Uno de los períodos más difíciles de aquellos años duros, lo fue el que siguió a la intervención militar soviética en la entonces Checoslovaquia. El hecho dividió a los comunistas dominicanos y generó ásperas polémicas entre esos grupos minoritarios. A las 23 horas del martes 20 de agosto de 1968, un sordo ruido de tanques estremeció las llanuras de Eslovaquia, al través de las fronteras con Hungría, Polonia y la Unión Soviética.
Al oeste, veinte divisiones soviéticas penetraban la región de Bohemia en dirección a Praga. Las tropas invasoras franquearon las fronteras mientras tenía lugar en Moscú una reunión secreta de la alta dirigencia del Kremlin. En Praga, una sesión extraordinaria del Presidium trató desesperadamente de salvar el régimen de Alexander Dubcek de la conspiración urdida a muchos kilómetros de distancia hacia el este, en Moscú. En cuestión de horas, las tropas del Pacto de Varsovia ahogaron las manifestaciones de protesta del pueblo checo. Los tanques y aviones se apoderaron de ciudades y aeropuertos. Los altoparlantes colocados a lo largo de plazas dejaron oír notas del himno nacional mientras la población lloraba y se enfrentaba decididamente en las calles a las hordas invasoras. La esperanza de liberación que nació con la llamada Primavera de Praga había sido así asesinada.
En la madrugada del día siguiente, miércoles 21 de agosto, la agencia oficial soviética TASS difundió una odiosa mentira: “Dirigentes del gobierno checo”, dijo la agencia, “han pedido a los países aliados que acudan en su ayuda. Por eso las unidades soviéticas y aliadas han penetrado el territorio checoslovaco. Saldrán del país cuando no exista amenaza contra el socialismo y la seguridad de sus países vecinos”.
La real posición de los países socialistas fue proclamada en común solemnemente en la declaración de Bratislava, al señalar que La amenaza al régimen socialista de Checoslovaquia era al mismo tiempo una amenaza contra los fundamentos de la paz en toda Europa. Fueron los mismos checos quienes desenmascararon el brutal intento de disfrazar la agresión a un estado soberano. Mientras los jóvenes y los obreros, en aldeas y ciudades, caían bajo el fuego de la metralla invasora y TASS emprendía una rápida campaña de desinformación contra la dirigencia checa, Radio Praga decía: ”.
En la historia de nuestro país sólo ha habido un día semejante: el 15 de marzo de 1939, cuando las tropas nazis invadieron Checoslovaquia”. Ningún dirigente autorizado del Presidium o del Comité Central del Partido Comunista Checoslovaco pidió la intervención por parte de la Unión Soviética. Se trató de una agresión pura y simple. Un acto de fuerza para derrotar al régimen liberal de Dubcek, que había levantado la censura, establecido la libertad sindical, y aplastado los últimos vestigios de stalinismo que quedaban del gobierno prosoviético de Novotny, caído meses atrás por falta de apoyo popular. La suerte de Checoslovaquia había sido decidida en realidad muchos meses antes, cuando el Kremlin se percató de que Dubcek y los intelectuales que habían inspirado el movimiento renovador y publicado el histórico manifiesto de Las dos mil palabras, no cederían a las presiones y al chantaje y continuarían su programa de reformas. Las conferencias de Cernia y Bratislava no fueron más que los preparativos de la agresión que acababa de consumarse. Dubcek estaba consciente de que los triunfos políticos que su régimen había alcanzado en esas reuniones, no eran más que aparentes.
La experiencia de Hungría estaba todavía fresca y no dejaba lugar a dudas de cuál sería la suerte de un nuevo movimiento para alejar cualquier otra nación del Este de Europa de la esfera soviética. Las veleidades de Tito en Yugoslavia y en menor grado las de Ceaucescu en Rumania eran más de lo que la paciencia del amo ruso podía tolerar. A pesar de los argumentos soviéticos y los pronunciamientos de los partidos comunistas y otros grupos marxistas partidarios de Moscú en muchas partes del mundo, incluyendo la República Dominicana, la invasión del Pacto de Varsovia fue repudiada por toda la nación checoslovaca que la denunció como un acto de brutalidad indescriptible.
Las autoridades checas no fueron nunca informadas de que la acción tendría lugar. La noticia cayó como una bomba en los medios gubernamentales y del partido en Praga. Pero ya era demasiado tarde para hacerle frente. Cuando Oldrich Cernik, jefe del gobierno encabezado por el secretario general Dubcek, comunicó esa noche trágica las malas nuevas a los demás miembros del Presidium, se hizo en la sala un prolongado silencio. Una protesta contra la ocupación fue a seguidas aprobada y los dirigentes consintieron en permanecer en sesión permanente. Sobre los tanques y los carros soviéticos, los checos dibujaban la cruz gamada, el símbolo funesto del nazismo, y continuaban cayendo al impacto de sus balas. Con la llegada de las primeras tropas a Praga se inició una bien planteada operación de secuestros de los miembros de la jerarquía oficial, los cuales, incluyendo a Dubcek, fueron esposados y trasladados a Moscú para forzar una capitulación e intentar conferirle un matiz de legalidad al acto de brutalidad perpetrado contra la nación y el pueblo checoslovaco.
En ausencia de Dubcek y otros dirigentes presos y en camino de Moscú, la Asamblea Nacional aprobó una enérgica protesta contra el invasor, exigiendo la desocupación del país. El sacrificio de los checos fue inmenso.
La sangre de patriotas corrió a raudales por los contenes y las aceras. Pero en Santo Domingo y otras capitales, los partidos comunistas llenaron las redacciones de los periódicos y las estaciones de radio con comunicados, exaltando la agresión como un bello gesto de solidaridad hacia una nación hermana amenazada por la contrarrevolución, el revisionismo y la influencia imperialista.