Marco Fabio Quintiliano fue un pedagogo originario de la provincia Tarroconense del Imperio Romano que vivió en el siglo I A.C. cuya principal disciplina era la retórica o la “ciencia del discurso”.
Su pedagogía no solo se basaba en las técnicas de la oratoria, sino que también formaba a individuos éticos y virtuosos capaces de utilizar el poder de la elocuencia de manera justa y responsable.
Uno de sus grandes aportes es el llamado “Vir Bonus” que se refiere al “hombre bueno” o al “individuo virtuoso” a quien debe estar dirigida la educación y la formación en la oratoria. Para Quintiliano, un verdadero orador no es simplemente quien posee habilidades retóricas, sino que también es una persona íntegra, moralmente recta y ética en sus acciones y palabras.
En la tradición de la retórica romana, el orador tenía un papel importante en la sociedad como modelo moral y ético por lo que Quintiliano enfatiza que el orador debe ser ejemplo de virtud.
Un “Vir Bonus” utiliza su elocuencia para el bien común y no para fines egoístas ya que tiene una responsabilidad social hacia la comunidad y debe utilizar sus habilidades retóricas para abogar por la justicia, la equidad y el bienestar de la sociedad en su conjunto.
Quintiliano también critica la mala oratoria y la retórica vacía que se utiliza con fines egoístas o destructivos. El “Vir Bonus” se opone a tales prácticas y busca promover la virtud, su legado perdura en la memoria colectiva y su influencia positiva continúa más allá de su muerte.
Tal perspectiva sobre la retórica y la ética sigue siendo relevante en la educación y en la formación de líderes comunicativos en la actualidad.
Si realizamos un profundo examen de cómo detener las conductas contrarias a la ética en la vida pública, así como de la manera de recuperar la confianza de la ciudadanía comprobaremos que no es a través de controles externos de quienes ejercen la función pública que impediremos que estos incurran en actos indebidos sino mediante su sensibilización y mediante el desarrollo de sus conciencias.
Debemos propiciar una mayor moralidad tanto en la política, como en los medios de comunicación, en los negocios, en los centros educativos y, especialmente, en la familia. Fomentar una vida en valores es la única forma de lograr la humanización de la sociedad completa. ¡Animémonos, pues!