En sociedades de capitalismo tardío y donde institucionalidad política-jurídica-democrática es tan frágil, resulta sumamente difícil observancia -estricta- de una ética pública, pues los actores sociales, políticos y económicos se debaten en una desenfrenada carrera por alcanzar, desde distintos ámbitos o quehaceres, una acelerada “acumulación” de capital o riquezas que no pocas veces el resultado -histórico- es una mezcla de luces y sombras; y las excepciones son escasas.
La diferencia socioeconómica y política de esa “arritmia”, desarrollo-subdesarrollo, es lo que el profesor Juan Bosch llamó en algunos de sus ensayos sociohistóricos “clase gobernante” para diferenciar tener dinero o bienes en una determinada sociedad, y pertenecer o no a la clase gobernante. En otras palabras, Bosch enfatizaba que, en una sociedad desarrollada, generalmente se establece, por dinámica socioeconómica, una clase gobernante que está llamada a ejercer el poder aunque quién lo ejerza no necesariamente sea empresario, comerciante, industrial o banquero, basta que pertenezca o provenga de esa categoría socioeconómica y política que, por una serie de razones sociohistóricas, ha acumulado capital o adquirido destrezas en el manejo del poder -Estado-gobierno- con conciencia de clase y respetando ciertas normas institucionales establecidas:
separación de poderes públicos, sistema de justicia respetable y cierto pacto social que garantice gobernanza donde mayoría-ciudadana tenga necesidades básicas garantizadas como trabajo, seguridad social, servicios públicos -salud-educación, etcétera- y cierta meritocracia.
Por supuesto ese determinismo sociohistórico-económico sobre el poder, no siempre es algo rígido, pues, como en todo, se dan excepciones y por ello hemos visto, aunque por múltiples razones -entre ellas, descrédito de la clase política-, como en sociedades altamente desarrolladas ha surgido el fenómeno sociopolítico-electoral: outsider.
Igual podríamos hablar de corrupción pública o privada, que la historia ha demostrado que es sistémica e inherente a cualquier superestructura política-ideológica en un determinado sistema sociohistórico establecido (capitalismo o socialismo ruso-chino-cubano-colapsado). Esto amén de fallas o falencias históricas-estructúrales en materia de libertades públicas, derechos humanos, propiedad privada, libertad de mercado, inclusión social, equidad de género, integración étnica-racial o clima de desarrollo integral.
Todo lo anterior para significar que en sociedades subdesarrolladas los procesos de acumulación de capital y de acceso al poder no se dan producto de una dinámica clásica exenta de luces y sombras; y por ello es tan difícil que políticos, empresarios y oligarquías no estén permeados o atrapados en esas vorágines de conflictos de intereses cuando se aproximan o ejercen el poder.
De modo que los Papeles de Pandora como los WikiLeaks no expresan más que políticas o prácticas consustanciales al actual orden mundial.
Paraísos fiscales e intereses en conflictos, económico-sociopolíticos, es la doble cara de la moneda. Y no hay cuento-inocencia que valga.