libro el mundo que quedó atrás
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En los años ochenta existían estereotipos en la política internacional, impuestos por la propaganda, difíciles de desarraigar. Uno de ellos era la idea de un Israel producto de la ambición de las potencias capitalistas en contraposición a los deseos de la Unión Soviética. La verdad era, sin embargo, que el Estado judío, cuya creación promovió y defendió el Kremlin, nació y creció contra la voluntad de los grandes intereses petroleros de Estados Unidos y la Gran Bretaña, entonces el gran poder colonial en el Levante. El caso de Israel, al igual que muchos otros dignos de análisis aparte, demuestra que la llamada“moral comunista”no respondía intereses de una ideología, el Marxismo, sino más bien a los intereses y directrices de un país en particular, la Unión Soviética, y principalmente de los líderes que en determinado momento dirigían y controlaban el Partido Comunista.

En 1947, en momentos en que Moscú defendía con pasión el derecho de los hebreos a poseer un Estado u hogar nacional en Palestina los intereses petroleros británicos se movían para desbaratar la idea de una nación judía. Inglaterra era a la sazón una potencia en franca decadencia. El Kremlin sabía, a su vez, que la creación de un Estado sionista constituiría un factor de deterioro de la influencia británica en la región, pues ya los judíos habían combatido al poder colonial de Londres. Además estaba la desconfianza que los señores feudales y jeques petroleros árabes infundían en el mundo comunista. Las naciones árabes, especialmente Egipto y Siria, habían colaborado estrechamente con la Alemania nazi. Stalin y otros líderes marxistas de la Europa oriental, que apenas comenzaban a emerger de las ruinas de la guerra, tenían fresco en sus memorias el hecho de que comandos musulmanes habían luchado dentro del ejército alemán en el Este de Europa. Los largos meses del juicio de Nuremberg habían sacado a relucir las atrocidades que muchos de esos comandos habían cometido en los campos de exterminio de la locura hitleriana. El Gran Mufti de Jerusalén, que encabezaba la oposición árabe a la formación de un Estado judío en la forma en que había sido acordado por las Naciones Unidas en su histórica resolución de noviembre de 1947, había encontrado refugio en el Berlín nazi, burlando la justicia británica. Desde las emisoras de Hitler, el líder religioso árabe exhortaba al mundo islámico a la rebelión contra los aliados.

Sus llamamientos encontraban buena acogida en Irak, Siria y Egipto, donde el nazismo halló complacientes colaboradores y fuentes de resistencia contra Inglaterra y el resto de los Aliados. A despecho de cuánto se trataba de hacer creer, las grandes compañías petroleras no respaldaron la creación del Estado judío. Por el contrario, se opusieron fervientemente a ello. Tampoco es cierto que Estados Unidos respaldara militarmente a Israel en los primeros años de independencia. Las armas con que los judíos combatieron a los árabes en 1948 y 1956 fueron adquiridas primeramente en Checoslovaquia, burlando un bloqueo inglés, y luego en Francia. Hasta semanas después de la Guerra de los seis días en 1967, cuando de Gaulle declaró un embargo a los suministros bélicos a Israel, Francia fue prácticamente el únicomsuplidor de los judíos.

Los abastecimientos norteamericanos de importancia se produjeron a raíz de la guerra de Iom Kippur en 1973, no antes. Replantear estos temas era casi una obligación en momentos en que la propaganda trabajaba incesantemente para sentar falsas verdades útiles a la propagación de esa ideología totalitaria, al servicio exclusivo de los intereses de la gerontocracia del Kremlin y el Partido Comunista soviético, nada más. –0— Las empresas multinacionales, decían los comunistas, constituían la forma más acabada de explotación del Tercer Mundo por parte del .imperialismo. norteamericano. Sin embargo, una de las escasas esferas del comercio internacional soviético que reportaba beneficios al Kremlin, era precisamente su creciente actividad al través de empresas multinacionales prósperas.

Al arte de hacer buen dinero, necesario a las calamidades derivadas de una economía carente de moneda fuerte, estas empresas servían a objetivos no menos lucrativos de espionaje y subversión en los países en donde actuaban o con los cuales hacían negocios. A finales de 1978, las empresas multinacionales soviéticas operaban en alrededor de 26 países, al través de una red formada por más de 80 empresas en casi todo el mundo, incluido los Estados Unidos. Esta práctica capitalista, tan extraña a la ortodoxia marxista, contribuyó a mejorar por los años, en la misma medida en que crecían y se expandían dichas empresas, la capacidad de infiltración de la superpotencia comunista.

Muchos de los problemas relacionados con la escasez de divisas del gobierno soviético eran paliados con las ganancias obtenidas por este esfuerzo empresarial, nada marxista, de la jerarquía moscovita. Aunque pudiera parecer una exageración, la necesidad de divisas extranjeras .dólares, yenes, marcos, etc. era tan parentoria en la URSS como lo era entonces en la República Dominicana, guardando por supuesto las proporciones. Detrás de estas técnicas comerciales soviéticas se escondían tres objetivos fundamentales: incrementar las posibilidades de recoger información secreta occidental, tanto industrial como militar; obtener divisas fuertes para la compra de tecnología avanzada y alimentos y, naturalmente, alcanzar metas políticas. Todas ellas tenían una misma prioridad.

