Si los hechos históricos narrados en los capítulos anteriores, relacionados con los acontecimientos que pusieron fin a la monarquía iraní y la creación de Jordania por los ingleses, les eran desconocidos casi en su totalidad a los teóricos locales del marxismo, mayor misterio representaba para ellos la China de Mao, a despecho de que muchos de ellos habían sido huéspedes de Beijing.
Muy pocos aceptaron entonces que la apertura de EUA hacia China significaba el nacimiento de una nueva relación entre occidente y el mundo comunista.
En ocasión de una de las tantas visitas a Pekín, secretas y públicas, del secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, el primer ministro chino Chou En-lai, tras acompañarle a la residencia de huéspedes, se despidió preguntando qué podía hacer para lograr que su estadía fuera lo más grata posible. Cuenta Kissinger que, su secretaria, que no tenía por qué hablar, se adelantó y dijo: “Nos gustaría pato a la pekinés para la cena de esta noche”. Para enseñarle a los norteamericanos que no era necesario recordarle a los chinos cuál es su deber ceremonial no se les sirvió pato a la pekinés esa noche ni ninguna otra durante la estadía de la delegación de Kissinger en China.
La anécdota servía para ilustrar cómo, a despecho del acercamiento iniciado a partir de la histórica visita del presidente Richard Nixon a China, la gran nación comunista continuaba siendo un misterio para Occidente y muy especialmente para la inteligencia marxista dominicana de los difíciles años de las décadas 70 y 80 del siglo pasado. Un complejo crucigrama de impenetrabilidad para diplomáticos
y periodistas y aun para aquellos que se creían, con justicia o no, expertos en cuestiones orientales.
En sus esfuerzos por entender a China y tratar de descifrar, a falta de información más transparente, el curso de los acontecimientos políticos allí, el hombre occidental ha debido valerse de símbolos. Muchas veces, las imágenes y los símbolos señalan la dirección del viento y sugieren el proceder en las más altas esferas chinas. Una señal de éstas ha marcado tantas veces en el pasado el advenimiento de un
gran acontecimiento político o social. Las grandes decisiones han sido precedidas de una pequeña señal, apenas luminosa.
Así, por ejemplo, la gran rectificación que dejó atrás la frustrante campaña de producción conocida como El gran salto adelante, comenzó a vislumbrarse a través de un breve y casi inadvertido artículo crítico en el diario del Ejército Rojo.
Los furiosos vientos de la llamada Revolución Cultural de mediados de la década de los 60, estuvieron precedidos de súbitas desapariciones públicas de algunos dirigentes y de leves insinuaciones en el diario del Partido Comunista.
En esa madeja de bruma y misterio, los chinos han aprendido también a usar de los símbolos para expresar su descontento, y algunas muestras fantásticas de este lenguaje singular comenzaban a trascender ya entonces fuera de las vastas fronteras chinas.
De esos esporádicos ejemplos conocidos, quizá ninguno tan extraordinario y sutil como el difundido por el corresponsal canadiense Charles Taylor, a mediados de los años 60, en el Mail and Globe, de Toronto. La historia de La gran burla pictórica, comenzó en una fría mañana de enero de 1965, cuando uno de los informadores gratuitos de Taylor fue a verle a su hotel. “Mientras sorbíamos una taza de café en la
planta superior, me relató un cuento extraordinario”, dice Taylor en su libro La China de Mao, un corresponsal en la China Roja.
Se le informó de la existencia de un cuadro pintado por un joven artista, Li Tse-hao, que había sido expuesto en una galería de la capital china y elogiado ardorosamente por los críticos. La pintura había sido reproducida también a todo color en el reverso de la portada de la revista oficial Juventud China y distribuida a millones de jóvenes en todo el país. En el estilo autorizado del realismo socialista., escribió Taylor, “la pintura mostraba a sonrientes y alegres jóvenes campesinos que surgían de entre las espigas de un campo de trigo haciendo la recolección. Después que la revista había circulado por todo el país, un funcionario hizo un descubrimiento pavoroso”.
Un estudio minucioso de la pintura permitía establecer una burla gigantesca. Estaba plagada de eslóganes y símbolos anticomunistas. “En el rastrojo de campo de trigo se hallaban hábilmente camuflados dos eslóganes, en caracteres chinos que decían: “Larga vida a Chiang Kai-shek” y “mueran los
comunistas”.
Ocultos entre el trigo se hallaban los retratos de Lenin y Mao, siendo sus cuerpos pisoteados sobre el polvo por los sonrientes campesinos. En un fondo distante podían verse más campesinos, como figuras diminutas, que marchaban adelante bajo tres banderas rojas. Ello parecía una clara alusión a un favorito eslogan chino: “Mantened en alto las tres banderas rojas de la línea general del partido (la del
Gran Salto Adelante y la de las comunas del pueblo). La segunda bandera roja aparecía caída en el suelo (de igual forma que se había venido abajo El Gran Salto Adelante en medio de un desastre casi completo), arrastrada por un viento procedente del Oeste, parte izquierda del cuadro, trastocando una de las bravatas favoritas de Mao: “El viento del Este está prevaleciendo sobre el viento del Oeste”.
Cuando las autoridades comprobaron el engaño trataron de enmendarlo en el clásico estilo chino. Todos los ejemplares de la revista fueron retirados de circulación en escuelas, bibliotecas y domicilios particulares. Se emprendió, según Taylor, una minuciosa investigación oficial y se detuvieron a
numerosos sospechosos. El artista del cuadro y los editores de la revista fueron sometidos a enérgicas medidas disciplinarias, aun cuando estos últimos alegaron inocencia.
Si bien se prohibió la discusión pública del escándalo, Taylor redactó una nota, que le granjeó un disgusto con el Ministerio de Información que negó la existencia de la pintura. Muchos años después, el incidente seguía siendo objeto de controversia en los medios occidentales.
Además de las dudas sobre la existencia del cuadro, se discutía si éste había sido realmente una manifestación de propaganda contra el régimen o el producto, según Taylor, de “una serie de extraordinarias coincidencias”, todo lo cual contribuía a profundizar el misterio que rodeaba y aun rodea a China