A nuestro prolongado “wishful thinking” se le acabó el tiempo. Estados Unidos y las demás potencias occidentales no tienen en agenda incursionar en Haití para contener el caos y tratar de establecer el orden. Occidente tendrá sus razones y nosotros no vamos, por el momento, a lograr que cambie de opinión. Cualquier habitante que desde otro planeta observe el comportamiento de Estados Unidos, Francia y Canadá ante lo que acontece en Haití, llegaría a la conclusión de que los tres entienden que, mientras República Dominicana opere como esponja absorbente del torrente de migrantes generado por el caos en la vecina geografía, el problema haitiano quedará contenido en la Hispaniola y no se propagará al mundo civilizado.
Visto lo anterior, tenemos dos opciones. La primera es seguir externando nuestra preocupación en los foros internacionales sobre la crisis haitiana. La segunda es guardar silencio mientras nos ocupamos de lo único que tenemos capacidad de hacer: regular con efectividad el flujo de ciudadanos haitianos ilegales hacia nuestro territorio. Hay un modelo que puede servirnos de ejemplo: la institucionalidad de la política de inmigración de mexicanos ilegales vigente en los Estados Unidos. El modelo podría ser adecuado teniendo en cuenta que la presión de la migración mexicana hacia EE. UU. está motivada por la expectativa de un ingreso promedio en el Norte, 6.4 veces mayor que el vigente en el Sur, no muy distante de la métrica vigente en la Hispaniola: el ingreso promedio en la región Oriental de la isla es 5 veces mayor que el prevaleciente en la Occidental.
En el marco de esa política, debemos estar abiertos en el futuro a firmar con Haití un Acuerdo de Libre Comercio de bienes, siempre y cuando ambas naciones puedan exhibir la institucionalidad requerida para que el mismo genere beneficios a los dos países.
Lo que nadie puede exigir a República Dominicana es la conformación de una Unión Económica con Haití que borre la frontera y permita el libre tránsito de personas de un lado al otro.
Los valores, las creencias y las prácticas de los dos pueblos son muy diferentes. Aún en el caso de que los correspondientes al pueblo haitiano fuesen superiores a los nuestros, nadie puede obligarnos a aceptarlos.
En consecuencia, necesitamos una política que regule efectivamente la inmigración haitiana. Para ello, necesitamos un muro fronterizo como el de EE. UU. y México. Como una foto vale más que mil palabras, aquí tienen las de 55 de los 70 muros fronterizos actualmente levantados en el mundo.