“L’Etat c”est moi” es una frase de Luis XIV como respuesta a los parlamentarios franceses que le cuestionaban sus decisiones. Pese a que fue un arranque despótico del monarca, desde la perspectiva de cada individuo encierra una gran verdad: cada cual es y representa al Estado y, por tanto, es el responsable de su destino.
Es preocupante la frecuencia con que se escucha a ciudadanos hacer un “llamado al presidente de la República” para que le resuelva, desde el bacheado de una calle, pasando por el tratamiento médico de un hijo, hasta conseguir un empleo. Es como si el mandatario fuera el encargado de todo (y de todos), con poderes mesiánicos para proteger al país entero y prestar su auxilio ante alguna situación crítica. Algo así como el santo patrón de los desposeídos con una fórmula milagrosa infalible para cada situación calamitosa o el padre de familia obligado a ocuparse de su prole.
Y no es así, los tiempos en que el máximo representante de un país tenía injerencia en los designios de cada uno y era dueño y señor de la vida de todos, se encuentran superados. Ese absurdo (y cómodo) paternalismo, que nos hace dependientes e inútiles debería pasar a la historia, no se puede pretender tener lo mejor de los dos mundos. Es algo así como las parejas que se casan y luego quieren que sus padres los sigan manteniendo.
Si bien es cierto que los gobernantes deben crear condiciones colectivas para mejorar el nivel de vida de sus nacionales y que muchos necesitan apoyo, cada quien debe responder por sus actos, de su bonanza o su fracaso, de triunfar en la vida o de fallar en el intento. Por eso se ha luchado tantos años, para alcanzar una democracia y libertades plenas en que cada individuo sea lo suficientemente independiente y autónomo como para sostener las riendas de su proyecto de vida.
Entonces, si las vacunas están disponibles hay que acudir a aplicárselas, aún no se ha inventado una por telepatía; si el tránsito es un caos, no hay que agravarlo saltándose las reglas y haciendo justo lo que se les critica a otros; si solo con propinas o prebendas se avanza en diligencias oficiales, pues, es mejor no ofrecerlas; si la basura nos ahoga contaminando el ambiente, por lo menos, que cada cual recoja la suya.
No puede pretenderse ser autosuficiente y, al mismo tiempo, convenientemente dependiente para que el Estado sea la eterna muleta, al alcance de todos. Al paso que vamos, le pediríamos al gobierno que nos ayude a encontrar pareja, luego, a conseguir vivienda y amueblarla y de paso, a mantener los muchachos.