y la opinión pública; y que, en cierta forma, impactan y dejan obsoletas o con poca audiencia a las otrora vías comunicacionales lo que ha reorientado la política y el poder y, sobre todo, el cómo se realiza, logra y mantienen, obligando a políticos, poderes fácticos y medios a reinventarse para mantener vigencia, crear percepción pública y, de alguna forma, condicionar o teledirigir tendencias de opinión vía ese diverso universo que es hoy “informal” o comunicar noticias (falsas o no), trivialidades o crear percepción pública artificiosa en procura de hacerla realidad masiva para fines corporativos o de condicionamiento político, electoral y social…
En consecuencia, por ese marasmo o amasijo de intereses diversos resulta harto difícil y costoso vender, por mucho tiempo, una narrativa o impostura de una “realidad” falsa que tiene que competir con la realidad real-cotidiana y, además, no dejar fuera del mercado a los nuevos actores -influencers-youtubes- que bien pueden echar por la borda estratagemas proveniente de viejos actores-zorros de la comunicación tradicional -que se actualizaron y sufrieron una metamorfosis deontológica- en contubernio con los detentores del poder de turno; y es ahí, precisamente, donde los que tienen el poder o una parte -ya nadie lo tiene completo (Moisés Naím)- entran en lucha con los que no lo tenían o lo perdieron -llámese oposición- y quieren recuperarlo vía la única legalidad universalmente aceptada: elecciones libres y transparentes.
Y es aquí también donde las “encuestas” ya no son instrumentos de medición de preferencias o intención ciudadana política-electoral confiables o de credibilidad absoluta o relativa -al margen de la recurrente objeción de los desfavorecidos políticos en un momento dado-, pues, lamentablemente, son insumos de condicionamiento público que ya nadie discute y cuyos elaboradores -mercadólogos, empresarios o sociólogos- padecen la misma patología de los operadores de medios-oligopólicos (dueños, directores y “periodistas”), tradicionales o no. De ahí, tantas encuestas-embustes fallidas y pronósticos electorales propios de mercaderes, mercenarios, brujos o hechiceros…
No obstante, lo cierto es que percepción pública artificiosa si puede matar realidad y hacer creíble o de aceptación ciudadana un “triunfo” electoral inducido o prefabricado -donde, incluso, se puede desinteresar, por condicionamiento o manipulación mediática, a un gran público (abstención) en el entendido de que todos son iguales y que no hay esperanza o posibilidad de cambio real-, pues solo basta con hacer la fachada, que una sintonía de actores comunicacionales se pongan de “acuerdo” y que, también, como dijera la extinta y folclórica gobernadora Rosita Fadul, existan aún los “pendejos ellos…” que se dejan “joder”. En conclusión, de esa lucha se trata el próximo año: de quién se deja joder. Pero, ¡allá la oposición!