Me niego, a rajatabla, a que se quiera insultar mi exigua inteligencia y registro sobre historia universal y alguna que otra experiencia de primera mano. Como, por ejemplo, advertir cierta prepotencia “intelectual” para “diagnosticar” y disfrazar malabares político-ideológicos, mudanzas políticas o de simpatía o, la articulación-elaboración de teorías sociológicas y pruritos éticos-filosóficos -de tufos o facturas electoreras- para condicionar e inducir percepción como estrategia de marketing político-electoral. Tal estratagema, ya está en escena, cual teatro de títeres, en la actual coyuntura política. Ahí, en ese ensayo, pululan viejos-zorros/as del periodismo –“hacedores de opinión pública” (políticos “de la secreta”)-, “izquierda burra”, “emergentes”, teóricos de malabares sociológicos y actores políticos que, curiosamente, han perdido la perspectiva, con tanto entusiasmo, que ya ni reparan en coincidir con antiguos adversarios, obviando lo coyuntural y otras intríngulis fácticas.
Sin embargo, poner en escena e impostura semejante “estado de excepción” como campaña política, encuentra una dificultad histórica-metodológica, pues Latinoamérica y el Caribe, por casi seis décadas, fue solar de dictaduras de toda laya: toscos, sanguinarios, asesinos, carniceros, brujos e ilustrados. También, de seudos democracias y períodos de dominación política por formaciones políticas y caudillos castrenses (México, Chile, El Salvador, Argentina, Venezuela, Haití, República Dominicana, etc.); unas bajo el barniz de cierta legalidad política-electoral, y otras de abiertas fachadas represivas y conculcadoras de libertades y derechos. De modo, que, a estas alturas, no hay modo de montar teatro para vender como amenaza “inminente” lo que sabemos, por experiencia histórica”, es cuco-estratagema para lograr lo que todos buscan: el poder.
Todo lo anterior, nada criticable, si no fuese porque insulta la inteligencia ajena, induce al miedo artificioso, pretende fines político-electorales, inventar mentiras o “estado de excepción” –llámese: dictadura-; y lo peor, ocultar ambición de poder y gloria criticándole a otros la misma intención o aliento político. Como si esa madeja de fragilidad institucional y ambición política fuese factura de un líder, caudillo o predestinado “espontáneo”-actual, obviando que todos, ¡sin excepción!, han fomentado (Óigalo-poeta-Raful: “reeleccionismo”-nepostismo, también), hasta constitucionalmente, el “volver, volver” de Joaquín Balaguer.
Por ello sostengo, que, articular el discurso “dictadura de partido” como estrategia de campaña no le luce a nuestra clase política, pues no hay un espectro-“aparato” –llámese: partido (mayoritarios-minoritarios)- o, líder que no haya concebido a esos “aparatos” como maquinarias política-electorales..