En uno de los cuentos de Juan Sonso y Pedro Animal que se contaba en los campos de nuestro país, los dos hermanos van a cenar una noche a casa de la novia de Pedro Animal. El novio, como sabía que su hermano podía ponerlo a pasar vergüenza, le dijo que sólo podía comer hasta que él le pisara el dedo gordo del pie.

Juan Sonso prometió que se iba a comportar, y con esa señal convenida, llegaron a casa de la novia. Durante la cena, a los dos hermanos les sirven de un majarete, Pedro comienza a comer y al poco rato se da cuenta de que Juan Sonso no está comiendo. Luego, en la noche, Pedro le pregunta que por qué no comió, a lo que Juan Sonso le contesta que él le pisó el dedo gordo del pie desde que sirvieron el majarete. Pero resulta que en realidad fue el gato de la novia el responsable de que Juan Sonso esa noche se acostara sin comer majarete.

En materia de políticas públicas y participación de la población con alguna discapacidad en nuestro país, pareciera que el gato de la novia de Juan Sonso permanentemente pisa las informaciones. Si revisáramos en este momento los datos demográficos de quienes viven con alguna condición física, sensorial o cognitiva, veríamos que hay muchas cifras, pero muy pocos datos.

Dicho de otra manera, el Censo Nacional de Población y Vivienda de 2010 arrojaría que en la República Dominicana viven más de 1,168,000 personas con algún tipo de discapacidad y que esto equivale al 12.41 por ciento de la población total. Si después buscamos los datos de la Encuesta Nacional de Hogares de Propósitos Múltiples de 2013 y 2021, las cifras variarían entre el cinco y el siete por ciento. Y en torno al censo de 2022, todavía no ha sido posible verificar exactamente la información que posee.

Hasta aquí, es fácil comprender lo que ha ocurrido: por un lado, el Censo utiliza una metodología de barrido para levantar información. Por el otro, la Enhogar utiliza una muestra poblacional por estratificación.

Entre tanto, se sabe que más del 10 por ciento de la población entre cinco y 17 años de nuestro país tiene algún tipo de discapacidad motora, auditiva o visual. Y respecto a esta población Unicef dice: “Los datos de las distintas realidades nos dicen que, dentro de las escuelas dominicanas, los niños, niñas y adolescentes con discapacidad representan el 10% de la población, mientras que entre aquellos fuera de la escuela representan el 23%”.

Y nuevamente, se trata de cifras, pero no necesariamente de datos, porque es complicado identificar quienes son esos niños y niñas, dónde están y en qué condiciones. Y esa información faltante es la pisada del gato en la cena.

Es decir, fue una gran conquista que en nuestro país se lograra incluir los criterios de levantamiento de información del Grupo de Washington en el censo y en instrumentos como la Enhogar. Sin embargo, para una población como la nuestra, que forma parte de una economía en crecimiento continuo, la población con alguna discapacidad tiene sus propias particularidades y es poco probable que instrumentos diseñados para recoger generalidades, levanten la data específica que hace falta para tomar decisiones correctas.

En general, los países integran módulos de investigación en sus censos decenales sobre discapacidad y posteriormente completan la data con la información anual, diseñando instrumentos específicos para comprender la población que vive con alguna discapacidad. Y las informaciones levantadas luego pueden servir para comprender a qué población alcanza el sistema educativo, cuánto impacta las políticas de protección social, qué tanto efecto tienen las iniciativas de empleo o cuáles son los estímulos que se necesitan por zona geográfica.

Hoy por hoy, no quiero decir que es imposible tener una base de datos fiable de dónde están y quiénes son las personas con discapacidad en nuestro país. Pero sí me atrevo a decir que al momento de diseñar cualquier proyecto ante un organismo internacional es necesario hacer malabares estadísticos para explicar el contexto. Y en ocasiones, la escasez de los datos nos envía señales confusas y, como Juan Sonso, dejamos el plato en la mesa sin terminar de comer.

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