El esperado alto al fuego en la afligida zona de Gaza pareciese que se produjo sorpresivamente, sin embargo, para que una medida de este tipo pueda producirse deben darse las condiciones necesarias, que en este caso, se identifica en la mediación del presidente Donald Trump que, iniciando su segundo mandato ha tratado de capitalizar este importante logro, enviando el mensaje de que se enfocará en el cese de las hostilidades para dar paso al consenso, a todo lo que represente ahorro de recursos para su país y cuál será el abordaje de la política exterior de la nación más poderosa del mundo.
Para poner en contexto tales aseveraciones, debemos tener presente que Estados Unidos desde siempre ha estado alineado con Israel, siendo el primer país del mundo en reconocer la instauración del Estado sionista en 1948 y desde entonces le ha dado apoyo financiero y armamentista, por considerarlo un aliado clave dentro de esa compleja región del mundo controlada por gobiernos de ideología musulmana.
El nuevo mandatario tiene fuertes vínculos con Israel. Su hija Ivanka, muy cercana a él, profesa la religión judía junto a su esposo e hijos, y durante su primera gestión se produjeron acontecimientos interesantes que reafirman sus lazos y promesa de campaña, como su decisión de trasladar la Embajada de los Estados Unidos desde Tel Aviv a Jerusalén, capital del Estado sionista.
En ese primer periodo, Trump también impulsó la firma de los Acuerdos de Abraham, que permitió a Israel establecer relaciones diplomáticas con los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán, un acontecimiento que en su momento fue sinónimo de esperanza de la ansiada paz en Medio Oriente, donde la mayoría de los países musulmanes no reconocen el Estado israelí.
Aunque en Occidente el tratamiento mediático ha centralizado el papel preponderante del nuevo mandatario estadounidense en el proceso de concertación, no se debe minimizar la participación de Egipto y Catar, dos países árabes que sirvieron de contrapeso en esta ecuación.
En el caso de Egipto, fue el primer país musulmán en reconocer a Israel, superando la animosidad heredada de la Guerra de los Seis Días y la Guerra de Yom Kippur, conflictos territoriales que anteceden el origen de una relación que se ha mantenido con sus altibajos.
Egipto ha sido un apoyo para Palestina en momentos de crisis, garantizando el traslado de la ayuda humanitaria a través de su frontera, que también ha sido la vía de escape de aquellos que han decidido huir de la guerra.
En cuanto a Catar, es un país de grandes riquezas que tiene peso diplomático en Medio Oriente, el cual utilizó para mediar durante las protestas antigubernamentales denominadas “Primavera Árabe”, que pusieron fin a varios gobiernos y desestabilizaron otros en esa región.
En esta oportunidad, la tregua negociada genera esperanza de que se ponga fin a una etapa desestabilizadora que se había extendido a Irán y El Líbano, provocando a su vez una crisis en el mar Rojo, liderada por los hutíes de Yemen afines a Irán que desde octubre de 2023 impusieron el terror atacando con misiles la parte sur de Israel y las embarcaciones que transitan por esa zona, generando muchas interrogantes que se tradujeron en incertidumbre en cuanto al devenir de la economía global, ante la eventual escasez de petróleo por la alteración de las cadenas de suministro.
Sin embargo, el cese de las hostilidades estará sometido a las presiones que impondrán los sectores políticos más radicales de los países involucrados que tengan una agenda particular a la que se procure desarrollar en búsqueda de la paz definitiva.
Tal premisa la sustentamos al poner en contexto el duro mensaje del dimisionario ministro de Seguridad Nacional israelí, Itamar Ben Gvir, en el sentido de que “Los rehenes restantes deben ser liberados mediante el uso de la fuerza”, que a su entender se circunscribe a la interrupción del suministro de combustible, ayuda humanitaria y la no mediación, postura que se asocia con su ideología de extrema derecha, que comparte con otros funcionarios claves de la gestión del primer ministro Benjamín Netanyahu, que de materializarse llevaría más dolor a una zona del mundo que vive una situación calamitosa.
La cohesión social y política en torno a la figura del premier israelí por igual estarán a prueba. En el primero de los casos, determinado por la percepción de la ciudadanía en cuanto al abordaje de la situación, incluyendo la fluidez de la entrega de los rehenes, que estaría supeditada a la decisión de Israel de mantener el alto al fuego, que de lo contrario podría derivar en una nueva ola de protestas desestabilizadoras; y en relación al segundo punto, por las discrepancias existentes entre funcionarios claves de su gestión que aparentemente apuestan a la radicalización de la ofensiva.
En el caso de Palestina, resulta más complejo visualizar el futuro que le depara, no solo por el monopolio de la información que mantiene Israel, sino porque la liberación de una gran cantidad de presos prometida por las autoridades sionistas puede salirse de control hasta alterar el escenario de paz que se busca crear, si estos o un ala más radical de Hamas decide agotar una agenda particular donde la violencia adquiera un renovado protagonismo.