Si, usted está en lo correcto si percibe algún tipo de plagio de mi parte al titular este artículo. He tomado prestado y modificado el utilizado por Fukuyama en su controversial libro “El Fin de la Historia y El Último Hombre”. Tengo la seguridad de que a medida que vaya avanzando en la lectura del mismo, percibirá que el plagio parcial resulta justificable y, por tanto, perdonable. Más aún en estos tiempos en que el supuesto de la racionalidad económica, uno de los pilares fundamentales de la economía neoclásica, ha ido perdiendo el brillo que exhibió durante tantos años, debido a la alternativa de racionalidad limitada desarrollada y propuesta por Herbert Simon en los 1950s y refinada luego por los sicólogos Daniel Kahenamn y Amos Tversky en los 1970s, quienes establecieron las bases para el florecimiento de lo que hoy conocemos como “behavioral economics” o la economía conductual.
Particularmente, estoy muy preocupado. Pienso que la clase política y todo aquel que reconozca la importancia del turismo en nuestra economía, también debería estarlo. Los hoteles que se han establecido en la República Dominicana atraviesan, desde del 2006, una crisis sin precedentes. Ese año perdieron RD$2,605 millones. En 2007, las pérdidas aumentaron a RD$3,004 millones, para bajar a RD$2,419 millones en 2008. Con la Gran Recesión, las pérdidas subieron a RD4,117 millones en 2009.
Sorprendentemente, a pesar de la recuperación de la economía mundial, las pérdidas continuaron aumentando en 2010 y 2011, alcanzando RD$5,621 y RD$14,767 millones, respectivamente. La racha negativa continuó en 2012, 2013 y 2014, registrándose pérdidas adicionales por RD$7,838, RD$10,697 y RD$1,371 millones, respectivamente. Todo el mundo pensó que el inicio del período de las vacas gordas para el turismo se había iniciado cuando, en 2015, por primera vez, la industria hotelera consolidada declaró beneficios por RD$1,156 millones, unos 25 millones de dólares. Pero que va. Lo del 2015 resultó ser la típica y efímera mejoría del que va camino a la tumba. Perdieron RD$3,580 millones en 2016 y otros RD$3,829 millones en 2017. En total, los hoteles establecidos en el país han acumulado pérdidas por RD$58,692 millones en el período 2006-2017.
La descapitalización que está enfrentando el sector hotelero establecido en el país es realmente insostenible. Es difícil saber a ciencia cierta lo que ha estado ocurriendo en los últimos diez años en las finanzas del sector. Por un lado, el Banco Central nos entrega indicadores extraordinariamente positivos del sector turismo, hasta el punto de que interna y externamente, todos hablan del “boom” del turismo en la República Dominicana. Mientras en 2006 los ingresos del turismo alcanzaron US$3,917 millones, el año pasado ascendieron a US$7,561 millones, mostrando un aumento acumulado de 93%. En ese período se han adicionado 15,074 nuevas habitaciones, excluyendo las remodeladas, y el empleo directo pasó de 53,797 en 2006 a 94,704 personas en 2018.
Cayó la tasa de ocupación, fue lo primero que pensé. Pero no. La ocupación promedio pasó 73% en 2006 a 77.5% en 2018. Me moví a la geografía del costo laboral. Con los aumentos de salarios que se han registrado en el país, el costo de la creciente nómina debe haberse tragado todo el excedente bruto de explotación. Tampoco. Mientras la nómina anual promedio de los hoteles que presentaron declaración jurada a la DGII en 2006 fue de US$787,334.00, en 2017 esta bajó a US$743,715.00. El Gobierno los ha estado exprimiendo, cobrándoles impuestos excesivos. Ni sombra de eso. Ningún otro sector hotelero en el mundo opera en un paraíso fiscal similar al que el Estado dominicano ha construido para estimular la industria hotelera radicada en el país.
