La alianza entre los principales partidos de oposición para las elecciones del 2024 ha sido sobreestimada por sus promotores y subestimada por los oficialistas. En ambos casos se entienden las reacciones, en lo que respecta a los discursos hacia afuera, porque cada quien debe hacer su trabajo de mantener la moral alta en sus tropas por un lado, y por el otro, de convencer de sus posibilidades a los indecisos, por aquello de que nadie quiere votar por el que va a perder. Pero el PRM y aliados deben estar conscientes de que el escenario cambia, porque ahora enfrenta a rivales que se han juntado y que hasta hace poco iban separados. En tanto, la oposición no puede cantar victoria, ni mucho menos, porque en el mejor de los casos, lo que se ha logrado ahora es un escenario más equilibrado. Hay que ver, sobre la marcha, los efectos de la alianza, pero en lo inmediato, una dosis de cautela no le cae mal a ninguno de los dos grupos que se enfrentarán en febrero y mayo del próximo año.

Nuevo escenario

La alianza fue más abarcadora de lo que inicialmente se pensaba, por lo que los efectos se sentirán en todo el territorio nacional, tanto en las elecciones municipales como en las congresuales. En el nivel presidencial, según lo que se ha acordado hasta ahora, solo impactará en el caso de una segunda vuelta que todavía no se sabe si se realizará. La primera prueba para los aliancistas de la oposición y para el bloque oficialista es febrero. Hasta ahora se entendía que el PRM y aliados ganarían en la mayoría de los municipios y distritos municipales. Así lo entendían incluso desde la oposición, aunque lo dijeran bajito. En el nuevo escenario, donde morados y verdes van juntos en gran parte de las demarcaciones, el PRM estaría obligado a ganar con mayoría absoluta en esas plazas. Antes de la alianza, podían imponerse con 40 por ciento o menos.

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