Hace dos semanas publiqué un artículo-garabato, de estos que escribo por aquí cada jueves –gracia a la indulgencia del señor director-, sobre un tema-fantasma recurrente en la historia política dominicana: la reelección. En ese artículo –o garabato-, lo primero que hice fue fijar el fenómeno en su justa gravitación nacional: recurrencia histórica-cultural. Y algo más, hablé del antireeleccionismo sin basamento doctrinario-filosófico y el hecho fáctico-contradictorio, también, de que, por delegación partidaria o centralismo democrático, he sido reeleccionista (pero, ¿cuál peledeísta –post-Bosch- no lo es?). Todo ello, para no pasar a la legión de pacientes del síndrome del alemán llamado Alzheimer que tanto estrago hace en la clase política universal.
Sin embargo, desde Horacio Vásquez –obviando, por supuesto, la dictadura trujillista (1930-1961)- y la excepción Bosch-1963, todos nuestros líderes –de larga gravitación política-electoral-, ya en el ejercicio del poder o en el ámbito de sus partidos, se han visto tentados a perpetuarse o prolongarse más allá de lo aconsejable para, de alguna forma, sutilmente, dilatar el relevo político-generacional; aunque otra tesis, creo de Fidel Castro, sentó que los líderes no se jubilan. La Constitución de 2010, refrendaba esa tesis.
Lógicamente, el maestro-prototipo de líder reeleccionista fue Joaquín Balaguer que siempre se las ingenio para imprimirle suspenso y remate histriónico a sus afanes continuistas; luego, casi todos nuestros líderes que han ejercido el poder, por múltiples razones, han apelado o amagado con esa recurrencia histórica-cultural. Unos, quizás, para disipar y sobrellevar la llamada soledad del poder; otros, sencillamente, porque no pasa por su horizonte mental -¡ni político!- jubilarse, y unos últimos, probablemente, para no ser reducidos a ceniza o “carne de cañón” de adversarios que fácil olvidan que cada ejercicio del poder trae sus bemoles y dinámica fáctica.
Se suma ahora al fantasma llamado reelección –recurrencia histórica-cultural-, un vocablo o rémora de mal gusto: la palabra-cuco “dictadura” como si tal categoría -de excepción- podría aposentarse o siquiera asomarse en un país que, contrario a otros, en los últimos 25 años –o para ser mas histórico-gráfico-exhaustivo, según Moya Pons- ha experimentado “El gran cambio”, sin necesidad de dictaduras ni de conculcar libertades públicas –con la excepción, por supuesto, del interregno 1966-78-. De ese “…gran cambio”, el PLD y sus gobiernos han sido protagonistas estelares, por más que se quiera regatear.
Finalmente, del Presidente Danilo Medina y su obra de gobierno, se podrá decir, en blanco y negro, todo lo que sus adversarios políticos –y otras voces- se les ocurra; pero jamás el de ser un Presidente que haya pretendido violentar normas democráticas ni mucho menos cuartar el escrutinio público. Por algo ha sido el Presidente más votado y valorado.
¡Así no…!