Si fueran los hombres a quienes la naturaleza hubiese asignado la facultad de quedar embarazados, República Dominicana no estaría hoy incorporando en su marca país ser uno de los 17 países del mundo en los cuales el aborto, sin importar la causa del embarazo, está prohibido. Nadie, absolutamente nadie, objetaría las tres, perdón, las cinco causales que posibilitarían al hombre abortar.
En primer lugar, no habría sacerdotes o pastores con el “factor C” que requerirían para montar campañas y realizar caravanas en contra del derecho de los hombres a abortar en caso de las cinco causales del aborto: el embarazo generado producto de violación o incesto; el embarazo que arriesga la vida del hombre; el embarazo tipificado como malformación fetal incompatible con la vida; por razones económicas; o por incompatibilidad temporal con el desarrollo profesional del hombre. Como a las mujeres en nuestras sociedades machistas se les tiene en un segundo plano, las causales cuatro y cinco no pueden ser planteadas ni debatidas.
En segundo lugar, porque si el embarazo fuese una licencia monopólica otorgada por la naturaleza a los hombres, la prohibición del aborto, bajo cualquier circunstancia, drenaría la riqueza que durante más de dos milenios ha acumulado la Iglesia Católica e irremediablemente la llevaría a la quiebra. Sé que lo que voy a plantear ahora a muchos les lucirá ofensivo, crudo o hiriente. Eso sucede en las sociedades donde siempre es posible decir todo, menos la verdad. Les pido que me perdonen. Tengan en cuenta que, en sociedades rezagadas como la nuestra, promover reformas demanda en ocasiones sobrepasar la frontera de lo políticamente correcto, más aún, cuando en el frente anti-reforma la artillería es descomunalmente poderosa. Los que no estén preparados para leer lo que sigue, deténganse aquí, pasen la página y lean algo que no consideren como una irreverencia imperdonable.
Como consecuencia de la aberración del celibato, los seminarios católicos alrededor del mundo han sido inundados por jóvenes con inclinación natural hacia la homosexualidad. Estos jóvenes encontraron en esos recintos la guarida ideal para librarse de las presiones que les imponían las sociedades machistas y heterosexuales del mundo. Retomemos el supuesto de un Dios o naturaleza bromista que confiere al hombre la responsabilidad de ser el albergue del embarazo. ¿Cómo habría lidiado la Iglesia Católica con millones de embarazos de seminaristas, sacerdotes, obispos, monseñores, arzobispos y cardenales? No tengo la menor duda de que si la naturaleza les hubiese asignado a los hombres el monopolio del embarazo, las iglesias, comenzando con la católica, habrían sido menos dogmáticas, más humanas y, sobre todo, menos soberbias frente al drama que enfrenta una niña embarazada por violación o incesto que se debate entre continuar o no con ese embarazo no deseado.
¿Qué habría pasado con los activos y el déficit financiero de la Iglesia Católica, si esta hubiese mantenido una oposición férrea a los derechos de los hombres, incluyendo seminaristas y sacerdotes, de abortar en el caso de una de las cinco causales mencionadas? Los primeros habrían colapsado. El segundo, saltado al cielo. Los activos de la Iglesia habrían sido vendidos o liquidados para cubrir el déficit. Frente a la erosión de la imagen de la Iglesia provocada por la pandemia de embarazos en sus filas, los ingresos por limosnas caerían estrepitosamente, acentuando el déficit y agotando las riquezas restantes. Como el Vaticano no tiene un banco central que emita una moneda de reserva ni tampoco cuenta con ingresos tributarios que permitirían emitir bonos soberanos, la quiebra sería inevitable. Estoy seguro de que la economista jefa del FMI, Gita Gopinath, antes de producirse la quiebra, habría recomendado al colegio cardenalicio permitir el aborto a los hombres bajo las cinco causales indicadas.
Para desgracia de las mujeres, el ejercicio anterior es fruto de un supuesto descabellado. Fue a ellas que la naturaleza escogió como geografía para localizar el embarazo. La desgracia es magnificada por el sesgo predominantemente machista de muchas de las religiones que se han autoproclamado como monopolistas de los valores morales y éticos que deben acoger, cumplir y respetar los humanos. Sé que algunos no perciben ni aceptan el señalamiento del sesgo machista de la Iglesia que Jesús edificó sobre la roca representada por Pedro. No se cómo podrían explicar entonces el hecho de que a la Iglesia Católica le tomó 2,016 años reconocer que María Magdalena no fue prostituta, adúltera, pecadora o una mujer poseída por siete demonios. Tuvo que esperar a que el papa Francisco, 2,016 años después, la reconociera como Santa María Magdalena, “la apóstol de los apóstoles”. O que 2,021 años después de Pedro haberla fundado, todavía la humanidad siga esperando por la primera mujer sacerdote. Prefieren tener a sacerdotes con el cerebro desamueblado que predican insensateces con faltas de sintaxis y ortografía en lugar de mujeres sacerdotes con capacidad para nutrir el creciente déficit de predicadores capaces de transmitir, con efectividad, el mensaje de salvación que enfrenta la Iglesia Católica. ¿Son menos capaces las mujeres que los hombres? Esa no ha sido mi experiencia. Durante mis años como profesor de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra y la Unphu, las mujeres, en promedio, siempre fueron mejores estudiantes que los hombres. Hoy día, el Departamento del Tesoro de los EE. UU. y el FMI están dirigidos por mujeres economistas de capacidad probada y prestigio internacional.
