Jorge Mario Bergoglio nació en el barrio de San José de Flores el 17 de diciembre de 1936. En 1957 ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús. Posteriormente fue nombrado arzobispo de la ciudad de Buenos Aires. Juan Pablo II lo designó cardenal en 2001 y, tras la abdicación de Benedicto XVI, el 13 de marzo de 2013, fue elegido papa y adoptó el nombre de Francisco.
No era un hecho común; la última renuncia de un papa antes de Benedicto XVI fue la de Gregorio XII en 1415, de ahí que su elección tenía un carácter histórico, que también implicaba afrontar una situación interna signada por escándalos financieros, denuncias de abusos sexuales silenciadas durante décadas y pugnas internas entre sectores conservadores y progresistas.
Su famosa pregunta ¿Quién soy yo para…? esparció un mensaje de frescura ante las anquilosadas concepciones conservadoras, pero también fue inflexible con las denuncias de pedofilia, pidió perdón en nombre de la Iglesia a muchos pueblos originarios diezmados por la conquista y criticó la proliferación armamentística hasta el último día de su existencia.
Su pontificado se caracterizó también por la defensa de la dignidad de las personas y por el derecho a un medio ambiente sano, en una Tierra que debemos cuidar y preservar.
“¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan? Lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá”, se afirma en el punto número siete del capítulo cuatro de su encíclica Laudato si, que conviene citar precisamente hoy que es el Día de la Tierra. En el punto dos, capítulo uno de la misma encíclica señala: “Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho”, y en el número cuatro: “Se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”.
El papa Francisco cerró los ojos definitivamente ayer para regresar a la casa del Padre, es decir a la tierra que lo cobijará de ahora en más y al cielo que la cubre, pero seguramente su encendido mensaje continuará resonando desde la eternidad.