Terminemos la conversación sobre el polisémico concepto de identidad de género, que posiblemente ya esté incluido de manera subrepticia en alguna ley dominicana. Lo primero que me interesa preguntarles a quienes abogan e insisten en esconder este tema es simple: ¿qué es la identidad de género? Y quisiera, por favor, una definición legal que no recurra a estereotipos sexistas ni que se base en definiciones circulares. Tómense su tiempo, que yo espero.
La Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer (firmada por la República Dominicana el 17 de julio del 1989 y ratificada el 2 de septiembre del 1982) afirma que los Estados parte, deberán “modificar los patrones socioculturales de conducta de hombres y mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de los prejuicios y las prácticas consuetudinarias y de cualquier otra índole, que estén basados en la idea de la inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos o en funciones estereotipadas de hombres y mujeres”. Pero, ¿cómo desmantelamos esos estereotipos si se legitima el concepto de identidad de género en una ley?
Usted podría tener una ley individual que defina el sexo, pero nuestra constitución todavía no lo hace. Por lo tanto, ¿cómo pretenden que interactúe la figura de la identidad de género con los derechos de las mujeres que, la constitución alega, solo existen en base a nuestro género? ¿Cómo recolectar estadísticas confiables y transparentes sobre la inequidad y la discriminación que sufren mujeres y niñas, una vez se suscriba este concepto en la ley? La cuota femenina, ¿debería permanecer reservada para las mujeres o ser abierta a todo el mundo en base a identificaciones personales?
Cualquier definición o redefinición legal sobre “qué son” las mujeres, debe ser consultada con ellas. ¿Dónde está esa consulta pública y democrática? ¿Cuáles fueron los resultados? ¿O acaso pretendemos imponerles a las mujeres mismas “lo que ellas son” sin su consentimiento ni conocimiento? Existe una palabra para ese tipo de dinámicas. ¿Cuál cree usted que es?
Hace mucho tiempo, yo pensaba que este era un tema en el que interactuaban dos partes cuyos intereses entraban en conflicto. Pero mientras más profundizo sobre el tema, más descubro que el concepto de identidad de género es tan versátil, que el número de partes interesadas podría ser infinito, así que mientras más cerebros analicen esto mejor. Si el interés fuese desarrollar políticas públicas de manera no dictatorial, entonces habría que dialogar con todo el mundo: mujeres, activistas del colectivo LGBT, expertos en fraudes de identidad, profesorado en las escuelas, feministas, endocrinólogos, representantes religiosos, especialistas en desarrollo cognitivo y neurológico en la infancia, antropólogos, sociólogas, filósofos, analistas de estadísticas, y muchos más. Ah, también habría que consultar con representantes de todos y cada uno de los deportes que se juegan en el país… menos del ajedrez.
De esas consultas surgirían unos reportes que deberían ser todos públicos, pues dicen por ahí que la transparencia dizque que mejora la institucionalidad. Ahora que en otros países se verifican problemas graves respecto a la identidad de género, hay mucha gente haciéndose la desentendida, con algo que ameritó un análisis sopesado. Si este tema se considerase seriamente como una posibilidad en la República Dominicana, entonces es importante dejar constancia clara de quién sabía qué y desde cuándo lo supo, especialmente si empezamos a inducir el uso de hormonas a menores de edad, que eventualmente necesitarán demandar a mucha gente.
Las primeras que se darán cuenta de que el tema es mucho más complejo de lo que se pinta, serán las técnicas de Casas de Acogida. Supongo que han sido consultadas, ¿verdad? Pues me interesa ver ese reporte. También es necesario saber qué opinan las técnicas de las cárceles para mujeres. Cualquier metida de pata en este tema no afectaría en lo más mínimo ni a congresistas ni a juristas ni a articulistas: afectaría principalmente a niñas, adolescentes y mujeres en condiciones de vulnerabilidad, por lo tanto, sus voces son extremadamente importantes. ¿Se ha consultado a las mujeres dentro de Casas de Acogida y a reclusas en Centros Penitenciarios? Si no, ¿por qué no?
El problema en este tema no es “que Raquel embroma demasiado” (para no decir una malapalabra). El problema es que, con el tema de la identidad de género mucha gente está jugando al “mete el dedo que la cotorrita no está ahí”, teniendo al acecho corporaciones farmacéuticas merodeando como rémoras países con legislaturas desprevenidas, luego de encontrar un mercado emergente con quien hacer su agosto en cualquier mes y creando brechas peligrosísimas que, una vez se abren, resultan imposibles de cerrar.
Algunas personas creen que el tema se puede cortar en pedacitos, para así dejar los aspectos más alarmantes de un lado. Pero analicemos, si la identidad de género habita en todas las personas (todavía estamos localizando si se encuentra en nuestra alma o en nuestro cerebro), ¿por qué la tendría una persona de 65 años y no una niña de 7 años?
En este tema debemos pensar menos en adultos carismáticos y más en adolescentes deprimidas, quienes están llenando las salas de espera de “clínicas de género”, alrededor del mundo. ¿Cuántas “clínicas de género” debería haber en la República Dominicana? En Inglaterra hay una sola, mientras que en Estados Unidos hay alrededor de veinticuatro. ¿Qué es una “clínica de género”?, pregunta inocentemente quien no se ha enterado de esta hecatombe. Las “clínicas de género” son centros de criminalidad donde se medicalizan varones a los que les guste mucho el rosado y hembras que odien los vestidos de arandelitas. Imagínense cuántos empleos se pueden generar aquí, medicalizando todo muchachito que insista en querer trapear y toda muchachita asidua al maroteo y a encaramarse en matas para buscar jobos.
Estoy convencida de que, dentro de pocos años las personas que concibieron la idea de crear “clínicas de género” recibirán el Premio Nobel de la Medicina, tal como en el año 1949 lo ganaron Antonio Egas Moniz y Walter Rudolf Hess, los creadores de las lobotomías. Coincidencialmente, la mayoría de las víctimas de este “avance científico” también fueron mujeres.
Una vez se legitima una industria, creadora de empleos y carreras, cuyo servicio es convertir niñas y niños saludables en pacientes/clientes de por vida, ¿cómo se desbarata ese negocio? ¿Cómo se sacan esos lobistas de las escuelas públicas donde ya están metidos, recomendando vendajes de senos a niñas y adolescentes, que les producirán problemas respiratorios y vertebrales, en nombre de la igualdad y la no discriminación? Todas esas preguntas son legítimas y deberían incentivar a un dialogo nacional donde participen todos los actores y sectores sin exclusión. Si, todos.
¿Quién diría que, todavía hoy, en supuestas democracias, las mujeres necesitarían desacatarse y organizarse políticamente, para recordarle a sus clases gobernantes que representan un sujeto político, por derecho propio? En demasiadas legislaturas alrededor del mundo, ésta es la nueva norma. Es indigno que los derechos de las mujeres sigan siendo relegados a una posdata, como si representasen una incomodidad y resulta alarmante sugerir el tema de la identidad de género en un país como este, donde las mujeres no tienen derechos en base a su sexo garantizados. Si le contáramos a las sufragistas que esta sería una de las batallas que en el 2018 estaríamos librando, ¿nos lo creerían?