“El miedo que tienes —dijo don Quijote— te hace, Sancho, que ni veas ni oigas a lo que ocurre a tu lado, porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si es que tanto temes, retírate a una parte y déjame solo, que solo me basto para dar la victoria a la parte a quien decidiere ayudar”.
El miedo es una sensación de desconfianza que impulsa a creer que ocurrirá un hecho contrario a lo esperado o deseado.
Recién ingresé al Poder Judicial, hará cuestión de 20 años, escuché de una magistrada de larga experiencia la frase: “el que tenga miedo que se compre un perro prieto”. Con esta frase aquella juez pretendía explicar que quien quiera ejercer la función judicial de la manera que se lo exige la Ley y la Constitución debe hacerlo despojado del miedo. Hoy, desde el ejercicio privado de la profesión, recuerdo aquella expresión y la comprendo mejor.
Hace un tiempo escuché a una magistrada, citando las palabras de otra persona, manifestar lo siguiente: “el corazón humano es un campo de batalla, donde se enfrentan la libertad y el miedo, creo que para el juez la frontera más lejana debe ser la del miedo”.
El miedo es uno de los peores enemigos de la justicia. Puede llevar a un acusador público a ser arbitrario, cruel y bárbaro contra un imputado que es capaz de tolerar cualquier clase de atropello por miedo a que le pueda ir peor frente a un juez que, también, por miedo a ser sometido a cualquier clase de vejamen o a ser víctima de toda clase escarnio público injustificado prefiera hacerse de la vista gorda mancillando la verdad y mutilando el derecho.
Los abogados, incluso, muchas veces nos vemos tentados al miedo de que una determinada actuación nuestra pueda provocar ira en el ánimo de investigadores o juzgadores por lo que se prefiere omtirla o mitigarla.
La diferencia es que, cada uno en su esfera, los jueces y los fiscales ejercen cuotas de poder y, cuando lo hacen con miedo, pueden llegar a destruir en una persona o en una familia todo cuanto vale la pena.
Admirables aquellos que siguen la razón sin importar su precio y no se doblegan frente a la adversidad. Los que no, los compadezca Dios.