Estos tiempos están permeados por el odio a los demás, por la sinrazón en nuestras acciones, por la falta de valor hacia quienes nos aman y nos sirven, por pleitos, rencillas y separaciones entre hermanos y amigos de muchos años. En todas las áreas de nuestras vidas los temores de ser engañados o traicionados nos llevan a perder la confianza y el amor por los demás, aunque se trate de nuestras propias familias de sangre o de grandes afectos históricos. Y muchas veces, hasta nos peleamos y dejamos de darle buen trato y cariño a nuestros hermanos, a nuestras esposas, a nuestros hijos, en fin, a todos los que son parte de nuestro proyecto de vida. Y ese es un gran error.
Jesús, el Maestro de Maestros, el Señor y Salvador de nuestras vidas, nos llama a que nunca el odio se convierta en la esencia de nuestro accionar en la vida. Jesús nos llama a reconciliarnos siempre con los hermanos. La reconciliación es una muestra clara y precisa de que hemos entendido las enseñanzas y el sacrificio de Jesús por nosotros. Reconciliación es simple y sencillamente abrir nuestros corazones y perdonar a quien nos hizo una ofensa o nos maltrató, no importa la magnitud de esa ofensa o de ese maltrato. Jesús nos llama a perdonar y a reconciliarnos con los hermanos. Acorde con esa orientación de Jesús, el apóstol Pablo en Efesios 4:32 nos dice lo siguiente: “Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo”.
Jesús es aún más preciso y concluyente cuando nos dice en Mateo 5:23-25, que nuestras ofrendas no tendrán efectos si estamos peleados con nuestros hermanos, y nos llama a reconciliarnos con ellos. Jesús dice: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”.
La reconciliación es un verdadero acto de amor y de seguimiento sincero a Jesús. Si queremos estar en una buena relación con Dios y con su hijo, debemos aprender a perdonar y a practicar la reconciliación. La venganza y el odio nunca deben ser combustible que alimente el fuego en nuestros corazones. El poder de la reconciliación es capaz de derrotar de una vez y por todas, la sed de venganza y de odio que otros quieran alimentar en nosotros.
En el famoso Sermón del Monte que Jesús dio a una gran multitud y que se ha convertido en un símbolo de las grandes enseñanzas que Él dejó como legado a la humanidad, a propósito del perdón y la reconciliación el Maestro dijo una verdad eterna que debe ser la guía de todas nuestras acciones diarias. En Mateo 5:43-45 Jesús afirma:
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”.
La reconciliación es un camino certero y preciso para aprender a amar sin límites a los demás, cuando sentimos que hemos perdido la confianza en ellos. La reconciliación es el antídoto para vencer la prepotencia, el engreimiento, el creernos superiores a los demás y con derecho a juzgar a todo el mundo. Para caminar el sendero de la reconciliación es necesario llenarnos de humildad, entender que no somos nosotros el centro del mundo, que no somos nosotros los ejes de la tierra y que nos somos los únicos que valemos.
La reconciliación es un baño infinito de humildad, es asumir conciencia de lo que, en 1 de Pedro 5:5, dice la Biblia cuando afirma: “…y todos vístanse con humildad en su trato los unos con los otros, porque “Dios se opone a los soberbios, pero da gracia a los humildes”. En síntesis, cuando aprendemos a reconciliarnos, nos conectamos con Dios y transitamos el camino que nos enseñó Jesús para “amar al prójimo como a nosotros mismos”.