El periodismo de bocinaje -pro-gobierno o pro-oposición- echó raíces en nuestro país, pues ambas modalidades son una expresión fehaciente e irrefutable de la existencia de una periferia política-mediática que se posicionó en una profesión tan vital y necesaria en un régimen democrático y de garantías de derechos ciudadanos. Sin embargo, ambas modalidades -junto a las redes sociales y noticias falsas- se han convertido en un verdadero desafío para la supremacía del otrora periodismo objetivo, de investigación y contestatario -post-dictadura trujillista y bonapartismo balaguerista (1966-78)-.

Hoy, prácticamente, no hay un medio “informativo”, salvo escasas excepciones, que no esté permeado, o, de alguna forma, atrapado “pluralmente” por esa degradación: una suerte o mezcolanza de periodistas, intelectuales y enganchados unificados en objetivos político-electorales y no en informar sin banderías políticas.

Y nadie puede negar que, incluso, desde la oposición -2004-2020- se articuló toda esa batería periodística-mediática e intelectual (periferia política), fungiendo de partido de oposición y llegando a confesar -en voz de su vocero o buque insignia-, sin ambages o pruritos éticos-deontológicos, su rol político-electoral en contra de la supuesta “dictadura peledeísta” o partido “hegemónico”, y a favor del “Cambio” en 2020.

Y ese interregno -2004-2020- del diarismo nacional estuvo signado por un periodismo político disfrazado de “hacedores de opinión pública” que hoy hace mutis allende los mares, inundado de publicidad estatal, dándose golpes en pecho (una minoría que se quedó “oliendo donde guisan”) y otros haciendo de aliados estratégicos (en retirada) o haciéndose “sordo, ciego y mudo”, como cantó Shakira.

Ese “periodismo” era un látigo político diario en contra del PLD-gobierno venido de esa batería política-mediática; y lo peor: que el PLD-gobierno hasta premió y distinguió a no pocos de esos “comunicadores” y periodistas con publicidad estatal, veedurías y hasta posiciones en la administración pública -para ellos o sus familiares- en la ingenua creencia de querer cooptarlos. Mientras, los afines -política e ideológicamente-, excepción dos o tres -que les fue requetebién-, fueron marginados y no tomados en cuenta.

Igual, no hubo un acto de corrupción pública o de vinculación -hasta de una simple fotografía- política-bajo mundo que no fuera reseñado en toda su cobertura -como debería ser hoy-; y se llegó al colmo, incluso, de que todo peledeísta, sin distinción alguna, fue sindicado, por ese “periodismo” como corrupto. Instalar esa percepción en la “opinión pública”, fue un factor clave-estratégico para la derrota del PLD en 2020. Por supuesto, junto a otras razones y sin negar el flagelo.

Finalmente, hoy al PLD le hace falta esa batería periodística-mediática que juegue ese rol político -y con ello, no estoy negando o justificando la degradación-, tal cual lo hacen -y lo hicieron- por el PRM-gobierno o, en defensa rabiosa de un ex presidente que tiene una periodista, entre otros (viejos zorros del oficio), tan “objetiva” que hasta ella misma ignora (¿?) su condición, innegable, de vocera.

Moraleja: un partido-gobierno que no gobierna, al menos en la ejecución de sus líneas programáticas y estratégicas, con sus afines y aliados corre el riesgo de “clamar en el desierto”, pues, todo acierto o yerro, inexorablemente, caerá en sus siglas, ¿o no?

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