Jesús es el gran modelo de todos los que le seguimos y lo tenemos como guía y soporte de todas nuestras acciones. Sus enseñanzas han sido reunidas en lo que podemos llamar el “evangelio de Jesús”. El significado de esa palabra es “buenas nuevas”. Esto quiere decir que el evangelio de Jesús son las buenas nuevas que él trae a nuestras vidas, que él tiene y nos da cada día. Y esas buenas nuevas están llenas de algo muy especial: El amor de Dios. La Biblia dice en 1ra de Juan capítulo 4, versículo 8, que “quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”.
Una característica muy común entre los que hemos recibido a Jesús como Señor y Salvador, es alimentar nuestra fe diariamente a través de la lectura de la Biblia y de devocionales, que son una especie de senderos de luz, breves y precisos, que nos ayudan a entender las enseñanzas de Jesús y el propósito de Dios para nuestras vidas. Y sobre ese amor de Dios mencionado más arriba, esta semana en un devocional que realiza el apóstol colombiano Basilio Patiño, encontré una hermosa y extraordinaria reflexión sobre el evangelio y el verdadero amor cristiano, la cual comparto con todos mis lectores:
“El Evangelio no es una fórmula doctrinal para la salvación del individuo, sino las Buenas Nuevas de la acción de Dios por medio de Jesucristo, con miras al cumplimiento de su propósito para toda la humanidad y la creación. Y estas Buenas Nuevas se comunican, no sólo en palabras, sino en acciones; no sólo por lo que se dice y se hace, sino por lo que es.
“Por lo tanto, la iglesia debe verse como la comunidad del Rey en la que, todos sus integrantes, participan de manera activa utilizando sus dones y habilidades, se relacionan y ayudan mutuamente poniendo en práctica los valores del reino y se proyectan hacia la sociedad, llevando de manera pertinente y de una forma creativa, el mensaje transformador del Evangelio del Reino.
“Fundamentalmente, la iglesia es un cuerpo interdependiente y en donde cada persona tiene una función específica, importante y necesaria, que ha sido equipada por el ministerio quíntuple para alcanzar su pleno desarrollo y madurez, a fin de que todos comprendamos y nos concienticemos, que tenemos una misión que cumplir, un mensaje que predicar y una meta que alcanzar.
“La acción transformadora es una actitud, en el orden del ser, que da origen a un conjunto de actividades del hacer en las que, una persona o un grupo, arriesgan su existencia para hacer de ella su estilo de vida, conforme a los principios del Reino. Por lo tanto, el compromiso cristiano, es el resultado de una vida planteada y vivida según las exigencias del reino; es decir, desde el amor de Dios.
“El amor cristiano, como única raíz que puede llevar a una acción transformadora, no es sentimental ni ideológico; es profético, pues choca con la hipócrita filantropía del mundo; es eficaz, pues no se confunde con la buena intención sino que mueve a los gestos concretos; y es universal, pues desde los más débiles se dirige a todos.
“En el contexto de injusticia en el que hoy vivimos, el amor cristiano es necesariamente conflictivo y comprometedor, pues sabe que la neutralidad equivale al predominio del desamor. Siguiendo a Jesucristo, aprende que el pecado tiene nombres concretos en la historia, y se manifiesta no sólo en el individuo, sino en la sociedad también. Siguiendo a Jesucristo, comprende la iglesia que la praxis del amor es lo más importante que tiene que realizar; y que ese amor necesita ser eficaz, realmente transformador, y por ello debe llegar no sólo a las personas, sino a la sociedad como tal, a las mayorías oprimidas; es decir, debe ser la justicia de Dios en Cristo”.