¿Y entonces? La única explicación es que los empresarios hoteleros que han invertido en nuestro país son los peores administradores del mundo. Me da mucha pena decirlo, pero esa parece ser la respuesta. Aparentemente, no saben calcular sus costos de operación y por eso han establecido y cobrado a los turistas tarifas por habitaciones por debajo del costo. Sólo así se explica el por qué mientras el Banco Central estima que los ingresos de divisas del turismo en 2017 ascendieron a US$7,177.5 millones, nuestros hoteles apenas cobraron a los turistas US$2,298.8 millones. Se desconocen los bolsillos que recibieron los restantes US$4,878.7 millones.
La tesis de la pobre administración de los empresarios hoteleros radicados en el país tiende a validarse cuando la contrastamos con la de los hoteleros radicados en Jamaica y México, nuestros dos principales competidores regionales. Mientras en República Dominicana, por cada dólar que ingresó del turismo en 2017, nuestros hoteles apenas recibieron 32 centavos, en Jamaica y México los hoteles recibieron 51 y 53, respectivamente, es decir, entre 59% y 66% más que los recibidos por los mal administrados hoteles establecidos en República Dominicana.
Nuestros empresarios hoteleros parecen estar operando los hoteles como si fuesen empresas estatales de servicios públicos en países gobernados por populistas: cobran tarifas y precios mentirosos que no cubren ni los costos de operación. No descartemos que en la discusión del Proyecto de Reforma Fiscal Integral que debería someterse al Congreso Nacional en junio del 2020, alguien proponga la necesidad de incluir un Programa de Solidaridad Empresarial que permita pagar un subsidio directo, denominado en dólares por habitación, para compensar a los hoteles por sus pérdidas, reconociendo el gran aporte que hacen generando divisas, empleos y eslabonamientos con otros sectores económicos. Es evidente que esas empresas no pueden valerse por sus propios medios y que, en consecuencia, necesitan, en adición a las grandes exenciones fiscales que disfrutan, una asistencia económica adicional.
La tesis de la ineficiencia detonante de pérdidas de los empresarios hoteleros que han invertido en el país no puede explicar, sin embargo, un fenómeno que hemos estado viviendo los dominicanos en los últimos diez años, intensificándose en el período 2013-2019: el “boom” de inauguraciones e inicio de construcciones de nuevos hoteles en la República Dominicana. Una foto vale más que mil palabras. De seguro entonces que el collage de 49 fotos que acompaña al gráfico de las pérdidas de nuestros hoteles, y que recoge algunas de las 75 inauguraciones y primeros picazos de nuevos hoteles, excluyendo remodelaciones, encabezadas por el Presidente Danilo Medina, vale mucho más que cientos de gráficas e indicadores explicativos del “boom” de la industria hotelera en el país. Definitivamente, resulta muy extraña la convivencia de miles de millones de pesos perdidos todos los años y el “boom” de nuevas y crecientes inversiones en nuestra industria hotelera.
¿Es posible explicar este “boom” de inauguraciones en un sector de la economía que lleva cerca de 12 años perdiendo dinero? Cuatro posibles teorías parecen disputarse el título de la mejor explicación. La primera es que los empresarios hoteleros establecidos en el país son masoquistas: sienten satisfacción cuando pierden dinero y por eso, invierten más, con lo cual aseguran más pérdidas en el futuro y, en consecuencia, continuar en esa trayectoria de placer. La segunda explicación es que son filántropos: perciben las inversiones en la industria hotelera como una donación, una forma de devolver al país, a la sociedad y a los trabajadores, parte de la riqueza que sus años de emprendimientos les han permitido acumular. La tercera explicación es que sus estados financieros son mentirosos y que no es cierto que pierden dinero. Son estados para consumo de la DGII, para evadir Itbis e impuesto sobre la renta, no para las entidades financieras que les proveen financiamiento fuera y dentro del país, a las que les aseguran que recuperarán la inversión en 3.5 años. Y la cuarta, es que los empresarios hoteleros no son racionales, a diferencia del supuesto heroico que ha servido de base a la economía neoclásica. Desconozco si semejante proceso de toma de decisiones de inversión puede ser explicado bajo los modelos de “bounded rationality” de Simon o de la nueva economía conductual. No voy a decir por cual de las explicaciones me inclino. Como vivimos en una democracia, dejemos que cada cual elija libremente su explicación favorita.