Siempre que los geólogos y sismólogos hablamos de la posibilidad de ocurrencia de grandes terremotos en una determinada zona del planeta Tierra, lo hacemos sobre la base del historial sísmico de la zona, ya que una popular expresión sísmica utilizada frecuentemente por los geólogos dedicados al estudio de los terremotos establece que: “donde hubo grandes terremotos en el pasado, habrá grandes terremotos en el futuro”, pues todos los grandes terremotos se ubican epicentralmente a lo largo de las grandes fallas sísmicamente activas que delimitan los bordes de contacto entre placas tectónicas que se mueven y chocan empujadas por corrientes convectivas magmáticas que se producen gracias al altísimo calor, superior a los 5,000 grados Celsius, del núcleo de nuestro vivo y activo planeta.
De ahí que la futura ocurrencia de grandes terremotos a lo largo de esos ejes sísmicos que delimitan bordes de contacto entre placas tectónicas no depende de malos presagios de “geólogos asustadores”, sino que depende de la cantidad de energía elástica acumulada en aquellas franjas de rocas de la corteza terrestre que han sido deformadas por los permanentes empujes tectónicos, por lo que la pregunta obligada, de parte de autoridades y ciudadanos, no es si en algún momento ocurrirá un gran terremoto, sino ¿cuándo ocurrirá ese gran terremoto?, pues un terremoto no es otra cosa que una rotura brusca de rocas deformadas que se chocan en el borde de un contacto tectónico, donde la magnitud del terremoto dependerá de la longitud de la rotura sísmica, porque largas roturas producen grandes terremotos.
Dentro de ese irrefutable contexto sísmico, el borde occidental del estado de California siempre ha sido sacudido en sus cimientos por grandes terremotos que se han ubicado epicentralmente a lo largo del eje de la falla de San Andrés, falla que tiene 1,300 kilómetros de longitud y que una mañana del 18 de abril del año 1906 generó una rotura sísmica que produjo un devastador terremoto de magnitud 7.9, el cual desencadenó un terrible incendio que destruyó lo que el terremoto no había destruido, dejando un saldo fatal de 3 mil muertes, miles de heridos, y grandes traumas sicológicos, por lo que desde entonces las ciudades de San Francisco, Los Ángeles, San Diego, y vecindades, esperan que cada cierto tiempo se repita un gran evento sísmico que pueda poner en peligro sus vidas y sus propiedades, entendiendo que cada nuevo día que pasa es más probable la ocurrencia del “big one”, es decir, del gran terremoto.
Y es por eso que desde el pasado día 4 de julio, día de la Independencia Nacional de los Estados Unidos, los ciudadanos del estado de California están en pánico sísmico, porque ese día ocurrió un terremoto de magnitud 6.4 el cual estremeció toda la zona de San Diego, Los Ángeles, Las Vegas y San Francisco, pero al día siguiente, cuando todavía la gente no se reponía del gran susto, ocurrió un segundo terremoto de magnitud 7.1, en el mismo emplazamiento epicentral, el cual elevó al cuadrado el pánico que había producido el primer terremoto del día anterior, y fue ahí cuando mucha gente que reside en California entendió que las permanentes explicaciones científicas de los geólogos y sismólogos nunca persiguen asustar a la población, sino informar, orientar y educar a toda la población sobre el riesgo sísmico propio de la naturaleza tectónica de esa franja occidental continental de los Estados Unidos.
Al respecto, el Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS), institución científica líder mundial en el campo de las geociencias, estima que la falla de San Andrés podría producir un gran terremoto de magnitud 8.2 que podría destruir edificios, carreteras, puentes, vías ferroviarias, líneas de suministro de agua potable, y líneas de alta tensión eléctrica que suplen la electricidad de extensas regiones, dejando a millones de personas sin agua potable, sin electricidad y sin comunicación vial.
Pero, lo que sería peor, es que un terremoto de esa magnitud podría destruir gasoductos y oleoductos construidos inmediatamente encima de esa peligrosa y temida falla geológica que al romper siempre produce abruptos desgarramientos laterales, por lo que los potenciales incendios alimentados por escapes de combustibles podrían superar el desastre urbano producido por el gran incendio ocurrido en San Francisco durante el terremoto del año 1906, pudiendo esta vez dejar cerca de 2,000 muertes, 50 mil heridos, y pérdidas económicas superiores a los 200 mil millones de dólares, y esa posibilidad asusta mucho a la comunidad, principalmente ahora que se han producido dos fuertes terremotos de forma secuenciada, los que a su vez han generado más de 1,000 réplicas que mantienen en vilo a miles de personas que han optado por dormir en los patios de sus casas por temor a que el “big one” llegue en horas de la madrugada mientras duermen.