Antes del atentado al expresidente y virtual candidato republicano Donald Trump, ya la correlación de fuerzas políticas-electorales le era desfavorable al partido demócrata y a su candidato; mas sin embargo, el incidente-atentado del pasado sábado, pensamos, marcó un antes y un después que será difícil, por no decir imposible, de revertir para los demócratas, pues Trump ha sabido ser increíblemente prudente, aunque firme, en medio de lo que pudo ser su desaparición física que, sin duda, hubiese puesto patas arriba una democracia de casi tres siglos.

Y ha sorprendido esa reacción mesurada de un expresidente que es dado al espectáculo y a ser, mediática y políticamente, explosivo frente a sus adversarios , lo cual indica que política y poder fáctico son materias que Trump ha aprendido.

Entonces, queda claro que no estamos ante un “peligro” sino ante una figura que podría, desde el poder, impulsar cambios en el obsoleto sistema electoral y la nueva configuración de la arquitectura geopolítica que China y Rusia quieren imponer a nivel global.

Sin embargo y al margen de esos aspectos globales y locales fácticos, resulta sintomático el hecho que Trump haya escogido como compañero de boleta a un político y legislador, JD Vance, nada curtido en las lides políticas (¿será su heredero político?), obviando a otros más experimentados como Marco Rubio o Ted Cruz, de donde podemos inferir que quiere regentear un relevo político en el partido republicano desde una perspectiva más de gerencia e innovación que desde la vieja política tradicional o de cacicazgos a veces más radicales u ultraconservadores que el mismo Trump, a pesar de lo generacional.

Es más… creemos que esta vez Trump si volviera al poder, una posibilidad casi cierta, no estaría profundizando aquel repliegue o error geopolítico-multilateral que marcó su primera presidencia; más bien, lo veremos buscando participar, como primera potencia occidental, en la carpintería de esa nueva arquitectura geopolítica-comercial que China y Rusia pretenden monopolizar. Quizás, por ello, su declarada intención de cerrar el capítulo-guerra: Rusia-Ucrania. Esto último, algo que no está en la agenda demócrata como tampoco en la visión de ciertos enclaves del establishment de poderes en los Estados Unidos.

Por lo tanto, para los demócratas y aliados estratégicos, serían tres las consecuencias si Trump volviera al poder -más allá de la retórica “peligro” que representaría el virtual candidato republicano-: 1) recuperar presencia geopolítica, 2) reformar un sistema electoral interno obsoleto y de puros intereses políticos-locales; y 3) poner al partido republicano en una ola de surgimiento de nuevos líderes para conjurar la crisis de liderazgos desterrando los cacicazgos como los de Clinton y Obama en el partido demócrata que, también, existen en el republicano aunque no tan centrado, determinante o hegemónico.

Lo que queda pendiente o en el aire es ¿qué cambios de mira-acción o de política hemisférica podría traer Trump para Latinoamérica? Esa es la gran incógnita o esperanza de un traspatio o región política-geográfica-cultural ante una dependencia, directa o indirecta, histórica digna de replantear. ¿Lo hará Donald Trump, ante el avance de China en su zona de influencia? Esto porque la idea de un bloque común geopolítico-comercial no termina de compactarse. Lamentablemente.

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