Lamentablemente, eso no sucede en el mercado de las religiones. El machismo religioso ha logrado imponerse en las geografías más pobres, más violentas, menos desarrolladas y menos educadas del mundo. Como indicamos anteriormente, sólo 17 de 200 países del mundo incluyen en su marca país la prohibición del aborto bajo cualquier circunstancia, lo que afecta al 3% de las mujeres del mundo, pues el restante 97% vive en geografías gobernadas por Estados que respetan los derechos de la mujer. El nuestro nunca los ha respetado. En campaña, todos nuestros políticos dicen respetarlo. Cuando les llega el turno de gobernar o legislar, tiemblan ante el chantaje moralista de púlpitos de arena. Como Pilatos, prefieren perdonar a un sacerdote violador de un niño, y condenar, destruir o hipotecar el futuro de una niña violada por un desalmado.
La prohibición a rajatablas del aborto, el subdesarrollo, la pobreza y la violencia parecen ir de la mano. El ingreso anual per cápita promedio en los 183 países que permiten el aborto en situaciones específicas alcanzó US$11,478 en el 2019; en los 17 países que no lo permiten, apenas llegó a US$3,045, cerca de la cuarta parte. Mientras el Índice de Desarrollo Humano (IDH) promedio en los 183 países que permiten el aborto es de 0.717, en los iluminados países que lo prohíben, apenas alcanza 0.661. Mientras la incidencia promedio de la pobreza en el 2019 fue de 19.5% de la población en los 183 países que permiten el aborto, en las 17 geografías donde prevalece la inquisición en contra del aborto bajo las tres causales, la pobreza ascendió al 33.8% de la población, casi el doble. Todos aplaudimos a la Iglesia Católica cuando plantea su opción preferencial por los pobres. Lo que no podemos aplaudir es su postura en contra del aborto sin importar la causa del embarazo, consciente de que la misma generalmente acentúa la pobreza, la marginalidad y la violencia.
Mientras los estudiantes de los países que permiten el aborto que participaron en las pruebas PISA del 2018 obtuvieron una calificación promedio en lectura, matemáticas y ciencia de 500 puntos, en los países donde el aborto no es permitido bajo ninguna circunstancia, la calificación promedio fue de apenas 349. Por eso el discurso de la Iglesia Católica en contra de la libertad de decidir que debe tener una mujer o niña violada sigue teniendo acogida en algunas geografías. En otras palabras, la ignorancia de los pueblos les sirve como caldo de cultivo. De los 962 Premios Nobel otorgados entre 1901 y 2020, apenas uno fue concedido a una persona que nació en uno de los 17 países que prohíben el aborto sin importar causales del embarazo.
Finalmente, la tasa de homicidios intencionales por cada 100,000 habitantes en los países que permiten el aborto fue de 5.4 en el 2019, 50% más baja que la tasa en los países domados por la jerarquía católica para que lo prohíba sin importar causal del embarazo (10.6). No puede ser de otra manera. Muchos de los nacimientos provenientes de embarazos indeseados por cualquiera de las cinco causales que mencionamos anteriormente, terminan como niños desatendidos y atrapados por las redes de la delincuencia y las drogas.
Los opositores al aborto bajo las tres causales consideran absurdo legalizar su práctica para hacer frente a un puñado de casos que podrían presentarse. Parten de las informaciones suministradas por las víctimas a la Procuraduría General de la República para defender su posición de tolerancia cero con el aborto. Olvidan, sin embargo, el reporte “Sexual Violence in Latin America and the Caribbean: A Desk Review”, de marzo de 2010, publicado por Sexual Violence Research Initiative, el cual estima que “solo alrededor del 5% de las víctimas adultas de violencia sexual en la región denuncian el incidente a la policía.” Utilizando el factor de expansión implícito (20) en ese porcentaje de denunciantes, en el caso de República Dominicana se tendría que en el 2019 tuvimos 28,060 violaciones sexuales y 8,720 incestos. Obligar a las mujeres y niñas violadas a continuar esos embarazos en contra de su voluntad o forzarlas a recurrir a un mercado informal de servicios de interrupción de embarazos, constituyen prácticas típicas de inquisidores torquemadistas.