A pesar de su desprecio por las prácticas empresariales capitalistas, las multinacionales del Kremlin se regían por las mismas normas. Se movían en los círculos de las altas finanzas y los negocios con la misma habilidad y sentido de lucro de aquellas establecidas en el mismo corazón del capitalismo estadounidense. Sus técnicas para la obtención de negocios o contratos prometedores eran idénticas. En materia de operación resultaban muy pocas las diferencias en lo que concernía estrictamente al carácter empresarial, ya que era de vital importancia para la URSS que estas compañías obtuvieran ganancias considerables.

El sentido de responsabilidad social, tan desarrollado en muchas empresas multinacionales occidentales establecidas en países latinoamericanos, era tal vez lo único que las hacía diferentes. Además de sus objetivos políticos, claramente delimitados, estas compañías soviéticas, que abarcaban negocios tan disímiles desde la venta de vodka y la exportación de tractores, hasta la especulación bursátil, su propósito fue siempre hacer dinero con qué mejorar la situación de la URSS. De manera que en aquellos momentos, las debilidades. capitalistas de Moscú constituían uno de los pilares sólidos de su economía. En análisis de tan interesante faceta de la evolución comunista, el investigador norteamericano David A. Heenan decía: “…las empresas multinacionales en manos de Moscú dirigen y controlan una red de espionaje que se amplía sin cesar. El Kremlin toma en serio la función de recoger datos reservados o secretos; todos conocen muy bien su tendencia absoluta a acumular archivos de información fidedigna sobre asuntos extranjeros. Pero, sea cual fuere el objetivo buscado, las empresas multinacionales de Rusia constituyen un instrumento de organización muy conveniente para estar a la escucha y espiar desde detrás de las puertas de los centros de negocios de los países occidentales”.

Una buena parte de esas empresas se sostenían de la explotación de recursos naturales de países en desarrollo, aunque su actividad principal se realizaba en algunos casos en el Occidente altamente industrializado, donde su labor era más lucrativa en todos los sentidos. A pesar de esto último, era obvio que, de acuerdo al razonamiento y la dialéctica marxista, la prosperidad de estas empresas guardaba íntima relación con la explotación y saqueo de los recursos del Tercer Mundo. Lo cierto era que no se producía rubor alguno cuando, aquí como en otras partes, los comunistas planteaban ,aún lo hace, el “peligro” de las multinacionales y se referían y refieren a ellas como instrumentos al servicio de la dominación y el neo-colonialismo. Pero eso nada tenía de extraño. Las campañas más intensas contra el desarme, eran promovidas por partidarios de Moscú, la potencia militar más grande del mundo en aquel entonces. Y nadie defendía, en una democracia, por supuesto, los derechos al libre tránsito, la libertad de expresión y el pluralismo ideológico, con la pasión con que lo hacía un comunista. Derechos precisamente que jamás existieron ni en la Unión Soviética ni en ninguna otra nación regida por gobierno marxista.

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Uno de los graves errores de juicio en que se incurría al evaluar la calidad de los regímenes marxistas de la Unión Soviética y Cuba ,para concretarnos a dos casos, era el de que la represión, en esos países, constituía un fenómeno aislado, que caía dentro de la estricta jurisdicción de la personalidad del dictador de turno. Esta miope percepción ha costado caro. El carácter represivo y totalitario del comunismo residió siempre en la propia naturaleza del sistema. En sus años de consolidación, la revolución bolchevique se valió principalmente de la delación masiva para llevar a cabo políticas y asegurar directrices partidarias.

Los hijos delataban a sus padres, los hermanos a hermanos, los jefes a subalternos y éstos a aquellos. Durante Stalin, la URSS, el paraíso de los trabajadores, fue una enorme prisión para el proletariado. En todo caso, Stalin no hizo más que continuar la línea qué Lenin había trazado a sus compañeros de partido. La naturaleza social, plasmada en la teoría de la Dictadura del Proletariado, dio paso muy pronto en la historia de la revolución marxista a la más pragmática de la dictadura de partido, que aseguraba el control del Estado por unos cuantos en la cúspide de un poder pletórico en privilegios para los apparatchik, o burócratas de la maquinaria partidaria. El Partido Comunista soviético .y esta línea fue calcada en todos los demás países bajo dominio marxista, que decía representar los intereses de la clase trabajadora, se situó por encima de ella. La revolución de octubre se hizo con la falta de apoyo de los trabajadores rusos y en muchos casos con la oposición de éstos. La colectivización rural tuvo que hacerse sobre millones de cadáveres de hombres, mujeres y animales.

El costo en vida de este paso decisivo del proceso revolucionario soviético resultó después inferior al costo social y económico, pues las pérdidas agrícolas y del ganado desataron sobre la extensa Rusia una hambruna increíble. El terror, en un tiempo basado en la delación masiva, se extrajo en Cuba y la URSS de la naturaleza y objetivos mismos del sistema imperante en esos países. En esencia, el comunismo es totalitario, al negar las libertades y derechos fundamentales de los componentes de una sociedad, ya sea en el orden individual o colectivo. Un líder no lo hace más humano o menos represivo. Lenin decía que era deber de los revolucionarios oponerse y combatir las libertades burguesas, siempre y cuando ello se hiciera necesario para asegurar la liberación del proletariado. ¿Qué significa esto? Que los intereses de la colectividad, de la clase trabajadora, en sentido general, lo determina una burocracia dirigente que actúa más a favor de su propia seguridad económica, social y política que respecto a cualquier otra cosa.

Máximo Gorki, que a principios de la Revolución denunció el abuso del poder y la tiranía de los líderes bolcheviques, resumió después en una frase diabólica la esencia del poder revolucionario: El enemigo se rinde o se le destruye…

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