El cambio no avisa. Nos empuja fuera de lo conocido y nos enfrenta a una de nuestras mayores debilidades: la aversión a la pérdida. Según Daniel Kahneman y Amos Tversky, sentimos más intensamente una pérdida que una ganancia equivalente, afirmación planteada en La teoría de las perspectivas.
Es por eso que muchas veces nos aferramos a lo que tenemos, incluso, cuando ya no nos hace bien.
Piensa en esto: si te dieran a elegir entre recibir $50 con certeza o apostar con un 50% de probabilidades de ganar $100 (o nada), ¿qué elegirías? La mayoría prefiere la certeza. Nos aterra perder, incluso más de lo que nos motiva ganar.
El miedo al cambio es, en el fondo, miedo a lo desconocido. ¿Quién seré después de esto? ¿Qué pasa si no encuentro mi camino? Pero aquí está la verdad que nadie nos dice lo suficiente: siempre encontramos el camino.
Así es como vivimos muchas veces. Nos aferramos a trabajos que nos desgastan, a relaciones que nos duelen, a identidades que ya no nos representan. No porque sean lo mejor para nosotros, sino porque el miedo a perder es más fuerte que la posibilidad de ganar algo mejor. Nos convencemos de que quedarnos es la opción más segura, aunque eso implique estancarnos.
Pero aquí está la paradoja: el cambio es inevitable. No importa cuánto nos resistamos, la vida sigue moviéndose. Y cuando entendemos que la pérdida no siempre es el enemigo, sino a veces el inicio de algo más grande, todo cambia.
Soltar no es perder. Es abrir espacio. Es permitirnos descubrir quiénes somos cuando ya no estamos definidos por lo que teníamos o por lo que éramos. Sin embargo, la mente lucha contra esto. Nos hace creer que es más seguro quedarnos en la incomodidad de lo conocido que arriesgarnos a lo desconocido.
Pero, ¿y si en lugar de enfocarnos en lo que dejamos atrás, nos enfocamos en lo que podríamos ganar? ¿Y si viéramos cada cierre como una puerta que abre otra posibilidad?
El liderazgo del alma es atreverse a apostar por lo que aún no vemos con certeza. Es entender que el miedo a perder no puede dictar nuestras decisiones. Porque, al final, lo único que realmente perdemos es el tiempo que pasamos resistiéndonos a la vida.
Si hoy te enfrentas a un cambio, respira. No estás solo. Lo que viene puede ser incierto, pero lo que está estancado ya no te pertenece. Atrévete a soltar, a avanzar sin todas las respuestas, a confiar en que, aunque el camino no esté claro, se irá revelando con cada paso.
Porque a veces, lo que más miedo da perder es precisamente lo que nos está impidiendo ganar algo mejor.