Había leído El Principito en la escuela. Confieso que no me recordaba de su contenido. Un buen amigo, Michael Ascoli, me lo envió de regalo cuando se enteró de mi accidente y no puedo negar que lo he disfrutado. Su autor, el francés Antoine de Saint-Exupéry, lo escribió mientras estaba en el exilio en Estados Unidos.
Piloto de profesión, la literatura fue su pasión, y El Principito es el libro de mayor circulación en Francia y el único traducido al latín.
Empieza con una serie de dibujos que al preguntar a las personas mayores de qué se tratan, ninguno es capaz de interpretarlo correctamente; sin embargo, los niños inmediatamente sí entienden el dibujo.
Los mayores tenemos ideas preconcebidas de acuerdo a nuestros intereses, a nuestros gustos y nuestros estándares. Los niños tienen un alma pura, no mienten ni distorsionan lo que ven. No existe maldad ni la hipocresía de los adultos.
Relata cómo los adultos hemos perdido el interés por las cosas importantes, por los detalles, la belleza de la naturaleza y todo lo reducimos al dinero.
Estoy seguro que cuando Saint-Exupéry escribió el libro en el 1943 no se imaginaba que las sociedades se iban a corromper de tal magnitud que la riqueza se ha convertido en el único objetivo. Que no importa la forma de obtenerlo, porque el fin justifica los medios.
Peor aún, la sociedad ha llegado a un punto de admirar al que tiene mucho, sin importar cómo y desdeñar al que no consigue fortuna, a pesar de haber sido ejemplo de honestidad y laboriosidad durante toda su vida.
Cuando trata el tema de la autoridad, se refiere a que la misma debe ser aplicada sin contemplaciones, pero siempre de manera justa, sin tolerar la indisciplina. Que lección más importante, ¿cómo serían nuestras sociedades de imponerse el orden de forma justa, sin diferencias? ¿Cómo sería la justicia si los encargados de aplicarla lo hicieran de manera justa y a todos por igual?
Eso me recuerda el caso de una jueza que para justificar un absurdo empezó por decir que ninguno de sus fallos le había quitado el sueño nunca. Me imagino que el principito le preguntaría, ¿eso es porque nunca aplicas justicia de verdad y ya tu conciencia se ha acostumbrado a justificar lo indefendible? O simplemente, como relata el libro, que hemos llegado a un nivel de complacencia que nada parece estar en contra de los buenos principios; o peor aún, encontramos la forma de justificar todo.
Vivimos en un mundo que algunos beben para olvidar las vergüenzas; otros acumulan riquezas para cada día satisfacerse de tener más sin objetivo, sin ayudar a otros menos afortunados, sólo los mueve la avaricia, olvidando las injusticias de un mundo donde a muchos le sobra y otros no tienen nada.
El principito cuando encuentra al geógrafo, que le dice no tener nada en sus mapas porque necesita los exploradores y tiene que estar muy seguro de estos, porque no puede poner una montaña donde no va; no hace ningún esfuerzo por comprobar lo que otros hacen. Es lo típico, nadie quiere hacer nada, espera que otro lo haga y corre el riesgo de quien lo haga le mienta.
Es la descripción de nuestras sociedades, holgazanería, mentiras, es algo que cada vez nos corroe más y evita la transparencia.
Su relación con el zorro le sorprende cuando este le dice que no está domesticado. Que hace falta crear lazos para domesticarse. Esos son los lazos que los humanos han perdido. El odio, la envidia, la desconfianza han evitado crear esos lazos tan necesarios para la convivencia pacífica. Atentados donde mueren inocentes bajo la excusa de defender una religión, o un régimen que asesina jóvenes, basado en una defensa de una constitución que el mismo vulnera y convierte la sociedad cada vez más en un objeto de represión y tráfico de drogas.
El principito atesora una flor cuando los humanos tienen más de cinco mil flores y no le dan importancia. El mensaje es claro, mientras más se tiene menos importancia y valor se le da, los que tienen poco atesoran sus pertenencias no sólo por ser lo único que tienen, sino porque les ha costado más trabajo.
Este libro escrito en un lenguaje para niños debía ser lectura obligatoria en todos los colegios y escuelas. Pero voy más allá, debería ser lectura obligatoria antes de contratar a alguien en el sector público y privado.
Trata de la importancia de la amistad, de la honestidad, de la sencillez, de que no es necesario tener en exceso para llevar una vida digna; la inocencia de los niños, que todo lo ven transparente, pero nosotros los adultos vemos las cosas según nuestros intereses.
Trata del interés que debemos dar al trabajo y no dejar que las cosas las hagan los demás. Atesorar lo que tenemos, como hacía El Principito con su flor, envía el mensaje de que no es necesaria la abundancia para ser feliz y evitar que les pase como al empresario que vivía contando cuántas estrellas tenía y al final no sabía qué hacer con ellas.
Qué diferente sería el mundo si todos aplicáramos la forma de ver y aceptar las cosas como lo hace en este maravilloso libro El Principito, qué diferentes serían nuestras sociedades.