Recientemente, conferencistas internacionales que han visitado el país y rechazan el aborto bajo cualquier causal, han propuesto que, a las mujeres y niñas embarazadas por violaciones o incesto, se les ofrezca la alternativa de dar en adopción el fruto del embarazo no deseado. Particularmente, me parece razonable que a la mujer o niña embarazada se le ofrezca esa alternativa conjuntamente con la opción de ejercer el derecho al aborto por la causal del embarazo. Debemos respetar el derecho y la libertad de escoger que debe tener la victima. La imposición de una opción única es el ADN de las dictaduras políticas y las inquisiciones religiosas.
Si la Iglesia Católica favorece la opción de la adopción, lo razonable es que la víctima reciba, durante todo el tiempo que dure el embarazo, una compensación monetaria por el sacrificio y contribución que hará a la sociedad y a la Iglesia al aumentar el número de niños disponibles para ser adoptados por parejas que desean hacerlo. Quizás, una contribución de un millón de pesos por embarazo, podría motivar a mujeres y niñas de bajos niveles de ingreso que han quedado embarazas producto de una violación o incesto a continuar el embarazo. El Estado dominicano y la Iglesia Católica podrían contribuir al establecimiento de ese Fondo para Estimular la Continuación de Embarazos No Deseados. Sería injusto que el Estado cargue por si solo con el financiamiento del Fondo. La contribución de la Iglesia Católica podría materializarse a través de la terminación del Concordato que le confiere múltiples exenciones y exoneraciones de impuestos. Los ingresos del Gobierno aumentarían cuando todas las iglesias, no sólo la católica, cedan sus exenciones y exoneraciones. Adicionalmente, los cientos de miles de católicos abanderados de la consigna Pro-Vida, claro, mientras no sea una de sus hijas la embarazada por violación o incesto, en adición a la insignificante limosna que dan los domingos, podrían hacer aportes adicionales para nutrir el Fondo. De esa manera, como dirían los norteamericanos, “they would put their money where their mouth is”.
Algunos recomendarían que el aporte adopte la figura del pago de una compensación al Gobierno dominicano por los daños que en el pasado algunos de sus miembros hayan causado a miles de jóvenes y niños abusados en nuestro país. Existen modelos para estimar el costo de estos abusos, los cuáles podrían ser utilizados en una negociación constructiva entre el Gobierno y la Iglesia Católica. Particularmente, no estoy de acuerdo con la última modalidad. ¿Por qué? Porque de facto estaríamos asumiendo que nuestros sacerdotes son culpables de abusos que tienen origen en la selección adversa que provoca el celibato. Estoy seguro que una persona de fe preferiría que sea Dios, y no humanos imperfectos, quien actúe como juez tanto en el caso de un sacerdote pederasta como en el de una niña embarazada por una violación o incesto que decide abortar. Quienes sostienen que el embarazo por violación o incesto es una “obra de Dios”, “algo que Dios quería que ocurriera”, como han llegado a plantear algunos políticos para defender su postura contra el aborto, solo consiguen erosionar la fe en el Dios del cual, cuando niños, nos hablaron en la liturgia dominical y en nuestros hogares.
Nuestros legisladores, muy posiblemente, terminarán rechazando la inclusión en el Código Penal de las tres causales como detonante de la terminación no penalizada de embarazo. Nunca han tenido y no tienen el factor C que se necesita para hacer lo que hicieron los legisladores chilenos frente a la poderosa jerarquía de la Iglesia Católica de ese país. El Poder Ejecutivo, mientras tanto, afirma que no puede imponer su criterio a los legisladores. Los líderes y los reformadores no imponen, convencen. Así como Leonel Fernández fue en 1997 al Congreso a convencer a sus legisladores y a los de la oposición sobre la necesidad de la políticamente costosa capitalización de las empresas públicas, a Luis Abinader la historia le ha reservado la responsabilidad de convencer a sus legisladores del porqué República Dominicana no debe seguir pisoteando los derechos de la mujer dominicana, permitiendo el atrevimiento, el irrespeto y la cobardía de hombres de iglesia que quieren intervenir en una decisión íntima, seria y trascendental que sólo compete a la mujer indebidamente embarazada.
República Dominicana no tiene capacidad para terminar el machismo religioso. Si a la Iglesia Católica le tomó 2,016 años cambiar la versión que tenía de María Magdalena, habrá que tener paciencia, mucha paciencia. Con lo que sí podemos y debemos acabar, como logró Chile en 2017 durante el gobierno de la presidenta Michelle Bachelet, es con el chantaje religioso. ¿O tendremos que esperar que una mujer asuma la presidencia de la República para que la mujer dominicana tenga la libertad de decidir, como decidiría cualquier “hombre embarazado”, si continúa o no con un embarazo provocado por las tres causales?