A mis 13 años, pocos maestros osaban instruir deberes comunitarios, domésticos o sociales útiles en la construcción de conjuntos de derechos y obligaciones que mejor nos ayudaran a entender el mundo en que la edad nos adentraba, tal vez por temor a ser una estadística más de la criminalidad trujillista.
En 1960 terminé estudios universitarios y obtuve pasaporte. Caminé desde la Cancillería hasta hasta mi hogar en la Hostos 52 de la ciudad colonial. En camino entré al Consulado de EUA, situado también en la Hostos. Mientras esperaba atención de la secretaria llegó el Cónsul, Se paró frente a mi, bajó de mi cara la revista que leía, me obsrvó por unos segundos y continuó camino a su oficina.
Cinco minutos después regresó, y dijo: sígame. Fuimos a su cubículo, me invitó a sentar y me preguntó ¿Viene a buscar visa? Sí señor, le respondí. Me dijo: “Se la voy a conceder, pero tiene que irse del país de inmediato”. Esto aconteció el 21 o 22 de diciembre, 1960. Seguí hacia mi hogar. Allí conté a mi padre lo pasado, y comenté que no era momento para viajar con tan poco predispuesto. Brincó enormemente enojado y me repondió: “Te vas mañana”. Fui a La Vega a buscar mi esposa con quien acababa de casarme y el día 23 de d ciembre llegamos ella y yo a New York sin abrigo a 15 grados bajo 0 Celsius, con desembarco en la pista, y una terrible tempestad con vientos tan fuertes que me hicieron pensar que nos congelaríamos antes de llegar a la entrada de Idlewild, nombre entonces del ese aeropuerto, y casi sin poder soportar los efectos físicos ocasionados por el meteoro.
Pasaron dos años hasta volver a casa con destino a iniciar educación de pos grado en Monterrey, México. Ya aquí, mi padre dijo que deseaba mostrarme antes de proseguir el viaje hacia México, “lo que la política le hace al dominicano”. Viajamos solos hacia el norte, hacia Gaspar Hernández pero paramos en Moca en el hogar de Luis Guzmán Taveras, primo suyo, y amigo del Sátrapa Trujillo, a quien veíamos como principal amenaza contra la familia.
Una vez allí, mi papá le dijo al primo: “él (yo), no te recuerda porque no te ve desde hace mucho tiempo, pero puedes tener absoluta confianza en él; cuéntale qué has hecho desde que cayó Trujillo.
Luis nos dijo: Casi al final de Trujillo, como él creía que yo era no solo su bufón sino su amigo, algunas personas aprovecharon problemas interpersonales para chivatear a mis familiares. Trujillo me hizo caminar a pies para degradarme y desacreditarme, los caminos de mi vida rural, lo que me obligó a buscar alianzas con Unión Cívica, los Bonelli, los Fiallo, y otros. Para poder financiar el costo de mis acciones gasté en la compra de votos, más de un millón de dólares de mi peculio personal, y otra similar en asuntos de beneficio familiar. Seguirá.