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El pasado 28 de diciembre, Día los Santos Inocentes, publiqué en mis redes: “Hoy me acaban de nombrar embajador en Siria, con sede en Israel. Ya inicié los contactos con los mediadores hutíes. Haré un gran trabajo en esa zona del Atlántico”.

A los pocos minutos empezaron las llamadas para felicitarme por tan alta distinción. Y no crean que eran personas analfabetas. Hasta profesionales con PhD creyeron en la inocente broma. La realidad es que no leyeron el texto completo, muy corto, por cierto. Se quedaron en la primera línea.

Es triste expresarlo: a los dominicanos no nos gusta leer y cuando lo hacemos es con una rapidez espantosa. No es carencia de inteligencia, porque somos bastante hábiles para muchas cosas, es que la lectura nos cansa rápido, la hacemos “por arribita”, como si llegar al punto final implicara nuestra pena de muerte.

Pocos leen, pregunten en un grupo si han leído a Pedro Mir, Salomé Ureña de Henríquez, Manuel del Cabral o los clásicos de la literatura universal o al menos un periódico del día. El interés por la lectura y la cultura cedió paso a la atracción por lo banal y comercial. ¡Triste del presente y futuro de la sociedad donde sus ciudadanos no leen!

Pero no basta leer, hay que saber leer, entender lo que se lee, interpretarlo, desmenuzarlo y sacar nuestras conclusiones. La lectura es una fuente que enriquece nuestra condición humana. Leer nos hace libres y nos motiva a pensar con luz propia más allá de las apariencias, sin las cadenas que nos impone la ignorancia.

La lectura es un excelente medio para evitar las manipulaciones y la falsedad. En ocasiones un libro olvidado, una pequeña historia, un artículo escondido, un pensamiento ligero o un refrán rescatado por la memoria, marcan para siempre nuestras vidas. Si nos llega algún libro cuyo contenido se aparte de nuestros principios, podemos leerlo si tiene calidad, no nos encerremos, busquemos su lado positivo, hasta el grado de que fortalezca nuestras creencias o las modifique, siempre para bien.

Sin leer no puedo vivir. Por ejemplo, amo los libros de cabecera, no nos defraudan; basta con alargar la mano y abrirlos y cerrarlos cuando nos plazca. Y los leemos a retazos o de un tirón y marcamos y doblamos sus hojas, no importa. Sabemos que no escaparán. Somos conscientes de que tienen sangre, de que no son objetos inanimados.

Me despido entre risas y llantos, resaltando que todavía algunos juran que pronto estaré en Tel Aviv, como embajador dominicano radicado en Damasco, jugando béisbol con los hutíes en una hermosa playa de Puerto Plata. ¿Habrá alguien que terminó de leer este artículo?

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